Cristina Kirchner es hoy la candidata a presidenta

Kirchner anticipó aquí y en el exterior que no se presentará y que aspira a que ella lo suceda.

Cristina Kirchner está apurada por resolver la sucesión y, de hecho, hoy es la candidata presidencial del oficialismo para el año próximo. Su esposo, el presidente, ha ratificado en los últimos días, aquí y -lo que es más importante y novedoso- en el exterior, que no será candidato a la reelección. La candidata a sucederlo es la flamígera senadora, predispuesta siempre a confundir la libertad de los demás con sus propias ambiciones.

No hay explicación sensata para la decisión de Kirchner de renunciar a un período presidencial, salvo que se la encuentre en el proyecto incierto de despertar la nostalgia social de Kirchner. Sin embargo, la política frecuenta más el olvido que el recuerdo y la ingratitud, más que la lealtad. Cristina es popular cuando calla, pero, aun así, está siempre, en cualquier encuesta, muy por debajo de su esposo. No hay otro candidato mejor que ella si no está el presidente, subrayan al lado de Kirchner.

En los últimos veinte días, Kirchner repitió en Buenos Aires, en capitales extranjeras, ante influyentes interlocutores, que el año próximo dará un paso al costado. Sus palabras en el exterior tienen un valor superior a las que deja caer en su propio país, porque afuera nadie hará nada para retenerlo ni para sacarlo del poder. "Sé que no me creen, pero no seré candidato", se lo escuchó asegurar hace muy pocos días.

Esas aseveraciones coincidieron recientemente con una suerte de exaltación del cristinismo en el ágora del poder. El canal de televisión oficial le dedicó dos horas y media a su discurso incandescente sobre la necesidad y urgencia de los decretos de necesidad y urgencia. Antes, decía y hacía todo lo contrario.

El bloque de senadores justicialista y el reglamento de la propia Cámara se inclinaron ante la voluntad de la delfina. Un silencio de cementerio siguió a su diatriba y el tiempo reglamentario fue cuatro veces violado. La Argentina se pareció entonces a una enorme y vasta Santa Cruz.

La decisión de Kirchner y la candidatura de Cristina, ¿son definitivas e inmodificables? La respuesta es necesariamente vaga e imprecisa. Ningún político -y menos Kirchner- entrega el poder en una rifa de kermés. Si Cristina resultara una mala candidata y si no hubiera otro candidato alternativo (como no lo hay hasta ahora), el presidente volverá a ponerse el uniforme de campaña. Está claro que la decisión es preservar nuestro poder, aclara el kirchnerismo. La aclaración no hace falta; la política y el poder son el ajuar del matrimonio presidencial.

A Cristina le gusta pasear por los libros y, a diferencia de su marido, la deslumbra el escenario internacional. Nunca incursiona en temas ni en cuestiones sobre las que no se peló las cejas. Pero tiene dejos evidentes de arrogancia y no concibe la razón en otro lado que no sea el suyo, cuando le importa tener razón.

Su relación con el periodismo es distante, fría y combativa. Llegó al absurdo de afirmar que el gobierno es censurado por la prensa. Ningún gobierno, en los últimos 23 años de democracia, ha tenido tanta buena voluntad periodística como la que arropa a Kirchner.

El periodismo y los Kirchner son definitivamente incompatibles. Un presidente que desprecia las estructuras partidarias y que busca esquivar el control institucional sólo confía en su relación directa con la sociedad. El problema consiste en que la prensa se le mete en el medio. Innecesariamente, ha decidido competir con el periodismo por el control de la opinión pública. Ése es el conflicto de fondo, que no carece de palabras injustas y de agravios innobles.

Para colmo, aparece un Kirchner más solidario que antes con Hugo Chávez, el líder sudamericano más enfrentado con los medios periodísticos. Creíamos que Kirchner y Chávez no eran la misma cosa o así, al menos, lo deslizaba el presidente argentino en sus conversaciones en el sótano. "Nuestros gobiernos", acaba de decir Kirchner en Caracas, "no son populistas, sino progresistas". Por primera vez, se comparó a sí mismo con el colorido caudillo de Caracas cuando usó el pronombre en primera persona del plural: "nuestros" gobiernos.

Fue hasta donde nadie lo llamó y proclamó la vigencia de la democracia plena en Venezuela. El conflicto político de Venezuela es muy complicado y resulta imposible encontrar el equilibrio donde todo lo que no es chavista es furiosamente antichavista. Alguna vez Kirchner se reunió con los opositores de Chávez, pero esta vez no necesitó hablar con ellos; le bastó con la promesa del vendedor para establecer la calidad de la mercadería.

Puede ser que Kirchner haya decidido contenerlo a Chávez pareciéndose a Chávez. Sería una receta rara y difícilmente eficiente. Más vale suponer, en cambio, que el presidente ha cambiado su política de desendeudamiento y que se está endeudando con el prestamista Chávez, al que ya le vendió cerca de 3.000 millones de dólares en bonos argentinos, que alguien tendrá que pagar algún día. Le pagará el doble de intereses que los que reclama el FMI, pero Chávez hace sus negocios con los bonos argentinos y no le inspecciona las cuentas a Kirchner. El provecho, financiero o político, es bueno para los dos.

Chávez ha entrado, más por la ventana que por la puerta, en el Mercosur. En el acto puso condiciones de caudillo metido en todo: deberá irse del Mercosur, anunció, cualquier país que negocie un tratado de libre comercio con los Estados Unidos. Como lo ha demostrado la Unión Europea, las alianzas regionales funcionan sólo cuando no son ideológicas. Hay cierta hipocresía en Chávez: no existe en los hechos mejor tratado de libre comercio que el que Venezuela tiene con los Estados Unidos. El comercio venezolano con Washington supera al que tiene Caracas con el resto del mundo.

En Madrid y en Caracas, Kirchner habló con desparpajo y criticonamente del gobierno de Bush. Ese discurso es también nuevo, pero no carece de cierto oportunismo. Bush ha colapsado constitucional y políticamente y tiene, además, más problemas que soluciones en buena parte del mundo.

Kirchner se parece, a veces, al exótico norcoreano Kim Jong-li, que juega con misiles en el Mar de Japón, como quien tira al blanco, confiando también en la debilidad de Bush. La diferencia es que a Washington le importa poco lo que dicen y hacen en América latina.

Esa frialdad washingtoniana es la que Kirchner le reprocha a Bush, no sin razón. Pero es contradictoria con su promesa a Tom Shannon, subsecretario de Asuntos Latinoamericanos, de que las diferencias entre los dos gobiernos no volverían, luego de Mar del Plata, a ventilarse en público.

Altos funcionarios del gobierno repiten el viejo discurso de que la administración de Kirchner no quiere roces con Washington. Hecha esa aclaración, comienzan a soñar y confiesan que les gustaría un próximo gobierno demócrata en Washington; sería mucho mejor aún para ellos, murmuran, si la próxima presidenta norteamericana fuera Hillary Clinton, modelo político de Cristina. Bush terminará su mandato junto con Kirchner. ¿No era que Kirchner había renunciado a un segundo mandato?

En principio, ha renunciado a continuar en el gobierno, pero no en el poder. Superpoderes los tuvieron todos los gobiernos, es cierto, pero ya es hora de que la reconstrucción institucional suceda a la reconstrucción económica. Rodolfo Terragno la espoleó a Cristina cuando hizo suyo un perfecto proyecto de la entonces diputada opositora Kirchner para reglamentar los decretos de necesidad y urgencia que, según parece, eran una pésima fórmula de gobierno cuando estaban en manos de otros gobiernos. Falta hablar aún de los fideicomisos.

Cada uno de esos conflictos podría tener su explicación separadamente. El problema es que todos ellos juntos hacen innecesarios el presupuesto, el Congreso y cualquier organismo de control. ¿Por qué no decretar también la inutilidad de la prensa? La concentración del poder es un camino que termina, sin remedio, en la devaluación de la democracia, que es, al fin y al cabo, la amenaza que se cierne sobre América latina. ¿Abandonará el poder fácilmente quien tiene una vocación infinita de poder y reconocida habilidad para construir poder?

Calma. El proyecto de Kirchner consiste sólo en abandonar eventualmente el gobierno, pero subido a un tren de cercanías.

Por Joaquín Morales Solá

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