Nidya Mondino de Forni
Se dice que Dante es el mayor poeta de los muertos, pero paradójicamente en su poema no existe la muerte. Entiéndase bien, la muerte física, la espantosa disolución de la carne, la putrefacción del cuerpo. Esa muerte no se encuentra en la "Divina Comedia". Los muertos de Dante se asemejan en un todo a los vivos: hablan, recuerdan, lloran, profetizan, enseñan. Son almas que sufren, esperan, se regocijan, como si la muerte hubiese sido una simple pausa de la vida, donde la tierra no ha sido olvidada.
El fin del cuerpo no es sino un episodio irrelevante, el paso de una a otra forma de vida. El poeta como cristiano creía en la vida eterna del alma en el cielo, y como poeta creía en la vida perpetua en la gloria de la tierra.
Así, sus muertos son vivos, aun más: "Los únicos vivos liberados para siempre de la efímera prisión de huesos y sangre".
En el Sexto Círculo de la "selva oscura", imaginado como un gran cementerio con sepulcros encendidos y con las tapas levantadas, los condenados se encuentran boca abajo. Como antes se separaron de la religión verdadera, ahora padecen el fuego al margen de los condenados, recordando ello el castigo de la hoguera impuesto a los epicúreos en la Edad Media, quienes negaban la inmortalidad del alma. Observan Dante y Virgilio (su guía) que de uno de estos sepulcros se alza arrogante un condenado diciéndole: