Esperanza y Alberdi

Ayer la ciudad de Esperanza cumplió sus primeros 150 años de vida. Un aniversario muy especial, porque gracias a esa fecha, todos los 8 de septiembre se conmemora el Día del Agricultor en homenaje a aquellos que, por vez primera, abrieron el surco para sembrar el grano y hacer explotar el potencial productivo de estas tierras.

En aquellos años el país presentaba otra cara totalmente distinta de la que hoy vemos. Apenas si se empezaba a organizar bajo el lema de Nación, con una Constitución recientemente sancionada y con un grupo de pensadores impregnados en las ideas liberales que cimentarían las bases de lo que la historia daría a conocer como "la generación del 80".

Uno de sus más ilustres autores fue, sin duda, Juan Bautista Alberdi, quien creía firmemente en la necesidad de sacar al país de la pobreza material e intelectual. Para el autor de las "Bases", la riqueza capaz de producirse no estaba producida, y que el suelo y el clima, que muchos tomamos por riqueza, no son sino instrumentos para producir riqueza en manos del hombre, que es su productor inmediato por la acción de dos procederes humanos, como lo son el trabajo y el ahorro.

"Estando ausentes por cualquier causa el trabajo y el ahorro", nos dice Alberdi, "la pobreza es el resultado natural de esta situación, y ella coexiste con la posesión de los más felices climas y territorios, cuyos poseedores arrogantes pueden presentar el cómico espectáculo de una opulencia andrajosa".

El proyecto de país que forjaron implicaba la llegada de los inmigrantes para trabajar estas tierras. "Ese instrumentista, es decir el trabajador, forma la verdadera riqueza de la tierra; el trabajador activo, inteligente, enérgico, económico y juicioso, bien entendido. Es decir, el trabajador francés, suizo, el alemán, el inglés, el italiano y el español del norte".

Obviamente que este proyecto no incluía a otras procedencias por considerarlas inferiores o no aptas para semejante hazaña, en una clara demostración del perfil prejuicioso y racista que no supo ver más que barbarie en nuestros gauchos y hombres de campo.

Pero el proyecto tomó vuelo, y los primeros inmigrantes comenzaron a llegar, tímidamente, añorando sus tierras natales que los dejaba ir por el hambre, la guerra, el atraso, y la misma pobreza que Alberdi tanto desdeñaba.

Llegaron en barcos a vela, en tormentosos viajes por el océano, con una sola herramienta para forjar sus destinos: la esperanza.

Su legado se respira al transitar la ciudad, en su verde plaza, en sus iglesias, en esas miles de bicicletas que no precisan de cadenas, en sus industrias, en sus calles ordenadas y en su mayor capital: su gente.

Ellos siguen aplicando la misma receta, que parece ser bastante efectiva. Si Alberdi viera la Esperanza de hoy se sentiría orgulloso de haber ayudado a forjar con su pluma esta realidad de pujanza y futuro.