íVamos, vamos, Argentina!

Un hallazgo: Santa Fe puede ser bella. Los destructores y particulares pozos de las calles, las veredas rotas y con sorpresas (de esas que dicen que traen suerte), los desniveles asesinos, los desprolijos pastos crecidos en variedad de escenarios, la contaminación visual, la humedad o el frío que la envuelven no pueden ni podrán definirla como una ciudad imposible de habitar. Contribuyen, pero no la definen.

No se trata de una hipótesis; es una afirmación comprobable. Eso sí, en algunos horarios y sólo por tiempo absolutamente determinado, hasta el 9 de Julio, y depende de unas pocas piernas entrenadas para maniobrar el objeto del deseo de un país (ípoco apoyo logístico para los muchachos!).

El sábado, Santa Fe mostró los tenues rayos de sol de la tarde desvanecerse y, junto a ellos, el silencio y la tranquilidad del paisaje marcaron la posibilidad de otros ritmos. Una oportunidad única, en especial, para los que desconocen el privilegio de gozar frente a la pantalla, que mostró gloriosa un campo verde y militantes de la pelota corriendo tras ella para llevarla hasta la red. Y el privilegio también de compartir tamaño sufrimiento, expectativa y, en este caso, alegría, con otros tantos privilegiados, potenciando emociones.

El sábado, por dos horas, pocos "desafortunados" pudieron vivir una experiencia religiosa (como diría Iglesias hijo): transitar por las calles de una ciudad sin autos, por lo tanto, sin caños de escapes impertinentes y tóxicos; sin gritos ni escandalosas manifestaciones de mal humor, ni bocinazos, ni andares apurados, ni rostros descontentos. Aún más: tampoco se vio el hambre de los chicos desabrigados correteando entre los autos. Hasta el supermercado en su día de descuento pudo ser transitado.

Eso sí, aunque no se escucharon las campanas dando las 12 (a menos que se hayan perdido entre los bocinazos y gritos), el encantamiento se rompió igual y en un segundo todo volvió a la normalidad, sólo que con mejor humor y el traje de conciencia nacional.