Toco y me voy
íVacaciones de invierno!
Es un clásico: de pronto esas criaturas que veíamos pasar yendo o viniendo de la escuela y otras actividades complementarias, están ahora sospechosamente más tiempo en nuestra casa. Dos cosas uno advierte de inmediato: una, son nuestros hijos, mirá vos; dos, están de vacaciones. íAaaaahhhhh!

Es que esos tipitos que llevamos o traemos, o que lleva y trae el transporte, a la postre nuestros hijos (ah, claro, si son nuestros en el aperitivo, ¿cómo no van a serlo a los postres?), desconocidos que vamos des-conociendo en los cruces, una mañana, a mitad del año, mientras uno (a menos que sea docente u otras contadas profesiones) sigue laburando, no van nada a la escuela y se quedan torrando en casa, nuestra casa, su casa incluso.

Cuando el segundo día comienza, ya sabemos que estamos en problemas, pues esas personitas disponen de un tiempo precioso que antes volcaban en su formación y enseñanza. Y nos sorprendemos con la autonomía y seguridad con que se manejan, los guachos.>

De última, en un intento desesperado por transferir o cambiar una realidad que no se modificará por dos semanas (están de vacaciones, asumilo), acusamos el golpe y pensamos arteros: "esto les enseñan en la escuela". Cuesta creer que esos párvulos tiernos están a las piñas, persiguiéndose a almohadazo limpio (y sucio: los vagos se perfeccionan y aprenden trucos de lucha callejera), acercando al gato a la pecera, vapuleando la heladera y otras actividades.>

Las comparaciones surgen solas y son odiosas: por ejemplo, en la escuela, los chicos siempre tenían a una persona delante. Acá, más allá de la previsión de que un mayor esté por allí, los desmarques de los pibes son espontáneos y cuesta seguirlos.>

En la escuela están en bancos, sentados. En tu casa están sentados pocas veces y caminan por las paredes. En la escuela tienen actividades normadas; en la casa, descontracturadas; en la escuela tienen compañeritos que recortan e interactúan recorridos; en la casa, no; en la escuela tienen recreos, en la casa viven de joda; en la escuela hay ocasionalmente cantina; en la casa, heladera y alacena y una suerte de happy hour constante.>

Al final del día, te duele todo: el laburo, el regreso, la partida, la cena y el almuerzo, te duele el bolsillo, te duele la cabeza, el alma, las provisiones, las previsiones, las prohibiciones...>

No van ni tres días de vacaciones y ya empezás a otear desesperado el horizonte para ver cuándo regresan las clases, como si fueras un nadador agobiado o inexperto, prematuramente agotado y con la costa lejos.>

Tus férreos principios de control horario y plazos determinados para permitir que los pequeños vean televisión, se revisan y relajan automáticamente porque mah sí que miren están de vacaciones. Déjenme decirle que la horda de los gnomos literalmente tiene el control.>

Se produce el chantaje espiritual, ético, filosófico, mediante el cual los pibes de dicen tácitamente: es la tele o jugamos en el resto de la casa. Y uno es débil. Y temeroso de dios y de la solidez arquitectónica del recinto al que llamábamos casa y que ahora es hogar, con-cedemos. Estamos en problemas.>

A mediados de vacaciones, cuando sin darte cuenta tenés un jarrón menos en el living y el centro de mesa de cristal tiene agua, barro y ¿una anguila, un sapo?, cuando el sillón preferido tiene rayones insalvables y hay una almohada fuera de combate, querés imponer tardíamente alguna suerte de orden; una especie de barajar y dar de nuevo; un atisbo de reorganización nonato. Hasta se te ocurren actividades compartidas que sacarían a la criatura de su híper actividad intramuros para que libere algo de tanta adrenalina por esas plazas preelectorales. Pero es irremediablemente tarde. Fuiste.>

Cuando empezás a organizarte, cuando hasta le encontrás el gustito y descubrís o redescubrís a la criatura que trajiste al mundo, las vacaciones se terminan, la escuela se lo lleva de nuevo, la agenda del pibe (que es frondosa) se lo traga hasta diciembre y vos te das cuenta que pasaron las vacaciones de invierno. íAaahhhh!>

Texto: Néstor Fenoglio - [email protected]