Toco y me voy
Tejido por la abuela
Por estos días, el frío obliga a tirarnos todo el ropero encima (los chicos, los torpes y el autor de esta nota no deben probar hacer esto), aunque a veces ni así alcanza. Yo tenía una bufanda... yo tenía una bufanda...

Ahora vienen hermosos gorros, bufandas y guantes de lo más fayon (porque son fayon con ye, mirá), con diseños multicolores y creativos, de marca, caros y hasta, algunas veces, abrigados. Antes, la nona solucionaba todo mientras escuchaba el radioteatro primero y la telenovela cuando le trajeron el televisor: allí se sentaba y para pagar el pecado capital de "no estar trabajando", tomaba las agujas y purgaba sus faltas con pulóveres, gorros y bufandas (que la abuela llamaba escharpes), boinas y hasta guantes, incluyendo algún pedido especial tipo bebé en marcha, o nieto con onda reggae. Había tiempo, y por las agujas de la abuela pasaban de memoria abrigos para todos. Así uno encaraba el invierno con ropa de invierno nueva.

Y todo se hacía con lana de verdad, qué polar ni qué ocho cuartos. No voy a decir que transpirabas, pero la nona no le mezquinaba lana a la cuestión.

Eso sí: si la mercería del pueblo o del barrio, o el almacén de ramos generales, tenía una única provista de lana, podía suceder que el pueblo o el barrio tuvieran los mismos abrigos amarillo limón o rosa viejo, con lo que todo parecía una enorme tribuna fanática del equipo lugareño. Y, lo que es peor, podía suceder que la abuela guardara restos de lana de otros tejidos y temporadas, con lo que se veía en la obligación moral de "crear" novísimos diseños combinados: el rosa viejo ahora lucía ribetes verde flúo con hebras azules, violetas y fucsias. Una paquetería. Eran tiempos en que todo el mundo tenía la misma colcha multicolor tejida a crochet.

Ahora en cambio, las pibas no sólo no te van a tejer ningún pulóver gigante o chingueado, sino que directamente no te van a tejer, pues no saben y no les interesa saber tejer (y, dicho de paso: me parece fantástico), ni coser, ni bordar. Están más naturalmente preparadas para abrir la puerta para ir a jugar, lo que también me parece fantástico.

Al modelo único de dos metros que te tejía la nona, ahora tenés una vasta oferta que incluye paños, chales y tejidos que hasta imitan o copian los de la abuela, aunque éstos tienen etiqueta, no requieren amor alguno y vale tanto.

Para quienes encaran el invierno a pura bicicleta, moto o mera caminata, una buena bufanda es fundamental. Tenés el que se la coloca como una boa constrictora enroscada al cuello, una especie de vendaje especial para el cogote, una incipiente forma de momificación en vida. Otros usan un sistema similar al de la horca: generan una especie de nudo corredizo, listo para el suicidio. Y otros, simplemente, usan bufandas de adorno, porque se ven bien.

Por cierto, ahora vienen también paños de los más variados, desde los árabes hasta delicados tejidos de lana, pasando por la innovadora opción de los "cuellos", que son más o menos como los ortopédicos pero más flexibles.

Debería incorporar también a esta variopinta galería de largos cuellos a proteger (una exposición de Modigliani), el pañuelito de seda, en extinción para los varones, aunque en una época eran sinónimo de distinción y de cierto aire dandi hoy desaparecido. No era lana, pero abrigaba, dicen.

Otra forma de protección para el delicado gañote humano viene como una prolongación de los propios pulóveres, aquellos que plantean cuellos altos o polares, que se desdoblan y llegan a tapar hasta la boca.

A estas múltiples y variadas formas de protección cogotal, se le puede adicionar el estilo pasamontaña, que tiene la suficiente versatilidad como para proteger al mismo tiempo cuello, cara, orejas y cabeza y te deja listo para ponerte a chorear negocios y gente, todo en el mismo modelo. Un prodigio del diseño y la técnica, un triunfo de la posmodernidad por sobre la esforzada etapa textil.

Y acá nos vamos, mis chiquitos. Porque siento que me voy quedando sin palabras, que me esfuerzo y que siento un súbito carraspeo helado en la garganta. Así que me abrigo el delicado cuellito con la bufanda tipo víbora de coral que me hizo la nona. Y que venga el frío nomás.

Néstor Fenoglio

[email protected]