Macarrones en salsa amarilla

Plenos de vigor, los peores vicios del periodismo amarillo han aparecido en la difusión televisiva del sonado caso de Villa Golf. Río Cuarto es una pujante ciudad cordobesa, que ha logrado un desarrollo agroindustrial notable, pero hoy carga con una sola significación: es donde vivía "Norita", cuya muerte y sus circunstancias tanto atrae a los argentinos.

Es cierto: todos los más sabrosos ingredientes de un plato tan atractivo como indigesto -hecho de sangre, sexo y riqueza-, se han servido a la mesa de cierta prensa. Aquella que siempre está dispuesta a buscar los detalles más morbosos, a revolverlos, hurgarlos, a diseccionarlos y a cocinarlos. Un público mayoritario acude voraz con cuchillo y tenedor frente a la pantalla.>

Es evidente que para elaborar las cambiantes noticias que provienen de Capital Federal se han vuelto antigüedades ciertas premisas periodísticas. Reglas elementales de rigor informativo se han desterrado: chequear la información que suministren las fuentes anónimas es cosa del pasado. Ya nadie teme a lo inconveniente e inseguro de repetir versiones, y así el rumor tiene el mismo valor que una declaración pública.>

Partes interesadas pueden decir lo suyo; lo importante es presentarlas en exclusivo, categoría propagandística siempre válida (aunque lo hagan todos los canales de TV).>

Si no fuera por la ropa algo más formal de los presentadores de noticias, costaría mucho trabajo encontrar alguna diferencia entre los noticieros y los shows de los escándalos de la farándula.>

Cualquier atropello se legitima bajo la consigna de "mostrar el rostro humano de la información". Se pretende que son válidas todas las imágenes de los deudos. Ayer eran posibles criminales, hoy víctimas de una intriga mayor. Los sospechosos pasan a acusadores, y los mayordomos ya se han convertido en inspectores.>

Cómodamente se pasa de la hipótesis de la explicación de los juegos sexuales a la del intercambio de parejas (y de roles), de la orgía con amante proletario, a la violación intra familiar. La cámara simplemente muestra. Los micrófonos sólo se encienden para todos los que quieran hablar siempre que sus dichos sean lo suficientemente oscuros y malolientes. Todos tienen derecho a cinco minutos de fama.>