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Desearnos, comprendernos, amarnos
"Una mujer desnuda y en lo oscuro, es una vocación para las manos. Para los labios es casi un destino, y para el corazón un despilfarro. Una mujer desnuda es un enigma y siempre es una fiesta, descifrarlo...".

¿Por qué será que hay hombres, canciones, o momentos, que nos hacen sentir Diosas? ¿Será cierto que todas escondemos un pedacito de la Deidad femenina más famosa de la mitología griega: Afrodita?. ¿O la de la cultura romana: Venus? íAy Diosas! Regálennos un poquito de su belleza y sabiduría del amor...!

Veamos, en breves palabras, quiénes fueron.

Afrodita: Diosa griega del amor, la belleza y la fertilidad. Su nombre significa "que nació desnuda de la espuma del mar". La mitología griega cuenta que surgió del agua, luego de que el Dios Cronos matara y castrara a su padre, y luego arrojara sus genitales al océano.

De la blanca espuma de los genitales de Cronos nació Afrodita, quien llevaría una eterna sonrisa en sus labios.

Homero, en su obra "La Ilíada" la señala como la responsable de colocar el deseo en las fieras y en los Dioses, hasta hacerles extraviar la razón.

Venus: Diosa del amor, la belleza, la fertilidad y todo lo relacionado con la femineidad. Es la equivalente romana de Afrodita.

De Afrodita proviene la palabra afrodisíaco. Buscando en el diccionario de sinónimos, encontré que -además- significa: estimulante, excitante, incitante, amoroso, reavivante.

Cuando hablamos de afrodisíacos evocamos aquellos poderes divinos, capaces de enloquecer de pasión a las fieras, en forma de alguna poción mágica o de alguna sustancia, regalo de la madre naturaleza, que al ser ingeridos despiertan en nosotros los más exquisitos deseos carnales. Para hacer honor a la verdad, sólo unos pocos de los llamados alimentos afrodisíacos tienen algún fundamento científico, la mayoría son más bien producto de la escenificación con que se los come o el simple resultado de imaginarlos poderosos e intrigantes.

Está demostrado que para que los amantes logren volar fuera de sus propias conciencias, con las alas del placer carnal y regresen a salvo a tierra firme, será necesario mucho más que consumir 3 kilos de espárragos con salsa de ostras o higos embebidos en licor de almendras. Simplemente, alcanzará con preparar algo sencillo pero de sabor sutil y delicado, y entregarnos sin peros, a los brazos tibios de las Diosas del amor, o por qué no, de los Dioses...!.

Famosos afrodisíacos

Según pregonan las culturas orientales, desde hace ya miles de años, sustancias como el cuerno de rinoceronte molido, vuelve al hombre irresistiblemente viril y fecundo.

Otros aseguran que beber Té de raíces de ginseng con pene disecado de cabrito de las montañas del Tibet, logra resultados sorprendentes a la hora ponerle el cuerpo al amor.

Los antiguos mayas y aztecas daban de beber zarzaparrilla, a los hombres que sufrían de depresión y falta de deseo.

Las ostras y las trufas negras son famosas en Europa, por su asociación con los placeres sexuales más exquisitos.

Otras más cotidianas y de igual reputación son la cebolla, las berenjenas, el regaliz, el anís, el ajenjo, las almendras, el chocolate (que significa: "fruto de los Dioses"), la miel (néctar de Afrodita) o bien las uvas y las frutillas, dos frutas que invitan a comer de a dos y entre los dedos del amante. Otras son el higo, el membrillo, los dátiles y las paltas. En nuestra cultura son famosos el apio y las nueces, que además de hacer una deliciosa ensalada, representan los alimentos afrodisíacos por excelencia.

En mi caso, ya he consumido toneladas de estos productos y nunca percibí ningún efecto afrodisíaco. Y fíjense que a mi marido tampoco. Las veces que comimos en casa de mi tía Lidia, quien hace una deliciosa ensalada Waldorf, con apio, muchas nueces, manzanas verdes y crema, condimentada con sal y pimienta negra, jamás experimenté, gracias a Dios, que a José se le pusiera la mirada libidinosa mirando a mi tía, ni que tuviéramos que salir corriendo de allí por un irrefrenable apetito sexual de ambos. Les aseguro que nada de eso ocurrió. Aunque admito que el vinito blanco helado que me tomo junto a esa ensalada, suele hacer de las suyas a la hora de la siesta...

Sin embargo, puedo jurarles -y ustedes lo sabrán tan bien como yo-, que no hay nada más excitante y verdaderamente afrodisíaco, que el amor. Y para festejarlo, una cena de a dos. Velas humeando. Silencios que hablan y miradas que llaman. Una copa de buen tinto mendocino o un blanco salteño. Y algo de picar, no importa qué: pueden ser quesos y algunas frutas o bien sofisticadas langostas del pacífico con salsa de trufas negras. Da igual. Lo más afrodisíaco es la voz del ser amado vibrando en nuestros oídos... Y sus manos entibiando nuestra piel.

¿Están de acuerdo conmigo? Entonces, íque viva Afrodita, Venus y las ganas de descifrar los misterios del amor!.

Dejando la poesía a un lado

Pero muy a pesar de los miles de kilómetros de tinta utilizados para escribir sobre el amor y la sexualidad, y aparte de lo que nosotros -los eternos románticos- creamos, el impulso sexual no es ni más ni menos que un cóctel de hormonas ordenado por nuestro cerebro y estimulado por las feromonas, sustancia que despide el cuerpo del otro y que llega por el aire volando hasta nuestra nariz, como una invitación. Así de poco romántica es la cosa.

La testosterona es la responsable principal de este proceso. Se trata de una combinación de impulsos eléctricos y químicos.

Si dejáramos de lado las leyes del alma, que unen a los enamorados como destino ineludible, podríamos llegar a decir que el amor es un proceso netamente cerebral, en eso nos parecemos tanto hombres como mujeres.

Sin embargo, los factores que despiertan el deseo sexual son tan diferentes, que podríamos concluir una vez más que ambos sexos viven en distintas constelaciones estelares.

Para que el famoso cóctel de hormonas se ponga en funcionamiento en una mujer, deben darse una serie de circunstancias especiales, y factores psicológicos, tales como: confianza, cercanía, sensación de bienestar, etc. En el hombre, este cóctel puede servirse en cualquier circunstancia, lugar y momento. Recordemos que un hombre piensa unas 52 veces al día en el sexo. Las mujeres tan sólo una vez.

Para que una mujer se disponga a disfrutar de los placeres sexuales, debe estar en concordancia el mundo exterior con su situación interna. Por ejemplo: si está en un estado de inestabilidad laboral, si le acaban de aumentar el alquiler, si alguno de los niños está enfermo, si trabaja en algún proyecto que ocupa sus pensamientos, si su perro se escapó... en lo último que pensaría sería en sexo.

Muy por el contrario, para un hombre en las mismas circunstancias, el sexo sería como un calmante, un método de relajación para olvidarse de todo. Una manera de procesar los problemas y sanear las preocupaciones del día.

íSí señor! Así de distintos somos.

Búsquedas y encuentros

El hombre busca, mediante el acto sexual, vaciarse, descargar, alivianarse, entregar. La mujer busca exactamente lo contrario y complementario: llenarse, energizarse, y recibir del otro. En esas diferencias es donde habitan los encuentros.

Como ya lo dijimos alguna vez en estas páginas, el hombre es como una cocina a gas. Se enciende de inmediato y se apaga en cuanto la comida está lista. La mujer -por el contrario- es como una cocina eléctrica: se calienta muy lentamente y luego, una vez encendida, tarda mucho en enfriarse. Cuando un hombre comprende esto, se convierte en el amante perfecto.

Tras el sexo, la mujer está cargada de hormonas en plena revolución, siente fuerza. Una energía tan contundente que podría ponerse a hachar un árbol. Por eso elige conversar, contar lo que sintió, cómo lo vivió. Y quiere abrazos, mimos, ternura.

El hombre, en cambio, acaba de experimentar la sensación de vacío. Si la situación no le permite dormirse de inmediato, entonces intentará levantarse y estar un instante a solas. Tomar una ducha. Abrir la heladera para picar algo. Un momento que le permita recluirse en sí mismo, al menos por unos instantes y recuperar el control de la situación y sobre sí mismo.

La vista y el oído: puertas de entrada

Los hombres se estimulan mediante la vista. Las mujeres mediante el oído.

Los hombres están programados para reaccionar frente a las redondeces y las largas piernas de la mujer. Y pueden estimularse con imágenes y fotos eróticas. Cuando miran esas perfectas proporciones, típicas de la mujer, instantáneamente se encienden sus sentidos. Obviamente, el hombre no se pone a pensar si esa mujer que ven tiene una bella personalidad o si puede conversar sobre política, si sabe cocinar o si sueña con tener hijos. No. Nada de eso. La vista es su sentido más importante de estimulación sexual y actúa sin previo aviso, y eso es todo.

Las mujeres, en cambio, quieren escuchar palabras dulces y elogios muy cerquita de sus orejitas. Saberse valoradas y aceptadas tal cual son. Y ser las Diosas del amor y el objeto del deseo masculino, aunque más no sea por ese instante. Ser más bellas y luminosas que Afrodita y Venus juntas... entonces, la mujer cierra sus ojos y escucha la voz del hombre susurrándole cositas lindas al oído, y su cerebro comienza a abrir cada una de sus puertitas más secretas, para dejar entrar a quien ofrece su amor.

Será por estas benditas diferencias que nosotras no podemos entender ni soportar que ellos miren casi sin pensar, a cuanta hembra se cruce en el camino. No lo hacen con intención de enamorarse ni casarse, ni siquiera con el impulso de intentar procrear. No. Es casi, por decirlo de alguna manera, un simple impulso biológico. A no mortificarse mujeres, que nada podemos cambiar. Y aunque los matemos a codazos, o les roguemos que no lo hagan, porque despiertan nuestras inseguridades más ocultas, ellos lo harán, cada vez que puedan y que nosotras no miremos. El instinto de machos cabríos es más fuerte que un codazo en el estómago. Así las cosas, amigos... íhasta la semana que viene!

Deseo y pasión

Enamoramiento y amor

Dicen que el amor comienza con el deseo. Y que el deseo deviene en pasión. Dicen también que la pasión puede durar una hora, un día, unas semanas o un par de meses. Y que el paso siguiente es el enamoramiento, que puede subsistir hasta un año entero, pero no mucho más.

Luego de ese lapso de tiempo, esa tremenda sensación de enamoramiento que marea y aturde (producto de un potente cóctel de hormonas e impulsos cerebrales), comienza a debilitarse.

A partir de ese instante, de pronto vemos por primera vez, con la luz del día y totalmente sobrios de emociones hormonales, a quién tenemos frente a nosotros.

De allí en más puede convertirse en al gran amor de nuestras vidas o bien transformarse, lenta pero ciertamente, en un ser que altere nuestro sistema nervioso con sus pequeñas y hasta ahora insignificantes manías y modos de proceder.

Todo esto, desde el punto de vista de la evolución del ser humano, tiene una razón de ser. Y es que el cerebro -tanto del hombre como de la mujer- esté tan borracho de hormonas y sensaciones físicas, que no logre pensar, ni razonar. Que no razone si ésta es o no su pareja ideal, sino que simplemente ambos permanezcan juntos el tiempo necesario como para procrear y así contribuir a que perdure la especie.

Ya ven, sentimientos y pasiones que creemos únicos y propios de nuestro ser, no son más que gritos ancestrales que volvemos a sentir todos, una generación tras otra, una y otra vez... Pucha, qué feo es verlo así. Pero, mientras tanto, seguimos amando, y íquién nos quita lo bailado!

Una receta afrodisíaca

Seviche peruano

No creo en las brujas, pero que las hay, las hay. Lo mismo me sucede con los platos afrodisíacos... Por las dudas les recomiendo prepararlos y disfrutar de sus posibles efectos secundarios. Esta es una receta liviana, pero llena de energía, con ingredientes absolutamente afrodisíacos. Tomen nota, entonces, de este manjar de la cocina peruana de la costa del Pacífico.

Manos a la obra

Ingredientes

1/2 kg de pescado de carne blanca y firme, como la corvina; 1/2 kg de mariscos o camarones pelados; 2 cebollas medianas cortadas en pluma, bien finitas; 1 taza de jugo de limón o lima; 1/2 taza de jugo de naranja; 1 pimiento verde cortado en rodajas muy finas; sal y pimienta a gusto y algunas hojas de lechuga para la presentación.

Para lucirse

Preparación

Coloque el pescado cortado en cubos, los mariscos y las cebollas en un recipiente de vidrio o metal. Cúbralo íntegramente con los jugos de limón y de naranja y un poco de sal. Tape y ponga en la heladera por unas 4 ó 6 horas. Sirva sobre las hojas de lechuga y acompañe -si así lo desea- con unas rodajas de papas o mandiocas hervidas. Buen provecho.