Cuando la libertad se construye en la identidad de un espacio

Análisis. El filme no es sólo una radiografía de dos hombres marginados sino también la de un momento de nuestra sociedad. Foto: GENTILEZA PRODUCCIÓN. 

"VIDA EN FALCON" (Idem, Argentina, 2005); Dirección: Jorge Gaggero: guión: Pablo Fendrik y J. Gaggero; fotografía: Jorge e Ignacio Gaggero: música: Pequeña Orquesta Reincidentes; Interpretes: Luis García y Orlando Gómez; duración: 61 min. Presentada por Libido Films en el América.Puntuación: CUATRO PUNTOSMUY BUENA

Alguna vez el público aceptará que mucho del verdadero cine está en el documental, ahora llamado género y que todavía algunos emparientan al filme de divulgación. Pero ya varios filmes se están encargando de borrar la distancia con la ficción, y uno de ellos es esta "Vida en Falcon" que, sin pretensiones y con una mirada siempre a la misma altura de sus intérpretes/protagonistas, termina siendo no sólo una radiografía de dos hombres marginados (¿o automarginados?), sino también de un momento de nuestra sociedad, que la película -rodada en los días de cacerolazo- alarga a todos estos años neoliberales, en que el "sálvese quien pueda" es el único salvoconducto a la esperanza, vía egoísmo.

Vamos a hablar como si fuera ficción. La historia de esta película trata acerca de dos hombres, que el filme encuentra en el momento justo en el que uno de ellos compra un Ford Falcon destartalado, no con fines de hacerlo andar sino de vivir en él. En realidad está siguiendo la escuela de otro lumpen, que habita el suyo y se siente confortablemente instalado junto a la compañía de sus gatos muy queridos y apreciados, al punto de que uno de ellos luce una correíta que lo ata al auto y son materia del exiguo presupuesto, nuestros amigos le compran su carne en el supermercado cercano. Al lado se hacen sus asaditos, duermen, toman mate y hacen su vida social con el resto del vecindario.

Es justamente una de estas vecinas la que les propone ir a vivir a una habitación disponible en su amplia casa, algo que rechazan en buenos términos, acostumbrados a sus respectivos Falcon, que cumplen con todas las exigencias de un domicilio salvo el baño, ya que para sus necesidades y ciertos aseos utilizan el de una casa de comidas rápidas. Así viven en la actualidad Luis García y Orlando Gómez, aprendiendo uno del otro, sin muchas ganas de trabajar pero sí de vivir, ganándose el aprecio de la gente y desparramando bondad y buena educación y hasta desapego, porque uno de ellos empieza con una compra y acaba en venta por casi nada, de su Falcon que antes "no venderían por nada del mundo".

Si uno los sabe mirar, han conseguido algo notable y sentido. Ese vivir y dejar vivir sin ambiciones personales, puede ser el manual del buen ciudadano de cualquier lugar del planeta. Jorge Gaggero los sigue con su cámara sin meterse en nada. Esto es, "los deja ser", sin juzgar, ubicar ni valorar. Consiguió que su cámara sea invisible para nuestros amigos, que se mueven (¿en su entorno?) con una soltura cara al mejor actor, y no sólo ellos, hay otros con los que pasa lo mismo, sobre todo unos vecinos que los reciben en su casa, que hasta parece un alarde de puesta en escena.

También pueden hacerse otras lecturas que tal vez el filme no aliente, pues nada más alejado de su mirada que ampararse en valores sociológicos. Pero el Falcon está ligado a momentos muy tristes de nuestra vida en este país, uno los ve y está mirando los años de la dictadura. Curiosamente, fue el auto más vendido y el "de la familia", como testimonia una publicidad que muestra el filme. Así, este doble ícono desaparece en este nuevo enfoque, que desprecia los signos en beneficio de una nueva escritura.

Totalmente alejado de cierta tendencia maniqueísta de muchos documentales argentinos, incluso los mejores, cuando tratan de "documentar" las injusticias sociales, Gaggero limpia su mirada de todo resentimiento, bronca o protesta. Este trozo de vida está ahí para quien lo quiera tomar y lo brinda con alegría, que es el tono, la clave del filme. Desde la "actuación" de estas criaturas despojadas de malicia hasta la magnífica banda sonora que proponen Los Reincidentes, todo respira a libertad y mucho olor a nosotros mismos.

Juan Carlos Arch