En Bayreuth abuchean "Tristán e Isolda"

El esperado estreno del drama de "Tristán e Isolda", versión Christoph Marthaler, con el que anteanoche dio comienzo el Festival de Bayreuth, convirtió el teatro fundado por Richard Wagner hace ya 129 años en una resonante caja de silbidos.

Marthaler y su media naranja artística, Anna Viebrok, responsable ésta de la escena y vestuario, fueron masivamente abucheados por el público, en llamativo contraste con los vítores a los solistas y, muy especialmente, a la mezzo sueca Nina Stemme por su interpretación, magistral, de Isolda.

El director de orquesta japonés Eiji Que, quien, como Marthaler y Viebrok, debutaba en Bayreuth, recibió un aplauso de aprobación aunque caluroso, que agradeció besando el suelo del escenario.

Marthaler y Viebrok presentaron un "Tristán e Isolda" minimalista en el más estricto sentido del término, inspirado en las técnicas teatrales de Samuel Beckett y en el cine de Luis Buñuel, en el realismo extremo de la locura de amor de la película "L'age d'or".

Las referencias al tiempo son escasas y ausente la expresión corporal del amor. Tristán e Isolda no se tocan como hacen los enamorados, no devoran los escasos momentos que tienen a solas, cantan el deseo que sienten hacia el otro a metros de distancia y siempre mirando al público, no reaccionan a la muerte del amado.

Para Marthaler, el abarrotamiento de sentimientos y la negación del deseo de la vida provocan una reacción caótica que altera no sólo la existencia del individuo, sino la continuidad del sistema.

Con Tristán e Isolda sufren el rey Marke, Kurwenal, Brangaene y Melot. En el último acto, el que más paralelismo guarda con Beckett, los personajes renuncian más o menos voluntariamente a sus deseos terrenales y se dejan arrastrar por lo inevitable, por el otro.

Marthaler presenta la muerte de Tristán como la máxima expresión del egoísmo, pues su resistencia a morir se debe únicamente al deseo de no traspasar solo la puerta de la muerte, dejando atrás a Isolda.

Por ello, la "Liebestod" de Isolda no es sino el deseo de morir por falta de alternativa. Esa resignación queda patente cuando Isolda llega al lugar donde yace Tristán -un mausoleo con tufillo comunista- y, en vez de acercarse a él, observa desde la distancia su cadáver y se tumba en una cama de hospital a esperar su muerte.