Una locura total

Hace varias semanas que las actividades en el club River Plate son noticia, pero de la sección policiales. Es que parece que sus hinchas más famosos, -esos que dejan de ser hinchas para pasar a ser delincuentes que encontraron en los colores de una camiseta un lugar donde currar- no están conformes con los resultados y quieren que el técnico del equipo renuncie.

Así hace pocos días se pudo ver un cruento enfrentamiento, entre los mismos simpatizantes, supuestamente decepcionados por el final de un partido. El saldo fue mucha gente herida; los medios mostraron la sangre que quedó regada en el piso de los corredores del estadio y tristes versiones que involucran a la Policía, que supuestamente liberó la zona y no evitó la lucha. Fue una verdadera batalla muy parecida a un coliseo romano donde los gladiadores reñían y la arena quedaba teñida por la sangre. A todo hay que sumarle las actitudes sospechosas de los dirigentes que manejan empresas y no un club.>

En el ojo de la tormenta: Daniel Pasarella, hombre del deporte y de pocas palabras. La semana pasada dio una conferencia de prensa para "explicar" de algún modo la situación; ahí estaba sentado, expuesto y afectado por una gripe. Leyó con dificultad una carta, supuestamente escrita por él, en la que se comprometió a obtener logros deportivos antes de diciembre y si no, dejaba su lugar sin cobrar un peso. En el intento de calmar las aguas, en un párrafo de la misiva hizo referencia, como demostración de su "amor y entrega" al club, a una cuestión tan personal y dolorosa como espeluznante, expresó: "Yo enterré a mi hijo Sebastián con la camiseta de River". Ahí estaba el técnico siendo descarnado por la bestias, todo por un juego, pero lejos de la entrañable pasión por los colores. >

Es conocido que el deporte educa, favorece al desarrollo de las personas, a la salud, forma física y mentalmente a las personas, pero hoy también mata, degrada y tribaliza de la peor manera.>