La patología de Gualeguaychú y la conducta de Kirchner

Abraham Lincoln le aconsejaba a sus discípulos que a la hora de afrontar un conflicto no debían ceder a la tentación de conciliar lo irreconciliable. Lincoln creía en el consenso, en los acuerdos, pero entendía que un estadista no podía pretender quedar bien con todo el mundo sin poner en riesgo su representación.

El presidente Kirchner debería atender aquella reflexión. Y otro tanto debería hacer el gobernador Busti respecto del prolongado conflicto que los vecinos de Gualeguaychú mantienen con el gobierno uruguayo.

Sin embargo, hasta ahora su actitud fue consentir un reclamo inconcebible desde el punto de vista de la diplomacia, por lo que a partir de ese gesto quedó prisionero de sus propias palabras, una dificultad que ahora intenta resolver echándole culpas a los periodistas por haber cambiado el sentido de sus palabras.

Como se recordará, en un acto público celebrado en Gualeguaychú el presidente se identificó con la causa de los vecinos más allá de toda prudencia y consideración de las normas de la diplomacia. Un año después, en un rapto de sinceridad admitió los datos incontrastables de la realidad y eso le valió que los iracundos ambientalistas lo acusaran de traidor y amenazaran con boicotear la campaña electoral de su esposa.

A menos de un mes de las elecciones, esta amenaza es una mala noticia para un presidente populista, quien en su afán de congraciarse con el pueblo no vacila en consentir lo inexcusable a través del recurso de inventar enemigos que, según las circunstancias, pueden ser empresas multinacionales, el imperialismo, o, en este caso, una pastera finlandesa y el propio gobierno uruguayo.

Con este tipo tipo de conducta el presidente incurre en una doble equivocación: violenta las relaciones con un país vecino y renuncia a ejercer los atributos constitutivos del poder en la medida que permite que mil vecinos de una localidad definan la estrategia diplomática de la Nación. El oportunismo político nunca es aconsejable, mucho menos en un presidente. Sobre todo cuando están en juego el orden público y los principios republicanos de gobierno.

Es necesario insistir que en la resolución de esta clase de conflicto la alternativa nunca debe ser la represión o la permisividad. Los gobernantes deben actuar de manera responsable eludiendo por igual las tentaciones de la demagogia y el autoritarismo. Ninguna de estas consideraciones están presentes en este conflicto, en el que se pretendió encauzar a la histeria colectiva de un poblado por la vía de una permisividad sin límites.

La pedagogía enseña que a los trastornos de conducta no se los corrige con sanciones, pero tampoco se deben estimular los comportamientos trastornados. Cuando esto ocurre, el cuadro se agrava y todas las patologías se liberan. El presidente Kirchner cree que por el momento la crisis se resuelve postergando la respuesta. Cuando asuma el próximo presidente, el margen de maniobra se habrá reducido al mínimo y las nuevas autoridades deberán pagar un costo mucho más alto por la improvisación de su predecesor.