La vuelta al mundo
Las elecciones municipales en España
Por Rogelio Alaniz

Las elecciones municipales de España demuestran que ningún partido puede gobernar ignorando al otro. En estas elecciones, los conservadores se impusieron por medio punto a lo socialistas y salieron a festejar como si hubieran ganado por goleada. En su momento, hace cuatro años, cuando los socialistas ganaron las municipales hicieron lo mismo.

Digamos que en la "madre patria" el equilibrio político es la constante desde el punto de vista de las relaciones de fuerza. Ayer, ganaron los conservadores por 150.000 votos y en el 2003 ganaron los socialistas por 160.000 votos, más claro hay que echarle agua. Lo demás pertenece a la propaganda política y a la superstición. Los socialistas dicen que empataron y que la ínfima pérdida de votos no les impidió obtener más concejales. Los conservadores aseguran que controlan más alcaidías y que la paliza que le dieron al candidato de Zapatero en Madrid anticipa el triunfo conservador para las generales del 2008, señal convalidada por la tradición, ya que los entendidos aseguran que quien gana las municipales en Madrid gana luego las generales. Como les iba diciendo: propaganda y superstición.>

Capítulo aparte es el protagonizado por la Izquierda Unida que llegó al cinco por ciento de los votos, un buen dato para una coalición política que desde hace mucho años viene perdiendo votos y liderazgo intelectual. Los entendidos aseguran que la izquierda leninista en España nunca tuvo más votos, ni siquiera en los prolegómenos de la guerra civil.>

Lo que está fuera de discusión hasta para el observador más distraído es el equilibrio de fuerzas. La mitad de España es conservadora; la otra mitad, socialista. El más elemental sentido común señala que la única gobernabilidad posible es la de los acuerdos, ya que nadie está en condiciones de cortarse solo o de alentar sueños hegemonistas.>

Sin embargo, las relaciones entre socialistas y conservadores están muy lejos de ser amables. En particular, las relaciones entre Zapatero y Rajoy se parecen más a la de enemigos que a la de adversarios. Las malas lenguas aseguran que Rajoy nunca le perdonó a Zapatero su conducta oportunista y tramposa cuando se produjo el atentado de los fascistas musulmanes en marzo de 2004 en Atocha. Hasta ese día, el número puesto para las generales era Rajoy, pero la bomba de los integristas y la respuesta torpe de Aznar volcaron la balanza para el lado de los socialistas, quienes, ni lerdos ni perezosos, se corrieron a la izquierda, enarbolaron las banderas de la paz en Irak y se quedaron con el poder y la gloria.>

Las anécdotas domésticas cuentan que en una mesa de Madrid, un fiscal socialista se negó a darle la mano a Aznar y a su esposa, un gesto que revela que las diferencias están extendidas al cuerpo social y se viven como pasiones absolutas. Puede que se trate de un episodio menor, pero a juzgar por el trato que se dan los dirigentes, hay buenos motivos para pensar que la anécdota es representativa del estado de ánimo de los españoles, no sé si de todos, pero sí de una significativa mayoría que incluye, en primer lugar, a los principales dirigentes.>

Nadie hoy está en condiciones de hacer pronósticos electorales. Cuando la diferencia es tan mínima, un acontecimiento menor una semana antes de las elecciones puede alterar el humor del electorado. Rajoy algo sabe de eso. Lo que sí puede decirse es que los socialistas disponen hacia el futuro de un importante abanico de alianzas, mérito que los conservadores no se pueden atribuir, ya que ni en Catalunya ni en las provincias vascas han logrado performances importantes.>

Por otra parte, esta derecha para diferenciarse de los socialistas ha asumido posiciones muy duras contra los vascos, una actitud que tal vez podrá ser muy principista -y al respecto tengo mis dudas- pero que en términos electorales es tan imprudente como ponerse a hablar a favor del aborto y del divorcio en una asamblea del Opus Dei.>

En las provincias vascas, la ETA se presentó disfrazada de Acción Nacionalista Vasca, un partido que desempolvaron del museo para eludir la proscripción a Batasuna. Los muchachos sumaron más votos que en la anterior elección, un dato que demuestra que el tema del terrorismo vasco debe atenderse no sólo con represión sino también con muñeca política, algo que los conservadores lo saben muy bien, pero que ahora, obnubilados por su odio a Zapatero, parecen haber olvidado.>

En donde la derecha ganó cómoda y al trote fue en Madrid y Valencia. En Madrid, la derrota socialista fue humillante por partida doble: porque la diferencia de votos fue abrumadora y porque el candidato Miguel Sebastián era un pollo sacado de la galera de Zapatero en contra de la opinión de todo el partido. Conviene aclarar que el pollo es socialista y banquero, una relación que en los últimos años se ha extendido en la izquierda sin demasiados conflictos de conciencia, al punto que hasta en la Argentina, en Capital Federal para ser más precisos, un conocido banquero como Heller acompaña la fórmula del oficialista Filmus.>

Importa insistir, de todos modos, respecto del enrarecido clima político que se vive en España. En los últimos cuatro años, las relaciones de poder se han crispado al punto que más de un analista estima que los célebres acuerdos de la Moncloa han quedado derogados de hecho. Temas tales como el matrimonio de homosexuales o la revisión de lo sucedido durante la Guerra Civil, por ejemplo, le han otorgado a los debates un nivel de beligerancia que no se conocía en tiempos de Aznar o de Felipe González.>

Supongo que de todos modos, al equilibrio democrático en España lo asegura el pujante capitalismo español, con sus índices de crecimiento, inversiones y alta calidad de vida, es decir, la misma fuerza que creó las condiciones materiales para superar al franquismo. Hasta la fecha, el capitalismo español fue el gran garante, siempre y cuando los políticos recuerden que nunca conviene tirar manteca al techo ni tirar demasiado de la cuerda, porque el garante de ayer puede ser el ejecutor de mañana.>

Por último, a la hora de ejercer el poder, las diferencias entre conservadores y socialistas no parecen ser tan tajantes, porque más allá de los chisporroteos verbales y los fuegos de artificio de cierta retórica ideológica, a la que intelectuales y políticos suelen ser tan afectos en sus momentos de ocio, en España la consigna de Ortega y Gasset -"españoles a las cosas"- se ha impuesto y los primeros que exigen su cumplimiento son los propios españoles.>