Anotaciones al margen
Humo en tus ojos
Por Néstor Fenoglio - [email protected]

Por estos días, el gobierno provincial analiza la reglamentación de una ley de "Control de Tabaquismo", que avanza incluso en la actividad privada al prohibir fumar en lugares públicos, oficiales o privados. La prohibición ya pesaba sobre edificios públicos, ahora incluye a bares, restaurantes, boliches bailables...

No soy fumador, nunca probé más allá que "zarzamora" simulando un cigarrillo, allá en mi infancia, así es que mi posición será, inevitablemente (como en todo, por otra parte), parcial, interesada, subjetiva.

Yo sonrío cuando se acumulan ordenanzas, leyes, reglamentaciones, incisos y artículos: vamos rápidamente a conformar un cuerpo legal de estilo europeo, primer mundo, sólo que cultural y socialmente estamos exactamente donde estamos. El usuario, el ciudadano, el sujeto de aplicación y hasta el beneficiario de la norma -un imaginario colectivo difícil de medir-, el tipo de todos los días, vos y yo, estamos todavía a años luz de disfrutar de un espacio sin humo de cigarrillos.

No quiero ser pesimista o enviar mensajes equívocos: ¿está mal la ley? ¿Está mal que se alineen, se sumen, se atropellen legislaciones de diversas jurisdicciones -municipal, provincial, nacional, planetaria, intergaláctica- para apuntar a mejorar una situación preocupante? No, cómo va a estar mal eso. La legislación establece una frontera, un anhelo, marca la cancha, direcciona políticas.

Lo que digo es que a veces la distancia que esa legislación establece entre la realidad y lo reglado es tan drástica, tan abismal, que se hace incumplible. Por todos lados: culturalmente, el fumador no siente que debe resignar su práctica; el no fumador no siente que tiene derecho a aire limpio en un espacio público -oficial o privado, no importa-; el gobierno no tiene idea de cómo implementar una norma tan amplia y lejana y, por último, cualquier mecanismo de control en nuestro país lleva la marca a priori del fracaso, tanto desde quien lo aplica como de quien es objeto de control.

Creo, humildemente, en anuncios menos rimbombantes y más efectivos, más ligados con el día a día y con prácticas concretas y cotidianas.

En mi trabajo, un diario, cuya iconografía general aprobada es la de los nervios del cierre, el café y el pucho al costado de la máquina, hemos construido con mucha paciencia, no sin enojos, lentamente, acordando y peleándonos, un ámbito de trabajo sin humo de cigarrillos. Primero los fumadores tenían los pasillos, el baño, el bar. Ahora, directamente, la calle y los patios. Es un mensaje de exclusión, desde ya, puede conllevar alguna de discriminación también. Pero todo tiene que ver con qué valores se privilegian.

El argumento de algunos dueños de comedores, en el sentido de que perderán clientes si se exige que no se fume en el local, es falaz. Hoy los sectores de fumadores y no fumadores, en la mayoría de los casos son una enorme mentira. Porque no se respeta dentro del mismo local quién se sienta en qué lugar, y porque si se respetara el sector, igualmente se trata de un solo local y el humo es porfiado a la hora de respetar jurisdicciones. Puede medirse también la cantidad de no fumadores que no entramos o nos vamos de un local porque está lleno de humo.