La tragedia siempre vive
Por Roberto Schneider

¿Cuánto tiempo le demandó a la Humanidad comprender que entre el coito y el nacimiento de un niño como consecuencia de ese coito había alguna relación? Llevó siglos entender ese vínculo. Del mismo modo, cuando cayó la última dictadura en nuestro país, ¿cuánto tiempo le llevó a la sociedad consolidar su espíritu democrático, su conocimiento de los crímenes del autoritarismo y aprenderlos como se aprende una lección definitiva? Con el proceso de los años plasmado en "éltimo tango sangriento", la obra del dramaturgo Adrián Airala estrenada en La Tramoya, ocurre algo similar: la sociedad en su conjunto puede percibir que allí hay claves para la tragedia social que se dio después, pero todavía hay sectores que no han llegado a esa comprensión.

De algún modo, en la pieza de Airala se percibe con buen olfato por parte del autor esa tragedia social. Porque, a partir de la visión de la puesta en escena, se advierten con claridad no sólo las preocupaciones del autor por un tema que lo obsesiona -el poder y algunas de sus abominables facetas, como en "Hamlet, la conjetura"-, sino que también hay un sector de creadores teatrales que sabe qué quiere expresar, y otro -según intuimos- en el cual se da un vacío de conciencia.

La política es un espacio de la libertad -nunca del mundo de la necesidad- donde prima todo tipo de mitos. Esta premisa se instala con fuerza en la bellísima puesta en escena del mismo Airala como director. Con una inteligente y creativa escenografía (la cama vertical es un hallazgo de indudable buen gusto y signo de teatralidad) y una iluminación que subraya inteligentemente las situaciones, surge un mundo de sueños y realidades en el que sobresale -una vez más- el talento interpretativo de Airala, bien acompañado por Sandra López, de fuerte presencia escénica, y Martín Bayo. Las voces en off de destacados actores santafesinos colaboran con el desarrollo fluido de la acción, así como la música original de Fabián Pínnola.

"éltimo tango sangriento" mira hacia atrás en nuestra historia, en esa que aprendimos elementalmente en la escuela. La tolerancia, el respeto por la diferencia, la aceptación del "otro" no son necesidades del mercado. Siempre alguien requiere homogeneización para sostener sus jerarquías y sus privilegios. Las argumentaciones del autor se nutren de ideas y conceptos que provienen de diversos campos del saber y, así, su pieza es una conversación en la que pone en juego voces diversas con las que a veces coincide, a veces interroga y, otras, entra en franca polémica, representando y recreando la tensión aún existente en la sociedad, el contexto en el que están insertos el artista y su público, proponiendo una reflexión sobre el lenguaje mismo del arte.

Airala rescata la acción del análisis como premisa esencial de un trabajo honesto, de entrega, de devoción al quehacer. Creemos con Goethe que "el maestro que puede suscitar un sentimiento hacia un acto digno, hacia un solo buen poema, hace más que aquel que llena nuestra memoria con hileras de cosas naturales clasificadas por su nombre y por su forma". Airala hace precisamente eso: provoca sentimientos. Sin enciclopedia. Con pasión.