Entrevista a Horacio Guarany

Un digno hijo de Alto Verde

Horacio Guarany no se olvida de Alto Verde, el lugar que lo recibió en 1930 y que él lleva muy dentro en sus recuerdos.. 

En el marco de la XI edición de la Feria del Libro, Heraclio Catalino Rodríguez, conocido como Horacio Guarany, presentó su libro "La creciente (Alto Verde querido)", editado por la Universidad Nacional del Litoral. Con Nosotros, el cantautor habló de su vida y de lo que representa para él esa comunidad de la orilla.

-¿Qué significa para usted, que siente tanto amor por Alto Verde, venir a Santa Fe a presentar su libro?

-He venido a Santa Fe porque la Universidad Nacional del Litoral me ha honrado editando el libro que le debía a mi Alto Verde querido, ese lugar que nos cobijó, allá por 1930, cuando, junto a mi familia, dejamos el Chaco santafesino y nos vinimos sin nada a pedir ayuda.

Alto Verde fue el lugar que, sin preguntarnos qué traíamos sino qué necesitábamos, nos recibió; por eso mi gran amor a ese lugar.

Además, allí viví mi primera infancia, desde los 5 años hasta los 17, y fue donde aprendí sobre la vida. En mi Alto Verde querido encontré los motivos y los sentimientos; por todo eso, y ahora que la vida me ha dado tanto, sentí que debía contarle al mundo mi agradecimiento a ese lindísimo lugar.

Alguna vez le hice una canción, la he nombrado en todas partes, he tratado de ser un digno hijo suyo, y tuve la necesidad de querer contarles a los demás el lugar que yo conocí, que yo viví o que hubiese querido que fuera.

Por eso, "La Creciente (Alto Verde querido)", es el libro que en agradecimiento a toda esa gente trabajadora escribí. Podría haber elegido una editorial de Buenos Aires para editarlo, pero no hubiese significado lo mismo. Me siento muy feliz por este libro y por eso he venido a entregárselo a mi paisano santafesino.

-Tiene un gran sentido de pertenencia a Alto Verde, ¿a qué se debió su partida a Buenos Aires a los 17 años?

-Al mismo desorden político e injusto que mantenemos en el país desde siempre. Los argentinos vivimos traicionándonos y mintiéndonos desde 1810; y en el fondo siempre nos estamos destruyendo. El país más rico del mundo tiene hambre y eso ocurre porque nos traicionamos, nos robamos y nos mentimos. Tendríamos que aplicar el federalismo y no se aplica.

Buenos Aires absorbe todo el esfuerzo del país y eso hace que todas las provincias estén desequilibradas, sin medios. La capital, como un pulpo, absorbe y lastima al país porque para poder triunfar y curarse, hay que ir a Buenos Aires.

El día en que se aplique el federalismo, la capital será la capital, pero las provincias serán las provincias con todo lo que les corresponde.

-¿Tuvo que irse por falta de posibilidades en el interior?

-Tuve que irme porque en Alto Verde podía quedarme con mis sueños, mis esperanzas, pero con muy poco futuro. Tuve que irme, como se tuvieron y se tienen que ir miles de isleños, campesinos, obreros y trabajadores, porque Capital Federal es la única que, lamentablemente, proporciona trabajo y posibilidades de destacarse.

-Y cuando llegó a Buenos Aires, ¿ya sabía que quería cantar y dedicarse al folclore o eso lo descubrió con el paso del tiempo?

-Cuando llegué a Buenos Aires lo único que sabía era que no quería morirme de hambre. Lo único que sabía hacer era cantar, porque un 6to. grado en la pequeña escuelita de Alto Verde no me servía demasiado.

Fue así que, con mi guitarra al hombro, llegué a la capital para cantar, ¿cantar qué?... lo que fuera. Iba a las plazas, bodegones o boliches, y me ponía a cantar tangos, boleros, rumbas, milongas y hasta música paraguaya. Era mi vocación y lo que podía hacer. De esa manera, y cantando en los lugares que me recibían, fui buscando hacerme un lugar y lo logré; finalmente, el folclore, fue con lo que me destaqué.

"Fui el fundador de Cosquín"

-Tengo entendido que un festival de Moscú, en 1958, significó mucho en su carrera...

-Sí, ese festival fue el que me proyectó al mundo. Además, antes de irme había alcanzado a grabar un disco y cuando volví era todo un éxito en el país.

Resulta que en aquel momento me habían invitado para ir a un festival mundial por la paz y la amistad que se hacía en Moscú. Por supuesto que ningún bien nacido puede negarse a ir a cantar gratis a un festival de ese tipo. Se hacía en la Unión Soviética, me habían invitado y, sorteando miles de obstáculos, pude ir; digo eso porque, en aquella época, irse a la Unión Soviética era asegurarse una cárcel para la vuelta. Como finalmente me ocurrió porque, a causa de eso, allanaron mil veces mi casa.

Me acuerdo que para llegar a Moscú tuvimos que salir por Montevideo. Fuimos 150 delegados en representación de Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay. Partimos desde el barco "Alberto Dodero", de ahí arribamos a Santos, en Brasil, de ahí a Vigo, de Vigo a Hamburgo, de Hamburgo a Berlín y de Berlín, en tren, llegamos finalmente a Moscú, donde me destaqué e hice una gira por toda la Unión Soviética.

Eso trascendió y cuando volví, el disco que había dejado tenía un éxito impresionante. Después de eso, una firma de Rosario me contrató y triunfé en el país.

-¿Qué se siente al ser el precursor de Cosquín?

-Yo soy el fundador de Cosquín, yo fui el que le dio las ideas a las personas que estaban encargadas de su organización y quien los orientó en cómo hacer el festival y de qué manera. Toda mi vida luché para que el Festival Nacional del Folclore se haga como se debía hacer.

-Eso debe ser todo un orgullo...

-Siento que es mi obligación. De lo que estoy orgulloso es de ser un hombre honrado, de ser el hombre más bueno del mundo. Cuando me acuesto, siempre me digo: íGuarany, qué gran tipo que sos! Jamás hice daño a nadie y nunca pude odiar a nadie; por el contrario, me lastimaron, me tiraron bombas, destruyeron mi casa, me prohibieron durante años y hasta me echaron del país por discrepancias ideológicas; sin embargo no odio a nadie, los perdono desde el fondo de mi corazón porque ya bastante castigo tienen por haber hecho lo que hicieron.

El teatro de la vida

-Volviendo a Alto Verde, por haberse criado allí y además por el título de su libro, deber ser un gran conocedor de crecientes...

-Una de las cosas que más me emocionaba era ver cómo, en las crecientes, los pobladores defendían con uñas y dientes su ranchito, su gallinita, su fuentón, sus hijos. La creciente arrasaba con todo y ellos siempre estaban ahí para defender lo que les pertenecía.

Los gobiernos miraban y hablaban pero nunca ayudaban más que poniendo unos vagones para que la gente se fuera a vivir allí. Mientras tanto, ese poblador, ese isleño, dormía arriba de los techos para defender sus tierras.

Muchos ignoran que los pobladores de Alto Verde son luchadores de la vida, que no hacen más porque no tienen la oportunidad, los medios, y se defienden como pueden.

-Para finalizar, ¿cómo es su vida en la actualidad?

-Llevo una vida normal y estoy muy contento, porque dentro de un tiempo tendré mi propio teatro en Luján. Ahí vamos a preparar obras gauchescas y criollas, y van a venir todos mis cantores amigos.

Perfil de cantautor

Horacio Guarany nació el 15 de mayo de 1925 en el Chaco santafesino. Vivió su infancia en Alto Verde, donde empezó a descubrir su vocación por crear canciones viviendo y sintiendo la realidad de su gente.

Durante la dictadura militar de 1976, debió exiliarse a España, hasta que, con el regreso de la democracia en la Argentina, comenzó una serie de recitales que lo reencontró con su público.

"La Creciente (Alto Verde querido)" es su último trabajo editorial y fue publicado por la Universidad Nacional del Litoral.

Un luchador incansable

-Usted fue uno de los tantos que debió exiliarse en España durante la dictadura. ¿Qué le significó eso?

-Más que nada dolor, porque no hay cosa que duela más que el exilio. No poder volver a vivir en tu tierra es como no poder ver a tu madre.

El exilio es no poder explicarse por qué te echan de tu país, si no has cometido ningún delito, porque si yo hubiera cometido un delito, a través de un partido político, de un sindicato o de una organización, tengo que aceptar que me echen. Yo nunca hice nada malo. Simplemente, traté de no olvidarme de que era hijo de campesinos, de un hachero del monte, y que había pasado mucha hambre de chico.

Sentí que tenía que defender a mi pueblo, y lo que hice fue luchar por las injusticias, exigir respeto para el trabajador y para el obrero, que son los dueños del mundo. Sin embargo, a pesar de todo eso, me echaron del país.

De cualquier manera, sigo luchando por esas reivindicaciones sociales. El mal general del mundo se debe a la forma en que se les roban los derechos al obrero y al trabajador. El capital puede aportar dinero, pero quienes hacen las calles y los pisos, son los trabajadores. El albañil hace casas y sin embargo no tiene un lugar donde vivir.

Es la injusticia en el reparto de bienes lo que trae los problemas en el mundo, y no van a parar hasta que no se dejen de fabricar armas. Las armas sirven para matar, y la muerte jamás sirve para dar vida. Matar gente impunemente y fabricar armas, es un enorme delito que no se puede permitir que siga existiendo.

íBasta de armas en el mundo! Hay que pelear y luchar para que se hagan sanatorios, para que haya justicia, paz, libertad y amor. Es importante que las guerras sean desterradas para siempre y que cuando haya algún conflicto se resuelva a través de la palabra y no de la violencia.

Mónica RitaccaFotos: Amancio Alem y archivo El Litoral