ANALISIS
La fiesta peronista
Por Rogelio Alaniz

No fue un conflicto protagonizado por trabajadores; tampoco fueron los piqueteros los que corrían por los verdes prados de la quinta de San Vicente; mucho menos fue una disputa entre corrientes ideológicas y, habría que agregar, que en estas refriegas no estuvo en juego ningún interés genuino de la sociedad, del pueblo argentino. Se trató, lisa y llanamente, de una riña entre patotas, entre patotas sindicales peronistas debidamente azuzadas por los burócratas sindicales más desprestigiados, pero más célebres de la política argentina.

El desenlace de alguna manera fue previsible. Nada bueno se puede esperar de un acto organizado por la CGT y las 62 Organizaciones, mucho menos cuando el pretexto de la convocatoria huele a necrofilia, a manipulación de cadáveres, a oscurantismo y vulgaridad cultural. Se equivocan algunos medios nacionales cuando dicen que hubo una pelea entre militantes. En San Vicente no hubo militantes y es una falta de respeto a quienes dedican su vida, equivocados o no, a trabajar por una causa, confundirlos con ese malón reclutado en las cloacas y los bajos fondos de la sociedad; esa mano de obra disponible para cuanto trabajo sucio haya por hacer; hampa canalla que sólo la ignorancia o la mala fe puede imaginarlos como portadores de legítimas reivindicaciones sociales.>

También es un error comparar lo sucedido con Ezeiza en 1973. Mejor dicho, es un error hacer una comparación lineal, porque los escenarios son distintos, las motivaciones no son las mismas, pero en un punto hay identidad: se trata de un conflicto interno del peronismo, estos mamarrachos sólo el peronismo es capaz de producirlos en 1973 y en el 2006. También hay identidad en algunos detalles: las patotas peleándose por el palco, el líder máximo que tolera o consiente que los hechos ocurran, y decide a último momento no asistir a la ceremonia que su complacencia o debilidad toleró.>

Se dice que Kirchner hasta último momento dudó sobre las bondades de esta ceremonia macabra. Los gremialistas y lo asesores se esforzaron para convencerlo, el folclore peronista hizo el resto. Kirchner debería haber previsto lo que iba a ocurrir. Lo macabro atrae a lo macabro, lo sórdido aproxima lo sórdido, las ordalías populistas tienen un exclusivo desenlace. Es de esperar que los burócratas sindicales no responsabilicen de lo sucedido a los infiltrados marxistas, a la masonería, a la Iglesia Católica o a los judíos, es decir, a la sinarquía internacional. Esta hazaña fue imaginada, preparada y escenificada por el peronismo; nadie más es responsable, por más que como ya ocurrió otras veces, las consecuencias de estas trapacerías las paguemos todos los argentinos.>

Habría que decir, por último, que el adversario más tenaz, más desestabilizador de Kirchner no se expresa a través de los partidos opositores. Tampoco son las fuerzas armadas o los empresarios voraces o la izquierda gorila quienes deterioran su imagen. El adversario más poderoso de Kirchner, el que está en condiciones de poner en tela de juicio su autoridad política, anida en el interior del peronismo.>

Una vez más el peronismo es el principal opositor de un gobierno peronista. Esta paradoja sería graciosa si los argentinos careciéramos de memoria y olvidáramos el precio que hemos debido pagar por consentir los procesos digestivos que anidan en su vientre pantagruélico. Kirchner debería saberlo pero no está de más recordárselo: otro papelón de estos y adiós sueños reeleccionistas.>