Al margen de la crónica
Para mamá

El domingo pasado celebramos el Día de la Madre. Un formalismo, quizás. Una fecha comercial, seguro. Más allá de eso, ellas merecen un gran homenaje. Un día o todos los días. Porque nos dieron la vida y porque nos ayudan a vivirla.

Dicen que aprendemos a ser hijos cuando somos padres. Y es cierto, porque recién cuando tenemos el propio tomamos verdadera conciencia del tiempo, casi exclusivo, que le han dedicado a nuestra crianza.>

Después de parir nos damos cuenta de la cantidad de pañales que nos han cambiado (y lavado cuando no existían los descartables), de las innumerables papas peladas para cocinar papillas y de la serie de mamaderas hervidas. Cuánta ropa planchada, reuniones en la escuela, figuritas recortadas, sumas y restas resueltas, hamacas balanceadas. Cuántos termómetros bajo el brazo, chichones con hielo, vómitos sobre su ropa, baños tibios, noches en vela, canciones de cuna... íCuánto esfuerzo puesto a nuestro servicio!>

Nunca están cansadas, y si lo están se dan cuerda a sí mismas para seguir por sus hijos. No se toman vacaciones ni tienen días de descanso. Son el sostén incondicional ante cada vicisitud y siempre tienen una sonrisa dispuesta aunque un nudo en la garganta les impida hablar.>

íMamá!, ¿cuántos sueños truncos dejaste atrás?, ¿cuántas palabras callaste por verme feliz?, ¿cuánto tiempo te robaste para dedicármelo a mí?>

Cuando somos madres también nos damos cuenta que nada de eso importa. Que lo primordial son ellos, la luz de nuestros ojos, nuestra propia vida. Que el corazón estalla al escucharlos cantar y que se parte en mil pedazos al verlos caminar independientes por la vida. Que la vida ha cambiado para siempre, pero para hacerla inmensamente feliz.>