En la visita a España

Kirchner con cambio de tono


El presidente volvió hoy de un viaje a España que lo mostró con inusuales gestos de amistad hacia los inversores y empresas extranjeras. A la explicación hay que buscarla en la preocupación creciente por la sustentabilidad del crecimiento.

Darío D'Atri (CMI)

Néstor Kirchner regresó de España con una valija cargada de fuertes señales proinversiones, dirigidas a las empresas locales y extranjeras. Aunque el gobierno tiene sobradas razones para considerar exitosa la visita del presidente al principal aliado europeo de la Argentina, hay que decir que la estadía en Madrid mostró a un Kirchner parecido al de siempre en lo discursivo, pero claramente más permeable a los reclamos históricos de las grandes empresas ibéricas con presencia en nuestro país.

La implícita aceptación de aumentos de tarifas, que llegarán antes de que las urgencias electorales los transformen en un elemento espantavotos, lleva a leer el significado profundo de la visita como un cambio que implica una salida progresiva de aquel estadio del enojo; un relativo fin de la edad de la inocencia, que significó casi tres años de juegos a las escondidas con los grandes inversores internacionales en la Argentina.

Es cierto que Kirchner supo manejar siempre con habilidad la distancia precisa entre la imagen pública de agresividad casi anticapitalista y su pragmatismo justicialista que, dentro de los despachos, lo transformaron para los empresarios en un mandatario complicado pero no imprevisible. Ahora, en cambio, con los fuertes indicios de desaceleración de la economía en las manos del jefe de la Rosada, lo que aparece es un progresivo, a veces, sutil, pero evidente e indiscutible tránsito hacia un pragmatismo de mercado, que apunta a seducir a inversores y atraer capitales que le permitan a la Argentina contener los riesgos de una lentificación del crecimiento.

El mapa de las dudas

El gobierno nacional apenas se distrajo un par de semanas con el barullo de las tempranas y potenciales candidaturas presidenciales de Roberto Lavagna y Mauricio Macri. Pasado el primer impulso de responder desde el mismo plano, la Casa Rosada enfocó la proa hacia el lugar donde residen los únicos puertos seguros en el camino de un proyecto kirchnerista de larga, larguísima, estadía en el poder. Esos puertos son, lo sabe Kirchner, el crecimiento sostenido de la economía, la baja del desempleo y una mejora lenta, pero mejor al fin, de los índices de distribución de la riqueza.

Por eso, esta vez en España casi no hubo peleas con aquellos empresarios que, tres años atrás, se quedaron boquiabiertos cuando enfrentaron a un Kirchner furibundo. Al contrario, ahora el presidente apuntó todos sus esfuerzos hacia el sendero de la seducción, forzando inclusive anuncios de inversiones que tienen grandes condicionantes y cuyo grado de realismo es, como mínimo, dudoso.

En el campo político, Kirchner transitó por las calles de Madrid con un discurso que traerá seguramente críticas veladas de Estados Unidos, al que enrostró no haber salido a bancar a la región latinoamericana en el momento de las crisis de fines de los '90, pero, al mismo tiempo, buscó generar hacia Europa, a través del emisario español, una señal de mayor responsabilidad de estadista. Kirchner no se privó de defender a Evo Morales y a Hugo Chávez ante la desconfianza de los países europeos, pero lo hizo más para legitimar ese rol cuestionable y siempre confuso que el Brasil y la Argentina han intentado vender a Estados Unidos y al resto del G-7: el de ser las únicas garantías en Sudamérica de control y freno del populismo neocubano del líder caraqueño, y, más recientemente, del presidente boliviano.

La Argentina, en la mirada de Kirchner, tiene las condiciones para mantener el actual esquema económico de crecimiento basado en un tipo de cambio hipercompetitivo, pero los zigzagueos del escenario internacional, con tasas en alza que chupan capitales que, de lo contrario, irían a los países en desarrollo, precios de commodities que pueden haber alcanzado un techo y, a nivel interno, enormes restricciones dadas por el cuello de botella energético, han generado un mar de dudas que llevan al presidente a buscar redes de contención.

Por eso el viaje a España fue tan buscado, casi al extremo de la súplica, por la Casa Rosada. Porque necesitaba un escenario que proyectara esta nueva imagen internacional que busca emitir el propio Kirchner, la de una Argentina que busca capitales productivos, que no espanta -al contrario- a sus inversores, y que presenta jugosas oportunidades de rentabilidad.

Pragmatismo de mercado

En la semana se conocieron datos que muestran cierta desaceleración de la economía, y el propio presidente del Banco Central, Martín Redrado, dijo en el exterior que la Argentina no puede seguir creciendo a las tasas actuales por los problemas energéticos. Al mismo tiempo, hay indicios, no del todo comprobables, es cierto, que la política de control de precios manejada con tonos de matón ha frenado levemente la tasa de inversión. Si a eso se suman varios pronósticos que, en manos de Kirchner, muestran para el segundo semestre de 2007 un escenario bastante más duro que las mieles del crecimiento a las que está acostumbrado el presidente desde que asumió, surge un listado enorme de razones para transformarlo en un animal político que dé a luz un pragmatismo de mercado hasta ahora disimulado.

Eso implicará, seguramente, una ratificación del tono conservador u ortodoxo en el rumbo macroeconómico, sobre todo tratando de frenar el creciente desfasaje entre el crecimiento del gasto público y el de los ingresos fiscales, con el agregado de un perfil inversionista hasta ahora inexistente. Kirchner y el gobierno saben que si hubo inversiones fue por las jugosas tasas de rentabilidad que vino ofreciendo una economía en crecimiento explosivo; no por la cara de buenos amigos de los funcionarios del gobierno.

En la política interna no habría que esperar cambios a una fórmula que ha sido más que rentable para el kirchnerismo: populismo microeconómico, como llaman los analistas, condimentado por un discurso contra los poderosos, defensor de los más humildes y recuperador de la mística más visceral del peronismo.

El problema, porque siempre los hay en los cambios abruptos de intenciones políticas, es la capacidad de convencimiento y la velocidad de respuesta que pueda, eventualmente, generar esta recién estrenada preocupación presidencial por los factores estructurales del crecimiento: inversiones y alianzas estratégicas con los grandes países.

El presidente ha puesto su mira en lo económico, pensando menos en el día a día de la caja y más en las condiciones objetivas y subjetivas que el mercado le viene demandando para convencerse de la sustentabilidad del modelo. No implica lo anterior que vaya a perderse una sola oportunidad de meter sus pies en los barros de la política electoral, pero, ahora que termina la primera mitad del año, habrá que esperar hasta fines de 2006 un mandatario "market friendly", como dicen en las bolsas y casas de inversión, obnubilado por alcanzar un horizonte de crecimiento 2006 que le deje como mínimo un piso del 5% para el clave 2007.