Marfici 2007
Vida, pasión y muerte en el punk

Roberto Maurer-Enviado especial

Los directores de cine acompañan por todas partes a sus películas. Las cuidan, las llevan de la mano y se las presentan a los desconocidos. Tal vez proporcionan las mismas respuestas a las mismas preguntas del público, pero es una rutina de festivales. Lech Kowalski es uno de esos realizadores de culto que sólo es posible conocer en una muestra como el Marfici, a la cual llegó con 14 películas inaccesibles en nuestro país, aun cuando aparecen habitualmente en los calendarios internacionales.

Nacido en Londres, Kowalski se convirtió en artista en Nueva York, a cuya escena underground de los 70 se integró, o sea, en los tiempos en que en el legendario Club 54 se mezclaban el jet-set con la perrada. El signo de la época, cuenta, consistía en sobrevivir sin sacrificar la libertad artística, con el auxilio de metadona, marihuana y heroína.

En ese medio brotó la ideología punk, y Kowalski fue su paisajista, haciendo películas con figuras tan representativas como "Sid Vicious" y "Dee Dee Ramone". Su cine se fue desenvolviendo en los bordes, y más allá del punk, fue configurando un mundo habitado por vagabundos y junkies de Nueva York, rameras húngaras y zapateros polacos.

NACIDO PARA PERDER

Vimos "Nacido para perder" (Born to lose), o "La última película de rock 'n roll", un subtítulo que supone un retorno y despedida del punk, a diez años de su filme "D.O.A.", el documental donde Lech Kowalski describe la gira catastrófica de los Sex Pistols en Estados Unidos, y su impacto en la cultura under.

"Nacido para perder" es el título de la última e inconclusa canción de Johnny Thunders, y un réquiem para esa personalidad clave del punk neoyorkino, a cuyo nacimiento contribuyó como parte de New York Dolls y luego como líder de Heartbrakers. La noticia del hallazgo de su cadáver en un hotel en Nueva Orleans decidió a Kowalski a volver a la temática punk, para describir su desquiciada trayectoria de consumidor infatigable de heroína, la de un personaje amado aún por quienes tenían motivos para odiarlo, como aquel fan al cual le partió el cráneo con la guitarra y nunca hizo la denuncia.

Con material de archivo y entrevistas a quienes fueron miembros de su banda, amigos y familiares, a muchos de los cuales maltrataba, Kowalski se propuso reconstruir esta historia de autodestrucción prescindiendo de sentimentalismo, hueca exaltación y juicio moral, o sea, rompiendo con los esquemas indulgentes de las películas de rock, y más aún, con el efecto MTV. Sin mistificar, eligió el documento duro, nada compasivo, y de a ratos contagiado por aquella furia nihilista con la que el propio Kowalski convivió.