El arte de hablar entre sexos opuestos
Ni mejores ni peores. Diferentes. Psicólogos, antropólogos, sociólogos, biólogos, intentan, desde hace siglos, hallar una respuesta que explique por qué hombres y mujeres somos tan distintos. Cuanto mejor comprendamos cuáles son esas diferencias, más cosas podremos lograr juntos, aunando y sumando nuestras fuerzas, en vez de resaltar nuestras debilidades. (Segunda parte).

Hombres y mujeres formaron sus estructuras cerebrales de manera tan diferente, que incluso, la simple comunicación verbal puede convertirse en un diálogo entre sordos. Hoy en Nosotros, develamos algunos de los misterios de esa comunicación interrumpida por malos entendidos, de origen ancestral, y que hacen a las divinas diferencias entre los sexos.

La mitad derecha e izquierda del cerebro de la mujer está profundamente comunicados entre sí. Es por eso que el centro del habla se encuentra preparado para funcionar sobre varios temas diferentes, al mismo tiempo. Incluso, a veces, observamos que una frase dicha por una mujer puede implicar distintos temas en sí misma. Eso irrita, desde luego, a los hombres, quienes poseen un pensamiento concreto y se expresan llegando al centro mismo de la idea de la cual partieron.

Una charla entre mujeres podría compararse con un partido de fútbol, en el que 4 ó 5 pelotas entran al mismo tiempo al campo de juego.

Sin esfuerzo alguno, las mujeres que conversan juntas tocarían varios temas al unísono, y ninguna de ellas dejaría caer la pelota, ni por casualidad. La mantendrán constantemente en juego, pasándola de uno a otro lado de la cancha.

Luego del encuentro, cada una sabrá exactamente qué se dijo sobre cada uno de los temas. Entenderán su importancia y el resultado total de la charla quedará claro para ellas.

Un hombre, en cambio, saldría de esa charla entre mujeres, absolutamente aturdido y cuestionándose ¿cómo hacen las mujeres para tener siempre algo de qué hablar?

Es justamente la eterna pregunta que se hace mi marido: ¿cómo puedo tener siempre temas para conversar con mi amiga Mercedes por teléfono, todos los días desde hace 20 años?... y yo nunca llego a comprender si lo pregunta de verdad o irónicamente... digo, por lo lógica que me resulta a mí, la respuesta.

Las mujeres hablamos de temas tan diversos e interesantes como: hijos, escuelas, otras amigas y conocidas, cine, restaurantes, maridos y sus anécdotas, hombres y sus anécdotas, estados anímicos, dietas y no dietas, proyectos laborales, sueños de viajes, sueños frustrados, y otros sueños... en fin, la lista sigue y sigue... íMiren si no hay cosas para hablar!

Una autopista de tres carriles

Para que nos comprendan mejor, diremos que el cerebro de la mujer funciona como una autopista de varios carriles.

Cuando comienza a hablar, de pronto cambia la velocidad y pasa al carril de al lado; sin aviso previo, retorna enseguida al carril uno para agregar algún comentario sumamente relevante; sorpresivamente, vuelve al carril dos, cambiando la marcha nuevamente, para aportar nuevos y suculentos datos. Y raudamente, sin luces de giro, comienza a transitar el carril número tres, que la llevará finalmente a destino.

Sin duda alguna, el hombre que la escuche habrá desconectado su atención, ya al segundo cambio de velocidad (no por descortesía, sino por las diferencias en la estructura de armado del pensamiento). O dirá fastidiado, como me dice mi marido José cada vez que discutimos: íNo mezcles los temas que así no vamos a ninguna parte!

Las dos mitades interconectadas

Estudios realizados por tomografía computada, al cerebro de una mujer, demuestran que mientras el centro del habla está en actividad, también está en pleno funcionamiento la parte del cerebro que le permite oír y prestar atención a su entorno. Lo que explica por qué una mujer puede hablar y oír lo que el otro dice, al mismo tiempo, aunque se trate de diferentes temas.

En cambio, los hombres hablan uno después del otro. Cuando una mujer dialoga con un hombre, se ve enredada en la difícil tarea de dejarlo hablar sin interrumpirlo y oírlo hasta el final. O el diálogo, seguramente, se cortará.

El centro del habla en una mujer se encuentra delante y detrás, en ambas mitades del cerebro. El hombre desarrolló el centro del habla en sólo una de las mitades del cerebro, donde -además- sintetiza la máxima cantidad de información sobre cada tema y lo graba con su vocabulario correspondiente.

En cambio, la mujer no da tanta importancia a la exactitud de las palabras, como sí a la entonación, a lo gestual y al lenguaje corporal. Por eso, generalmente, las mujeres -tomándonos algunas licencias poéticas- nos permitimos exagerar un poco, tan sólo como para obtener un mayor efecto. Sin embargo, como los hombres dan enorme importancia al valor exacto de cada palabra, toman lo que ellas dicen como monedas de oro y ahí tenemos otra vez una ensalada de malos entendidos y demasiada sal.

Nosotras no debemos olvidar que si queremos que un hombre nos comprenda plenamente, debemos argumentar con lógica y ser concretas en la idea.

No importa lo que decimos, sino lo que el otro entiende que dijimos. ¿No es así?

Las directas indirectas

Otra de las especialidades de la mujer es la de hablar de manera indirecta... Dar mil vueltas para decir algo o rogar que el otro lea entre líneas, para no tener que decirlo todo con palabras y así sentirse, comprendida, mimada, valorada.

Vean si no lo que le pasó a mi amiga Mercedes con su marido. Esta fue la pelea que mantuvieron el último verano, de camino a la montaña... Y cualquier semejanza con alguna situación vivida por usted, querido lector, es pura coincidencia:

Viajaban tranquilos y de buen humor, escuchando el CD preferido de Mercedes, "Mediterráneo", de Joan Manuel Serrat, cuando el camino comenzó a ponerse más y más sinuoso y había neblina. Eduardo apagó entonces el estéreo, para concentrase mejor en la ruta.

Ella recordó, entonces, las veces que hemos hablado juntas, sobre ese tema. Es que el hombre, verdaderamente, no puede concentrarse en más de una cosa a la vez... no se lo permite su estructura mental, que fue formada en tiempos prehistóricos, cuando ellos cazaban y pasaban días concentrados en sólo una cosa: traer la comida a casa.

Tal vez por eso, Mercedes no dijo nada, y el viaje continuó como si nada. Hasta que a los pocos kilómetros ella preguntó:

-Cielito, ¿no querés parar y tomar un café?

-No, gracias, respondió él.

Y se quedó pensando qué amable fue Mercedes al preguntar. Ella siempre tan atenta... Luego, todo fue silencio. La cara de mi amiga se alargaba. El aire se cortaba con navaja. La tensión crecía.

Eduardo sabía que algo andaba mal y se rompía la cabeza pensando qué pudo haber hecho o dicho que la molestara tanto. Pero al no encontrar ninguna respuesta, le preguntó a Mercedes:

-¿Todo en orden, querida?

Mercedes, entre ofuscada y decepcionada, respondió:

-íOh sí, todo perfecto!

-Entonces, ¿cuál es el problema?, ¿por qué tan callada?

-íNi siquiera fuiste capaz de parar!

El cerebro analítico de Eduardo intentaba develar el misterio de su enojo, tratando de recordar en qué momento ella dijo la palabra "parar" o "detenerse". Y llegó a la conclusión de que Mercedes jamás la había pronunciado. Y se lo dijo.

Entonces, mi amiga le echó en cara el poco tacto que tiene, su falta de sentimientos hacia ella, su frialdad, etc., etc. se armó un tsunami con tornado y todo... y Mercedes logró decir:

-¿Cómo no te diste cuenta? Cuándo te pregunté si querías parar y tomar un café, en realidad me estaba refiriendo a que YO quería tomar un rico cafecito con una medialuna. ¿Es acaso demasiado pedir? ¿Tan poco te importo? ¿Nunca me vas a entender?... Y comenzó a lagrimear.

Eduardo respondió, entonces, colérico:

-¿Acaso soy un adivino o tengo la bola de cristal? ¿Por qué no decís nunca las cosas claramente? ¿Por qué siempre tengo que adivinarte? íMUJERES! ¿Quién las entiende?

Y así fue como arruinaron el tan soñado comienzo de sus vacaciones. Sólo porque hombres y mujeres somos tan diferentes... Y porque, la verdad sea dicha, las mujeres damos más vueltas que la calesita de la plaza de la esquina. ¿O no?.

La bella y la bestia

Las enseñanzas de un cuento de hadas

Cuando un hombre y una mujer se casan, él lo hace con la sana ilusión de que ella jamás cambiará, mientras que ella sueña que él algún día cambiará.

El autor norteamericano Robin Norwood, en su libro: "Las mujeres que aman demasiado" escribe sobre cómo amar, sin sufrir. ¿Será eso posible o es sólo una utopía? En uno de sus capítulos habla sobre la ingenua ilusión femenina de creernos capaces de cambiar a los hombres sólo por amarlos con devoción y entrega.

El ejemplo lo da comparando esa actitud con el cuento "La Bella y la Bestia" y lo analiza de dos maneras diferentes. Una tradicional y simple, y la otra algo más difícil de llevar a cabo, pero que, sin dudas, nos dará mejores resultados al final del camino.

Norwood analizó ambas posibilidades y escribió: "La Bella, al amar al temible monstruo sin cuestionamientos (que significa negación), parece creer que tiene la capacidad y el poder de cambiarlo (es decir, de controlarlo). Esta interpretación, de negación y control, parece acertada, porque encaja en los roles sexuales que plantea nuestra sociedad occidental. (...) Pero es un modo demasiado simple de ver la realidad".

"Sin embargo, esta historia perdura en el tiempo porque relata una lección vital sobre cómo vivir nuestra vida de manera sensata y buena, sin sufrimientos. Es como si la historia contuviese un mapa secreto que nos guiará -si lo desciframos con astucia y coraje-, a nuestra felicidad por siempre jamás. Veamos entonces la otra interpretación:

Finalmente, ¿cuál es la intención del cuento? Es lograr la aceptación. La aceptación es lo opuesto a la negación y al control. Es la capacidad de reconocer la realidad, y dejarla tal cual es, sin intentar modificarla.

En eso radica nuestra felicidad, en la paz interior que nos provee la aceptación y no en la manipulación de personas o condiciones externas para lograr un objetivo. (...)".

Luego de leer el libro "Mujeres que aman demasiado" reflexioné sobre la cantidad de veces que nos obsesionamos con la persona equivocada, con la secreta esperanza de que lograremos cambiarlo para que se acerque más a la pareja soñada por nosotros. ¿No encierra ese deseo demasiada omnipotencia de nuestra parte? ¿Demasiado egoísmo? ¿No estaríamos entonces más enamorados del amor, que de la persona a amar? Y el peligro de estar enamorados del amor es el precio que podemos llegar a pagar por estar con alguien. Dejamos de lado quiénes somos, cuánto valemos y cuánto debemos amarnos y respetarnos, más allá de estar solos o mal acompañados... Para reflexionar, ¿no?

La lección

Aceptación vs. negación

El autor norteamericano Robin Norwood, en su libro: "Las mujeres que aman demasiado", analiza el tradicional cuento de hadas "La Bella y La Bestia" y nos explica: "La Bella veía a la Bestia tal como él era y lo amaba por sus cualidades. Ella no intentaba convertir al monstruo en Príncipe. No decía: `Seré feliz cuando él cambie y ya no sea un animal'. No trató de cambiarlo. Y esa es la verdadera lección del cuento.

Liberarse

El verdadero Yo

Gracias a la aceptación de ella, la Bestia encontró el camino de su liberación para convertirse en su verdadero Yo, y en la pareja perfecta para la Bella, un Príncipe que la recompensaba con su amor y le ofrecía una vida feliz para siempre".

Amar

Distintos tintineos

Aceptar en vez de soñar con cambiar. Tal vez esa sea también una de las diferencias entre hombres y mujeres. Distintas maneras de amar y aceptarse. Mi marido me reclama que ya no tintineo como una campanita como a los 18, pero en ese cambio él acepta los diferentes sonidos que mi ser fue tomando en los 23 años que ya llevamos juntos. Me acepta y así estoy segura de que que me ama a mi tal cual soy, y no a la imagen que tiene de mi.