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"La muerte sin escena"

"Más de dos milenios después, seguimos necesitando, como pedía Platón, algún encantamiento para encarar el hecho desnudo de la muerte, para vestirla, para contrarrestarla con desesperada esperanza de inmortalidad, una bella ficción que se vuelve riesgo o un bello riesgo que vuelve valiosas nuestras ficciones. Se trata de arrojar la propia voz -recuerdo, acto u obra- al eco de los siglos como se arroja una botella al mar", leemos en una de las últimas páginas de "La muerte sin escena", el ensayo de la filósofa -mendocina radicada en Barcelona- Nelly Schnaith, que acaba de editar Leviatán.

Mientras Robespierre sentenciaba que la muerte era el comienzo de la inmortalidad, en un pensamiento nada original para las religiones, la cultura y los sueños occidentales, hoy, discontinuidades, rupturas y exterminios masivos nos han alejado de las estrategias para amansar y aplacar la muerte, volviéndola presentable a través de vestiduras, símbolos, narraciones...

A la muerte de Sócrates, tal como la narra Platón, que despoja a su muerte de todo dramatismo (porque Sócrates es su alma y el alma es inmortal); a sus representaciones verbales -a la que se suma la imagen de la pasión de Cristo: destino último y promesa augural- la autora se detiene a analizar el suicidio de Gilles Deleuze. El modelo socrático y su optimismo inaugural sobre los poderes de la razón para vencer el miedo a la muerte, ha sido duramente puesto a prueba por la filosofía moderna. Por su parte, Deleuze arrojándose a los 70 años por una ventana, parece, más que desear la muerte, más que hacer gala de una firme voluntad suicida, la entrega a un empuje incontenible de desesperación súbita. Esa imagen del filósofo que muere gritando, una imagen que nos es más habitual -suicida, en el manicomio, por sífilis, por sida, o lo que fuere-, en las antípodas de aquel antiguo ideal socrático que Schnaith sostiene que merecería seguir siendo un ideal.