Apuntes de política provincial
Argentina: ¿un país de iluminados y aparecidos?
Por Teresa Pandolfo

Quizás la construcción de un país lleve más de ciento noventa años. Pero resulta sintomático que a los argentinos, en todas las épocas, nos haya costado tanto encontrar un proyecto en común para encolumnarnos detrás.

Todos pensamos la Patria como el espacio propio, pero las visiones resultan tan diferentes que no se entiende el hecho de que naveguemos por un mismo cauce.

La insatisfacción persiste y han pasado las décadas sin que, colectivamente, en lo intelectual hayamos crecido, y menos, respecto de la tolerancia frente a la diversidad, personificada en quien piensa distinto u observa o vive los acontecimientos de otra manera, siempre hablando desde una posición de honestidad. La tolerancia... requerimiento básico, al igual que la solidaridad, para construir una nación. Pero, íqué lejos estamos de practicarla en las relaciones sociales, que incluyen las político-institucionales!

En ciento noventa años han prevalecido las figuras presidenciales fuertes por encima de las instituciones. Como condición esencial, éstas demandan que las personas que las integran se escuchen, sin dejar librado el escenario al simple juego de la mayoría frente a las minorías. Del mismo modo que la negociación trabajosa para alcanzar un consenso, a fin de que una medida o decisión que se adopte no sea desconocida y descalificada por el gobierno siguiente.

Esto implica una actitud permanente de diálogo, en el sentido amplio, y no pretender tener siempre la razón individual para, de esta forma, poder acercarnos al pensamiento o sentir colectivo. Implica la necesaria libertad de expresión, porque estamos hablando entre ciudadanos-pares, comprometidos en resolver los problemas comunes. Implica educación en toda la extensión del concepto y discernimiento frente a las opiniones de los otros. Pero la Argentina, en su historia, no lo ha querido masivamente.

Sin instituciones fuertes

Siempre existieron grupos que defendieron el valor de las ideas, de las instituciones y su fortalecimiento: la primacía de éstas por encima de los personalismos; pero no fueron populares. Los personalismos encuentran su soporte en las adhesiones masivas y éstas, generalmente, para unos, vienen de la mano del clientelismo y de la dádiva, y para otros, además, del discurso que disocia en lugar de aquel que busca generar espacios en común.

En este esquema, entonces, siempre hubo "un iluminado". Y cuando un territorio parecía no tenerlo, aparecía -valga la redundancia- "un aparecido", alguien que llegaba a salvarnos de una situación o a cubrir la carencia... Y, cada vez que esto ocurría, nos pareció que todo quedaba resuelto, en tanto íbamos postergando lo fundamental para hacer un nación.

Por eso, los partidos políticos están tan débiles, incluso el del gobierno. ¿Para qué tener estructuras orgánicas, de discusión, de innovación doctrinaria, si siempre hay otro que habla por los demás y a quien nadie puede contradecir?

¿Para qué formar dirigentes interesados en hacer carrera política y en el funcionamiento de las instituciones, si es posible apelar a un "aparecido"? Lo sacamos de la galera, le decimos que debe ocupar los espacios mediáticos o recorrer un territorio para entender de qué se trata y ya está... Apareció el candidato o el gobernante. Un acto mágico que responde a un pensamiento mágico, lógicamente.

¿Para qué ser creativos e innovadores, si reciclando propuestas nunca cumplidas de décadas atrás y pegando gritos logramos efectos? ¿Qué efectos? Quizás sólo mediáticos; los otros no podrían aparecer nunca si no hubiera un cambio de actitud.

Reclamamos otro escenario de situación, pero somos débiles para cambiar en lo personal o en cuanto a las formas que debería presentar un gobierno institucional.

Y entre "iluminados" y "aparecidos" fueron pasando los años de nuestra historia. En la Argentina, con un territorio bendecido por la Naturaleza, hoy todavía existe una gran deuda social y una falta de expectativas de futuro, aunque los números de su macroeconomía hayan superado los pronósticos más optimistas.

Una democracia republicana es mucho más que un conjunto de números, por más que éstos signifiquen una mejor situación para muchos argentinos respecto de años o décadas anteriores.

Nuestra escuela pública no transmite calidad de conocimientos; la población, en materia de salud, navega en las aguas de la incertidumbre, incluso quienes están adheridos a sistemas de prepagas. Ni qué hablar del sistema previsional y, en la otra punta del arco, del desorden social observado en todos los niveles sociales. La familia, como primera formadora, ha perdido valor en el imaginario colectivo.

Pero los Derechos Humanos comienzan allí: en las condiciones dignas para un nacimiento -que implicará inmediatamente para el Estado ser un documentado dentro de su Patria- y en el afecto y la seguridad aportados por una pareja institucionalizada.

En el saber que habrá una escuela, elegida de acuerdo con las convicciones de los progenitores, la cual brindará los conocimientos necesarios para la época en la que se debe actuar y las posibilidades de una capacitación superior para acceder con más aptitudes al mercado laboral. En otro plano, en un contexto de apoyo a la empresa privada para que tenga certidumbre en sus inversiones y sea el verdadero eje dador de trabajo.

Un proyecto que como punto de partida contenga estas premisas básicas necesariamente requiere un continente de institucionalidad sólido y funcionamiento democrático. En nuestro país, al igual que en la provincia de Santa Fe, persisten asimetrías sociales muy marcadas y no sólo por cuestiones geográficas.

La comprensión, la tolerancia, el pensar por el otro que se encuentra en una situación distinta vienen de la mano del conocimiento, de la confianza, de la libertad para decidir un futuro porque uno ha sido capacitado para ello. En definitiva, para actuar conforme a la conciencia, sin miedos y sin resentimientos.

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