Deodoro Roca, educador

En Deodoro Roca, el humanista cordobés muerto el 7 de junio de 1942, hace sesenta y cinco años, se unieron el escritor, el político, el filósofo, el artista, el hombre del derecho y del espíritu. Su estilo literario, flamígero, no tiene parangón estético desde Sarmiento, y su acción cívica, desenvuelta espontáneamente, al margen de programas y partidos pues nunca toleró disciplina o sumisión alguna, fue constante, riesgosa y sin réditos. No ocupó cargos públicos -salvo brevemente, la cátedra universitaria y la dirección de un museo-, pero su voz, en América, en cierto momento era como una tempestad. Verbo de la Reforma Universitaria de 1918, cuyo célebre manifiesto redactó, su joven talento deslumbró, muy rápidamente, a lo mejor de la intelectualidad argentina y obtuvo una fama latinoamericana fulminante. En su vida breve -apenas cincuenta y dos años-, se destacó por la defensa de los valores democráticos y republicanos. Instalado en el "centro izquierda", rechazó sabiamente los halagos de la sirena stalinista, que fascinó por ingenuidad o complacencia, inclusive a gente bien intencionada.

Una de las vertientes más destacadas del pensamiento deodórico se dio en cuanto al tema educativo, especialmente en lo referido a enseñanza superior, cuyo progreso parteó decisivamente. Amén del Manifiesto, sus artículos sobre "Ciencias, maestros y universidades" y "El drama social de la universidad", pueden leerse en las recopilaciones que, con esos títulos, editaron sus discípulos y amigos, respectivamente, en 1959 y 1968.>

Allí campea una alarmante actualidad; al releerlos, advertimos que muchos males por él señalados no han hecho sino extenderse y desarrollarse.>

También están los proyectos que presentó como consejero de la Facultad de Derecho, allá por 1920. Todos interesantes y avanzados, a veces detonantes. Así, la supresión del Doctorado y de los premios. Los considera títulos de mera infatuación muchas veces usurpados, que dan pábulo al humor, incluyendo la costumbre provinciana de "llamar doctor a cualquier transeúnte". En Córdoba, afirma, "se llega a doctor como se llega a la mayoría de edad, sin que el interesado pueda evitarlo". A cambio, propone el estudio "docto", con seminarios, monografía -los autores de las mejores quedarían exentos de aranceles-, becas y viajes al exterior. Hay que decir que, en materia análoga, -la pintura, que le apasionó y practicó- logró de la Legislatura dos becas europeas anuales, semilleros de grandes artistas: Pedone, Vidal, Malanca, etc. También criticó con vehemencia los métodos examinatorios de la época: para él, "los exámenes, las verdaderas pruebas, deben cifrarse no en las respuestas de los discípulos sino en sus preguntas...".>

Bregó por sistemas que no deformen las vocaciones, auguró que "la universidad que soñamos no podrá estar en las ciudades", sino, en todo caso, en ciudades universitarias, y reclamó que se atendiesen las "aspiraciones regionales" para multiplicar las casas de altos estudios.>

Expuso tempranamente un problema que aún no resolvemos: "esa ignominia, que separa, desde los primeros bancos de la escuela, a los hijos de los pobres de los hijos de los ricos", y auspició, apoyado en teorías que a la sazón despuntaban, la "escuela unificada del trabajo". Insistió en una formación integral humanista que supere la vitrina de las especialidades, pues "quien sabe sólo Derecho Civil, ni aún Derecho Civil sabe". Convocó a Córdoba a grandes intelectuales, como Eugenio dïOrs y José Ortega y Gasset.>

Desde su periódico Flecha, con motivo del aniversario de la Reforma, publicó, el 15 de junio de 1936, una encuesta que reunía múltiples opiniones -y aún las críticas-, que implicó el primer corpus sistemático acerca de las ideas, aspiraciones, logros y fracasos reformistas.>

Si bien Roca ejerció la docencia formal muy brevemente, en cambio era un docente nato en cualquier orden de la vida. Todo lo compartía, lo explicaba, lo participaba, el paisaje, la política, las conductas, la condición humana. Sus "tenidas" eran famosas, y por su sótano de Rivera Indarte 544, erigido en el eje intelectual de Córdoba, desfilaron las más grandes figuras que la visitaban o vivían: Keyserling, Jiménez de Asúa, Haya de la Torre, Fouyita, Neruda, Alberti, Mondolfo, Gálvez, Pettoruti, González Tuñón, Fader, Capdevila, Orgaz...>

Lo mismo ocurría en sus bienamadas tierras de Ongamira, al norte serrano, cuyas veladas fueron descriptas, en El canto del viento, por Atahualpa Yupanqui: Deodoro anfitrión de Julio V. González, Martín Gil, Mario Bravo, Leopoldo Lugones y tantos, "los hombres con ideas y caminos maduros en el pensamiento y la cultura, que mucho nos ayudaban con sólo dejarnos en un rincón escuchándolos en diálogos a veces apasionados sobre problemas del mundo", a cuya sombra "aprendimos y avanzamos", aunque "por supuesto no aspirábamos a alcanzar la altura de semejantes colosos". Parece que existe una correspondencia entre Deodoro y Don Ata, que trata básicamente ísobre mulas!, tema en el cual ambos eran versados...>

La muerte de Roca desató una congoja general, en amigos y adversarios leales, e inspiró Elegía a una vida clara y hermosa, de Rafael Alberti, que me parece -junto con la Elegía a Ramón Sijé, de Miguel Hernández-, las dos más hermosas en lengua castellana de todo el siglo XX.>

Sin embargo, la figura de Deodoro se ha ido apagando en la conciencia nacional. Salvo en Córdoba, donde se lo recuerda honradamente, el resto del país, hoy tan propenso a arquetipos degradados, lo olvida casi por completo. Ese olvido -de por sí coherente con nuestra frivolidad promedio-, debe superarse, por dignidad y por justicia. Siempre confiamos en que así será.>

Horacio Sanguinetti (*)

(*) Presidente de la Academia Nacional de Educación.