Un rayo divino
Por Nidya Mondino de Forni

"Ella se me apareció, vestida de rojo pálido, imponente y modesta; la forma en que su cinto retenía su falda era apropiada a su extremada juventud. Entonces -yo lo afirmo sinceramente- el espíritu de la vida, que reside en la parte más secreta del corazón, comenzó a temblar en el fondo de mí mismo tan fuertemente que se estremecían hasta mis más pequeñas venas, y temblando, dijo estas palabras: `íHe ahí un dios más fuerte que yo; él me dominará!...'. Desde ese momento el amor se hizo dueño de mi alma, que bien pronto fue su desposada" ("Vida nueva", I)

Esta impresión que, repercutiría durante toda su vida, causó en Dante la aparición de Beatriz cuando sólo tenía nueve años; al volverla a ver "sonriente en la belleza de sus diez y siete años" resurgió en él el amor. Después de su muerte, ocurrida a los veintisiete años, escribió "Vida nueva": "lectura para una sombra", "un libro en memoria de la ausente". Poco a poco Beatriz se convierte en la personificación de la inteligencia inspiradora, "la que pone el paraíso en mi ser", "ese sol que fue el primero que me hizo arder de amor", "la dulce guía cuyos ojos angelicales resplandecían al sonreírme", "el placer eterno que brillaba en su bello rostro me enviaba la luz de Dios". Así espiritualizándola, Dante en la Divina Comedia, ve en ella la intérprete de los santos dogmas, la mediadora entre el cielo y la humanidad. Transformada en una alegoría, es un símbolo de la Sophia, la Sabiduría Divina de naturaleza trascendente.

Y es precisamente en la "divina floresta", situada en la cima truncada del Purgatorio donde la vuelve a ver. Divisa una procesión mística que representa la historia de la Iglesia (seguramente similar a la que debieron recorrer las calles de su Florencia natal). Al retumbar un trueno, el grupo alegórico se detiene frente a él y en medio de una nube de flores esparcidas por los ángeles aparece:

"Yo he visto, al romper el día, la parte oriental enteramente sonrosada, el resto del cielo adornado de una hermosa serenidad y la faz del sol naciente cubierta de sombras de suerte que a través de los vapores que amortiguaban su resplandor, podía contemplarla el ojo por largo tiempo: del mismo modo a través de una nube de flores que salía de manos angelicales y caía sobre el carro y en torno suyo, se me apareció una dama coronada de oliva sobre un velo blanco, cubierta de un verde manto y vestida del color de una vívida llama.

"Mi espíritu, que hacía largo tiempo no había quedado abatido, temblando de estupor en su presencia, sin que mis ojos la reconocieran, sintió, no obstante, el gran poder del antiguo amor, a causa de la oculta influencia que de ella emanaba". ("Purgatorio", XXX, 22-39).

Finalmente, fue Beatriz el principio de sus sueños, el consuelo en sus desgracias, el encanto de su vida y quien lo acoge purificado en el Paraíso.

Un rayo divino que lo levanta de esfera en esfera y que ante el luminoso espectáculo absorto exclama:

"Mujer en quien florece mi esperanza

Tú, que por mi salud sufrir quisiste,

en el infierno dándome amparanza.

En cuanta cosa tu mirar me hiciste,

de la virtud que me has comunicado,

reconozco la gracia que te asiste.

Yo era un esclavo: tú me has liberado

y me has puesto en la vía en que me ayude

para alcanzar el término anhelado.

Que tu magnificencia mi alma escude

de todo mal, para que torne sana

cuando del cuerpo humano se desnude" ("Paraíso", XXXI, 79-90).