Luciano Alonso, entrañable amigo
Por Ovide Menin

Luciano Alonso fue un entrañable amigo mío. No exagero si digo que era, en realidad, amigo de todos aquellos que luchan a favor de un mundo mejor, solidario, reconstructor permanente de la sociedad, sin hacer distinciones de creencia, color, opinión. Así era de generoso; tanto con sus amigos como con sus propios contrincantes.

Se nos fue un domingo de abril de este año, con esa gallardía del luchador, convencido siempre de que su participación activa, constante, en la lucha gremial, política, educacional, es parte de la lucha por los derechos humanos.>

Convencido de que nunca es tarde para rendir tributo a un luchador de su talla, vengo ahora a rendirle homenaje a sus virtudes de ayer y sus empeños de hoy. Es que lo he visto sobreponerse, hasta último momento, ante sus dificultades físicas, con una lucidez y un tesón a toda prueba. Analista agudo, historiador nato, educador admirable, fue nuestro consejero en cuestiones fundamentales de la educación pública, durante más de medio siglo. Tal vez suene a exageración, pero es verdad.>

Lo conocí en los años 50 del siglo que pasó, en el gremio docente, defendiendo con ahínco la escuela pública, obligatoria, no confesional. Pero lo traté sin ambages en aquel inolvidable Congreso de Educación Rural llevado a cabo en Esperanza, a la caída del peronismo, en 1956. Sus intervenciones, así como las de Rosa Fischer, Rosa Weinchelbaum de Ziperovich, Blanca López de Fierro, Rosa Trumper de Ingalinella, Haydée Goye, Haydée Guy de Vigo, Tulio Mangiaterra, Amelia Martínez Trucco, Armando Cistari y muchos otros, cuyos nombres han quedado registrados, nunca las olvidaré. A Luciano, si bien con las intermitencias impuestas por la distancia entre trabajo y escuela, he recurrido siempre en pos de un dato, una trayectoria, una fecha, alguno que otro recuerdo digno de mención. >

En los últimos tiempos, empeñados en escribir una suerte de "Historia de la Educación Santafesina", coordinados por Rubén Naranjo, con el apoyo incondicional de José Tessa, nos comunicábamos asiduamente. Tengo parte de sus últimos borradores. Una maravilla de precisión y de rigor conceptual. El libro sobre esa gran educadora y gremialista que fue Haydée Guy de Vigo, es una de sus mejores joyas. No puedo dejar de mencionar dos distinciones altamente merecidas: la que le concedió la Municipalidad de Santo Tomé, de Santa Fe, como Ciudadano Destacado, en el año 2006 y la que tal vez más apreciaba, la que le concedió el Instituto Sarmientino de Santa Fe ese mismo año: la de "Maestro". Quien haya leído la hermosa entrevista que le hicieran Ariel Durán y Sergio Ferrer para El Litoral, en diciembre de aquel año, verán que ningún título lo enorgullecía más que ése. Esos jóvenes periodistas lo llamaron certeramente "el incansable maestro".>

La última vez que estuve con Luciano fue en la sala de espera del Sanatorio Los Arroyos, en Rosario, donde hacía sus chequeos cardiovasculares. Fui a saludarlo. Me premió con aquella fina ironía con la cual nos referíamos, ambos, a nuestros 80 pirulos. A los pocos días, la tremenda noticia de su deceso. ¿Cómo; si lo vi antes de ayer? Bromeamos y todo... no puede ser. Su hijo empujaba la silla de ruedas... y él tan campante. No puede ser... pero lo es.>

Así se nos van yendo aquellos grandes maestros santafesinos: con gallardía; pensando siempre en la escuela de ayer, la de hoy y la de mañana; pero sin melancolía. Luciano no era un melancólico a lo Jorge Manrique; aquel que decía "que todo tiempo pasado fue mejor". Pensaba, como muchos de nosotros, que no sólo vendrían tiempos mejores por efectos de la lucha cotidiana en el aula y fuera de ella, sino que también vendrían maestros mejores que nosotros; por iguales efectos.>

Déjenme decirles, a través de esta rápida semblanza, que Luciano Alonso, mi amigo entrañable, el de las históricas luchas y conquistas gremiales; el de las dolorosas cesantías; el del pensamiento analítico certero; el buen maestro santafesino, merece el mejor de los homenajes: recordarlo tal cual era; discreto, sencillo y veraz. Tanto en las buenas, como en las malas y porque no, también en las traicioneras.>