"EL JOROBADO DE PARÍS"
Fuerte valor poético en la historia de un diferente

Las novelas de Víctor Hugo ("Los miserables", "Nuestra Señora de París", "El hombre que ríe") lo muestran profundo en el retrato de un pueblo que conoció y amó sin demagogias. Diversas han sido las adaptaciones que se han hecho de su obra, pero siempre queda un resquicio para algo nuevo. Pepe Cibrián Campoy y Ángel Mahler presentan en el Centro Cultural Provincial -hoy a las 23 será la última función- la reposición de "El jorobado de París" (musical basado en "Nuestra Señora..."), que resume algunos de los elementos fundamentales de la creación de aquel romántico que escribió el relato en sólo cinco meses.

Hugo exalta en su obra sus temas preferidos: el de la libertad enemiga de la violencia; el remordimiento saludable, del arrepentimiento y la expiación; el de la redención del mal por obra y gracia del amor. Su objetivo fue integrar la exaltación romántica con determinados aspectos de la cosa grotesca, recargada. El cine se aproximó en reiteradas ocasiones a la historia de Quasimodo y Esmeralda, aunque en rigor la idea de Hugo sobrepasa a estos personajes.

Como con todos los clásicos, es deseable un Víctor Hugo renovado, siempre y cuando se sepa remontar el tiempo sin traicionar el espíritu de época, la razón de su vigente valor universal. Esta versión de Cibrián Campoy-Mahler atiende más al valor poético y textual que a la exteriorización de las posibilidades escénicas. El dibujo de los personajes protagónicos posee solidez y se captura la ruidosa atmósfera épica. Desde la letra y la música queda muy clara la división entre los "lumpen" y el fuerte poder esgrimido por las clases dominantes, es decir la aristocracia, el clero y la justicia, estrechamente vinculados.

La puesta en escena de Cibrián Campoy armoniza con excelencia la estupenda música de Mahler -donde sobresale la muy bella canción "Qué lejos están las estrellas"- que combina orquestaciones de rica variedad tímbrica con armonizaciones perfectas, con la solvencia interpretativa de sus criaturas protagónicas. Todas las secuencias de conjunto tienen el sello de la sincronización.

En la dirección de actores deben sumarse aciertos. Ignacio Mintz es un Quasimodo entrañable al que el actor entrega su cuerpo y su voz en perfecta armonía; Luis Blanco ofrece una labor brillante como Claudio Frolo, debatiéndose entre la obligación y el amor en todo momento y Florencia Benítez otorga a Esmeralda la carnadura que el personaje requiere. Carolina Gómez es la Paquette y Bettiana Bueno junto a Pedro Muñoz integran un dueto de entrega absoluta. Todo el elenco no sólo posee estupendas voces, sino que construye sus roles con indisimulable convicción. Sería injusto no hacer especial énfasis en destacar signos de indudable teatralidad en esta puesta, como el vestuario de Alfredo Miranda, el sonido de Osvaldo Mahler y la dirección vocal de Juan Rodó.

Es posible que Víctor Hugo no haya imaginado nunca su texto representado según la puesta en escena de Pepe Cibrián Campoy, pero es indudable que hubiera valorizado la decisión y la garra de una relectura apropiada, donde cobran fuerza notable el dramatismo y la poesía.

En la totalidad, se desestiman tintes barrocos y surge nítidamente el tema de las apariencias. En nuestro tiempo, sigue estando sobre el tapete la cuestión de la belleza, de la fealdad y del rechazo que ésta genera. La enorme belleza interior del jorobado no le impedirá rebelarse. Establece comunicación con otros para contrarrestar el efecto de la soledad. Canta. Y alguien lo escucha.