Toco y me voy
El arte de las reposiciones
El funcionamiento general y particular de una casa tiene, al menos, un problema grave: la reposición. Quién repone y cuándo las cosas que se terminan, para que todo siga armoniosamente. íEhhhh! ¿Hay alguien ahí...? íííSe me terminó el papel higiénico!!!

La situación captada por el dibujante-editorialista de esta columna, el polaco comoquieraquesellame, es un clásico pero por lo mismo nunca pierde vigencia: uno ha llegado hasta el trono, se ha sentado y ha disfrutado de su posición en paz. Y en el momento de buscar el papel higiénico comprueba con indisimulado horror que, oh no, no hay más, se terminó, apenas una media vueltita de papel pegoteado, nada...

Es cierto también que uno debería fijarse antes, pero esas cosas no suceden, al menos en mi caso.

Es cierto también que uno cuenta con el desesperado recurso del grito destemplado, dramático y apremiante para el resto de la familia (íVieja, negra, amor, osito! o lo que corresponda) y todas las instancias intermedias, desde el ruego (si me traés papel te llevo al cine) hasta la amenaza vil y aviesa (no te llevo al cine nunca más en mi vida).

Es cierto también que en estos casos se cumple la ley murphiana de que en los momentos en que realmente necesitás a los tuyos ellos no estarán. Es cierto que vos elegiste este momento sublime de soledad en la casa: los chicos en la escuela, la esposa en yoga, el perro durmiendo la siesta. íEl baño para vos solo! Y allí, en ese momento, se terminará el papel higiénico y vos deberás caminar con los lompas como en un día de duelo -a media asta...hasta...hasta el armario donde están los malditos rollos de papel higiénico- y putearás como corresponde.

Es cierto también que creerás, hijo mío, que siempre te toca a vos cambiar el papel y si no lo hacés no lo hace nadie en esta casa, carajo (es cierto que te enojás).

Es cierto que el tema de la reposición no es exclusivo del papel higiénico y se reproduce en silencio permanentemente en tu casa, abriendo y cerrando imaginarios y seguros conflictos, que a veces estallan con secuelas impensadas.

El papel higiénico, el dentífrico, el jabón, la bolsita de basura, el rollo de cocina, las toallas, las sábanas... íSon tantas las cosas de una casa que hay que reponer!

Es cierto también que es un clásico argumento femenino, de amas de casa tradicionales, que el peso de esas reposiciones se efectúa en general en silencio y sin alharaca, mientras el señor de la casa (el señor que no está nunca en casa) ni se entera y encuentra después todo funcionando y en marcha. ¿Quién te creés que puso de nuevo agua fresca en la heladera, el gato? ¿Quién cambió las sábanas? ¿Quién sacó la basura y puso una bolsa nueva en el tachito? ¿Quién le puso agüita al canario? El esquema se extiende hasta los alimentos porque el señor, que le manda mayonesa hasta al café con leche, no es capaz nunca de pensar si tiene en la mano un pote mágico que no se termina nunca o si alguien compra lo que se va terminando.

Lo mismo con el lavado de platos. Hay gente fanática. Mis suegros, sin ir más lejos, no dejan absolutamente nada fuera de lugar ni dos minutos, de manera que el próximo usuario de lo que sea lo tiene todo guardado o en funcionamiento. El sistema es bárbaro, auqnue levemente neurótico. Gente así, casi te deja sin sopar la salsa que quedó en el plato, porque ese plato ya debería estar lavado y guardado.

Lo mismo con la ropa sucia: esta gente lava todos los días, así se trate de un calzoncillo, una bombacha y dos remeras. Si traigo a esa gente a mi casa, en dos horas empieza a sentir una angustia, sin reposición posible.

Como en todo, debería primar el promedio, creo. Hay que hacer las cosas de manera que toda fluya como una máquina armoniosa y serena; pero tampoco podés ser esclavo de esa estructura.

Está todo muy lindo, mis chiquitos, pero acá estoy sentado y no hay nadie que se digne a alcanzarme un rollo de papel higiénico nuevo.

Texto: Néstor Fenoglio

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