ANALISIS
Lo cortés y lo valiente
Por Enrique Cruz (h)

La muerte de Italo Giménez hizo que se observaran reacciones que reconfortan y enaltecen a quienes las realizan. Por ejemplo, observar en las participaciones aparecidas en El Litoral que el club Atlético Unión participa de su fallecimiento.

En tiempos en los que las relaciones entre los dos clubes, inútil e increíblemente, están cortadas, este tipo de gestos no hace más que marcar enormes distancias con aquellas actitudes reaccionarias, posiblemente impensadas y hasta intempestivas de los dirigentes de turno que resolvieron romper relaciones creyendo que de esa forma podían ganarse la estima y el reconocimiento de sus hinchas.

Colón y Unión no pueden darse el lujo de romper relaciones por estupideces. El tiempo y estos hechos, que ponen las cosas debidamente en su lugar, son los que acomodan por sí solos las circunstancias.

Hoy, en el dolor del pueblo sabalero por la muerte de uno de sus más iluminados dirigentes, aparece el club Atlético Unión (involucrando así no sólo a los responsables en la conducción sino también a su gran masa de socios y simpatizantes), participando de ese dolor.

Es destacable y valorable lo que hizo Unión. Algunos dirán que es necesario; o que es simplemente una demostración de buenas costumbres, pero encierra -al menos para quien esto escribe- un significado que debe ir más allá.

Colón y Unión no pueden estar divididos por otra cosa que no sea la pasión de su gente, la necesidad de ganarse en eventuales 90 minutos de juego o en el clásico folclore del fútbol, que permite aceptar como válido que la derrota de uno puede justificar la alegría del otro.

Pero nunca, jamás, Colón y Unión deben caminar por veredas enfrentadas cuando se trata de defender intereses comunes. Los dirigentes deben entender que la fuerza que tienen -juntos- es inacabable. Y por eso no se justifica, bajo ningún aspecto, que mantengan relaciones cortadas o frías.

Se sabe que lo de Unión estuvo totalmente apartado de cualquier especulación demagógica. A nadie se le habrá ocurrido pensarlo así. Fue una estricta cuestión de justicia y de respeto. ¿O acaso Giménez y Casabianca, allá por mediados de los "60, no habrán querido lo mejor para sus clubes cuando compartían cuestiones esenciales para el logro de éxitos deportivos y ayudas económicas?

Lo cortés no quita lo valiente. La rivalidad es adentro de una cancha y ahí sí se admite todo. Afuera, Colón y Unión -en la frialdad y sapiencia de sus dirigentes- deben entender que hay muchos puntos en común sobre los cuales encontrarán argumentos más que suficientes para luchar juntos.