OPINION
Crisis y ética pública en la era mediática
Por Luciano H. Elizalde (*)

En estos últimos días, el gobierno nacional ha estado vinculado con dos situaciones de crisis. Funcionarias con rango de secretarias de Estado se han encontrado implicadas en problemas de ética pública. En los países centrales han adoptado un patrón muy contundente: sólo hace falta que una ministra compre un chocolate con una tarjeta concedida por el Estado para que sea separada y destituida de su cargo. ¿Puede ser un tanto exagerada la medida? ¿Por qué se actúa de modo tan contundente? La medida aparentemente radical trata de detener la pérdida de capital simbólico del gobierno, de frenar el déficit de representación y luego de legitimidad, algo que es muy difícil de ganar para cualquier gobierno, más aún para el gobierno del presidente Kirchner, dentro de un contexto de campaña.

El déficit de capital simbólico se origina por tres mecanismos diferentes. Primero, por la caída de la reputación del gobierno y del presidente. La observación de la sociedad acerca del modo en que el gobierno y el presidente evalúan a sus colaboradores no funciona sólo a corto plazo. La percepción pública acerca de la "forma de hacer" y de los valores que guían al gobierno quedan empapados por este tipo de actos: fajos de billetes con cintas del Banco Central y una explicación que no es demasiado clara y genera más preguntas que certezas, o declaraciones acerca de que son exageradas las acusaciones sobre la secretaria Picolotti. La reputación es una percepción, un constructo" acerca de la manera en que alguien piensa, decide y actúa. Y es una medida muy importante para la opinión pública y para la construcción del consenso que necesita el gobierno. >

Segundo, por la pérdida de credibilidad del presidente. El primer mandatario no tiene por qué conocer todas las acciones de sus ministros; pero necesita actuar, en este tipo de situaciones, con máxima redundancia para que su mensaje sea claro; no hay tiempo para comunicaciones complejas, para representaciones repletas de detalles y de matices. En realidad, la crisis no se origina en el hecho de que no se puede explicar de dónde surge este dinero, simplemente es el resultado de que las ministras cometieron un mismo tipo de error que no debería considerarse ni siquiera posible o admisible para un secretario en el nivel nacional: que la prensa tome conocimiento de los hechos que hacen dudar a la sociedad de si debe creer o no al presidente y en el gobierno. >

Independientemente de su culpabilidad, la "inocencia del error" es tan grave en este caso como la responsabilidad moral del hecho, es decir, tienen tantas consecuencias políticas como el crimen. Las consecuencias éticas y sus detalles deberán ser juzgadas en otro ámbito. No son éstos órdenes familiares o contextos amistosos, al contrario, son imðpersonales, de distanciamiento y de altísima velocidad, se podría decir, son instantáneos. Por lo tanto, es necesario asegurar la orientación semántica que el gobierno le da a los hechos, ya que minarán algo de la credibilidad, no sólo de la ministra de Economía o de la secretaria de Medio Ambiente, fundamentalmente del presidente y del gobierno en general. >

Tercero, al bajar la reputación y la credibilidad desciende la confianza general acerca del gobierno. Esto aumenta el nivel del riesgo político. La confianza es un mecanismo emocional e inconsciente. No es fácil de controlar. No depende de la voluntad: aunque uno quiera tener confianza en alguien, si no hay confianza, no es posible construirla. >

En resumen, la respuesta ética de la crisis debería ser algo tan "conmocionante" como la crisis misma. No hay tiempo para explicaciones sobre hechos confusos de esta naturaleza, ya que no debería haber hechos confusos. Las reglas morales del escenario público en la sociedad mediática demandan otro tipo de acciones y de respuestas; no hay suficiente tiempo de reflexionar sobre hechos complejos y obtusos: sólo alcanza con decodificarlos.>

(*) Profesor de la Facultad de Comunicación, Univ. Austral / Investigador del Conicet