Un precursor de la poesía moderna en la Grecia antigua

Calímaco pertenecía a una familia noble que se arrogaba descender de los fundadores de Cirene, donde nació, entre el 300 y el 310 a.C. Tras sus estudios se transfirió a Alejandría, donde fue al principio maestro escolar en los suburbios de Eleusis. Con el tiempo, logró introducirse en la corte; trabajó en la célebre Biblioteca, en el ámbito de la cual publicó un extraordinario catálogo en 120 volúmenes. Este número condice con su hiperbólica producción -no menos de 800 libros, según algunos estudiosos-, en la que deberían computarse también las apasionadas polémicas literarias con sus adversarios -famosa, la entablada con Apolonio de Rodas. Esta vasta obra probablemente haya en parte contribuido a que resultase el autor más citado de la antigüedad clásica, después de Homero.

De tal mole de escritos, pocos papiros llegaron a nosotros. Se destacan "La cabellera de Berenice" (o "El bucle de Berenice", dedicado a la mujer de Tolomeo Evergete, que había accedido al trono, y que ayudó a Calímaco en su efectiva participación en la Biblioteca), que conocemos además en la versión latina de Catulo. A través de manuscritos medievales, nos llegaron sus Epigramas e Himnos.

Calímaco fue el principal representante literario de ese singular fenómeno histórico y cultural que significó la extensión de la civilización griega en Oriente. Su testimonio de tales transformaciones influyó en la amplia ascendencia que tuvo entre sus contemporáneos y en los siglos que sobrevinieron. Fue especialmente venerado por los "poetas nuevos" ("neoteroi") latinos del siglo I a.C., refinados, cultos, rigurosos y a la vez ansiosos por lograr una impresión de espontaneidad, intimidad confesional y amistosa divagación.

Calímaco, en efecto, enseña a sus discípulos el rechazo al poema "cíclico". Como puntualiza Horacio Castillo en su prólogo y en las notas a su ejemplar versión de los Epigramas, esta aversión al poema "cíclico" debe entenderse como rechazo al "poema extenso, ambicioso, a la sazón cultivado por tardíos imitadores de Homero". Consecuentemente, se produce un "distanciamiento de la materia mítica, refinamiento del lenguaje, innovaciones métricas".

Recuerda Horacio Castillo: "El epigrama se propagó por todo el mundo -Egipto, Siria, Constantinopla, Roma- y fue durante quince siglos una venerable forma poética. En ese prolongado período -sin perder del todo su función original de epitafio-, amplió el número de versos, se convirtió en dialógico, adoptó formas dramáticas, se hizo narrativo, epitímbico, anataemático, erótico, descriptivo, lúdico, moralista. Pero a pesar de todas las modificaciones conservó sus atributos esenciales: concisión, agudeza, remate".

Calímaco es, de alguna manera, el precursor de la concepción que hoy tenemos de la poesía, producto de un modelo de escritor entregado a la definición y defensa de su materia, el lenguaje, y a la consecución de la maestría de la propia palabra justa sobre toda otra consideración extraliteraria.