Temor

Carlos Catania

Instalado en la Casa del Hombre, el Temor, desde tiempos inmemoriales, ha polarizado mitos y costumbres que, examinados sin prejuicios, no guarden relación estrecha con auténticas reacciones ofensivas. El fetichismo aleja de sencillas verdades. Tocarse tres veces la nariz con la punta del índice o contar hasta siete son jueguitos estériles. Las concepciones mágicas proponen falsas ilusiones. Al igual que la imagen idealizada que tenemos de nosotros mismos, no son metas que uno se esfuerce en alcanzar, sino ideas fijas que veneramos. Es decir, nada.

En este aspecto, el intento de una teoría crítica que pretendiera abarcar dominios extensos y cambiantes provocaría serios mareos intelectuales. Preferible cavar en marcos de referencia previamente determinados. No obstante, los "rasgos" que en el curso de los siglos reaparecen una y otra vez en los individuos prueban la poca incidencia que sobre la psiquis ejerce la característica de la época o, en todo caso, que nada liga a los individuos con "el estilo social" (cultural) en que transita, salvo una exterioridad acomodaticia y el recelo que trae aparejado el nadar a contracorriente.

Las diversas grabaciones del temor, en aspectos insospechados, impregnan la vida cotidiana. Vivimos en guardia. El poeta romano Estacito sostuvo: Primus in orbe deos facit timos ("El temor fue lo primero que hizo a los dioses en el mundo"). Consecuentemente, el temor impulsa a poner en práctica la laboriosa técnica de la mentira. El temor concreto se manifiesta, por así decir, "materialmente". No creo que haga falta mencionar sus matices. El otro temor, llamémosle subterráneo, aquel que suscita la pregunta ¿temor a qué y por qué? habita en terrenos metafísicos, donde la psicología pareciera agotar su tarea.

En la Era del Temor, la libertad desaparece. Las acciones del hombre permanecen uncidas al carro de la apariencia. La desconfianza se adueña de las riendas y el camino depara sobresaltos ya previstos, no por ello menos sorpresivos. Tarea ingrata la de vivir a la defensiva. El temor se adueña de la mente y de nada sirven sacudimientos de cabeza ni trucos de sortilegios. La presión ejercida sobre la materia obliga a estrategias escapistas, a deslealtades, traiciones y al esfuerzo de cancelar, sin éxito, el malestar. El solipsismo conduce la existencia a bunkers, donde la conciencia termina asfixiándose. íY a las consecuencias llamamos soledad! No conozco un término que defina este fenómeno perturbador de la existencia.

Abundan sustancias medicinales, pastillas antidepresivas, atemperantes perecederos de angustias y fobias, que permiten vivir tranquilo en medio del caos. No existen lenitivos, en cambio, para el Temor Indefinible, ni recetas destinadas a desacreditar un estado sumido ya en el acostumbramiento. Aguardar un cambio en el hombre, que como alguien ha dicho, constituye el cáncer de la Tierra, resulta por el momento utópico. Digo por el momento, en razón de que mi pesimismo detesta apostar a un futuro terrorista. íEs tan fácil moralizar sin hacer! Curiosa tendencia, más frecuente en las clases opulentas y ociosas que en las marginadas.

Aunque carezcamos de una fuerza contrastante similar al Temor que nos acecha, es posible concedernos modestas escaramuzas, una suerte de tácticas guerrilleras que, desde luego, sólo proporcionan cierta lucidez de conciencia, lo que impide caer en lo que todo el mundo dice, opina y repite hasta el cansancio, por carecer de una concepción del mundo que vaya más allá de lo inmediato; sin haber pellizcado siquiera la piel del humanismo mediante un examen casual. Nada más banal e inútil que la queja acerca de los efectos, sobre todo si la persona no ha hecho absolutamente nada para oponerse a los mismos. Los gruñidos forman parte del ridículo de la especie. (El espacio asignado a esta nota me obliga a dejar de lado los llamados sentimientos).

Pero si la materia es perecedera, relámpago fugaz de la condición humana, el conocimiento, la creación, las ideas extraídas del fondo de un examen riguroso traspasan los siglos como flechas lanzadas hacia las nubes. Desdichadamente prestamos menos atención a esto último que a lo primero. Hay que vivir -dice aquel individuo-, no puedo perder el tiempo en pensar. No entro a discutir esta elección, pero sospecho que el arco de la existencia adquiere tensión cuando apuntamos a los movedizos blancos de las verdades inquietadas por las consagradas convulsiones de la estupidez.

Un filósofo, cuyo nombre se me escapa ahora, afirmó que oír no es lo mismo que pensar. Yo agregaría: ver tampoco lo es. Vivimos una época de orejas y pupilas encandiladas; por ellas penetran sonidos e imágenes que luego destila la boca. Un mundo que habla para no decir nada o habla para sordos. Vocecitas dispersas claman por un humanismo descuartizado, convertido en puré de trivialidades, pues el rugido de la insensatez ensordece. Pensar con rigor es pecado. Aspirar a un cambio, subversivo. A menudo, el Temor conduce al Error.

El signo trágico del ser humano alienado es su apego a lo establecido. No vislumbra alternativa alguna. Sobre estas bases levanta su hogar, pone cerrojos en las puertas y en la mente. Un modelo de ser humano: acepta el mundo que le ofrecen y carece de una representación del mismo; se acomoda, saca el partido que puede, no tarda en aborricarse y llama pensar a las inspiraciones cercadas por la costumbre e ignorancia. Señalo tal estado sin ánimo de burla o desprecio.

Todos somos ignorantes respecto de esta o aquella manifestación de los objetos de la cultura. Sólo la conciencia de vacíos semejantes, evita que caigamos en el ridículo de "opiniones" descaradas, emitidas sin otro fundamento que el que reza: "Y bueno, yo pienso así". Ante lo ignorado se impone un respetuoso silencio, apto para impedir el paso a la chismografía y balas perdidas. Admira a la gente auténticamente sencilla, ajena a los pegotes didácticos de la "civilización", a sus mitos, mentiras y obsecuencias emanados del Temor, pero con una sabiduría adquirida en la cordialidad objetiva con su entorno.

He conocido muchos sabios analfabetos, despojados tanto de los complejos del ignorante como de las posibilidades indagatorias de quienes, como el que escribe, puede darse el lujo de abordar teorías críticas.