Toco y me voy
El consabido arbolito de Navidad
Cuando llega esta semana yo trato de mirar para otro lado: toooodos los años debo escribir sobre el árbol de Navidad. Quería zafar pero justo hoy es 8 de diciembre, día de armado del arbolito. No zafo ni con la ayuda de Papá Noel.

Pero, de todas maneras, en este caso la oportunidad es propicia para hacer una confesión: sí, fui yo, con mis manos entonces infantiles, quien se aprovechaba de los pinos del cerco del club Sportivo que quedaba enfrente de mi casa de Providencia. Ya está, ya lo dije. Y siento como un alivio, algo de espíritu navideño que llega desde lo alto y limpia mi conciencia.

Providencia es un pueblo pequeño pero con dos clubes y yo era (y soy, si me apuran) del "otro", de "El Bochazo" aunque vivía enfrente de la cancha de Sportivo. Detrás del arco, una hermosa cortina de pinos jóvenes, tamaño "tipo árbol de Navidad".

Así que por entonces yo cumplía secretamente varias funciones: conseguía un árbol fresco, verde, auténtico y no esas espantosas copias plásticas que hoy te zampan en todos lados; también abría huecos en el cerco del club, para poder entrar y salir fácil sin dar toda la vuelta. Parece un detalle sin importancia, pero en el picado, donde había varios troncos que le pegaban fuerte, alto y lejos, contar con ese hueco agilizaba el trámite de buscar la pelota, siempre que no cayera en manos de mi abuelo, porque en ese caso la pelota no volvía más, así la fuera a buscar su nieto querido, que sólo para eso, creo, me incluían los grandes en su partido...

Y, de última, si bien se trataba de una acción condenable y reñida con el espíritu religioso de la festividad, era un pino menos de la cancha del equipo rival, qué tanto.

Así que de noche, cuando las vacas de Deine se volvían, las gallinas trepaban a los árboles, se apagaban las luces de los dos bares del pueblo y el pesado silencio fresco de la noche caía sobre almas y casas, pues, este señor, cruzaba ni siquiera sigilosamente la calle que lo separaba de la fila de pinos, uno de los cuales, ya había sido convenientemente junado y sopesadas sus virtudes y defectos, señalado mentalmente cuál gajo debía suprimirse, elegida la herramienta a utilizar... En fin, todo lo que podría inscribirse tranquilamente, en una acción penal, como premeditación, planificación, alevosía. Y no entraba en la figura "agravada por el vínculo" porque, ya lo dije, no era el club de mis amores.

Al otro día, en un tarro de aceite vacío, con tierra y ladrillos se dejaba firme al pino en su nuevo lugar, mientras, como si se tratara de un niño de cinco años al que se le cayó un diente, la fila de pinos estrenaba su hueco nuevo. Ahora bien. Parece que yo no era el único que se proveía de pinos del cerco de Sportivo, pues éste exhibía inexplicablemente groseros agujeros. Hago esta salvedad porque, si bien entiendo que prescribió la causa, no quiero que ante mi confesión pública me achaquen también la desaparición de todos los otros pinos. Y no me apuren porque empiezo a deschavar los nombres de los otros vecinos que tenían pinos sospechosamente parecidos al que había en casa...

Bueno, ya está. Ya lo dije. Hay gente que usa los árboles y hasta planta algún pino engolado pensando en tenerlo iluminado para las fiestas. Otros optan por los pinos sintéticos que hasta te vienen con nieve y todo si querés. Otros, arman estructuras de alambre o cables aprovechando algún mástil o un caño.

Pero yo extraño los pinos de Providencia. Así que, si me esperan un rato, me hago una escapada hasta mi pueblo, porque ya juné un pinito que está fenómeno para estas fiestas y que entra fenómeno en el baúl del auto. Y ya está la nota del arbolito...