La Universidad, el Pontífice y la censura

Finalmente, el Papa Benedicto XVI decidió no visitar la Universidad La Sapienza por considerar que el clima político era adverso y su presencia generaría desórdenes imprevisibles. Funcionarios del Vaticano señalaron a la prensa que los directivos de la Universidad -una de las más antiguas de Italia y, por lo tanto, del mundo- no garantizaban la libertad de expresión de la más alta autoridad católica del mundo.

Como es de público conocimiento, estudiantes y docentes de esta alta y prestigiada casa de estudios expresaron su disconformidad por la anunciada visita del Papa. Los jóvenes acusan a Benedicto XVI de conservador, y también de haber sido uno de los religiosos contemporáneos que atacó a Galileo Galilei, el científico italiano que en el siglo XVII debió retractarse ante un tribunal religioso de sus certezas intelectuales.

El panorama se completó con las posiciones sustentadas por algunos docentes, quienes consideraron que, más allá de las opiniones del Papa y del derecho por parte de los ciudadanos a estar o no de acuerdo con su doctrina, lo que debe defenderse como principio sagrado en una universidad que merezca ese nombre es la libertad de expresión.

Los estudiantes organizaron masivas y ruidosas manifestaciones para expresar su rechazo a Benedicto XVI. A las consignas anticlericales y los ataques personales, le sumaron burlas y ofensas, además de la amenaza de impedir que usara de la palabra. Atendiendo a esa realidad conflictiva y para evitar males mayores, el Papa decidió suspender la visita, resolución que fue festejada por los estudiantes, pero que para amplios sectores de la opinión pública italiana y católica sienta un grave precedente político y cultural.

A decir verdad, no deja de ser una contradicción flagrante que, en nombre de la libertad de expresión, se le impida hablar al Papa. Los estudiantes que con tanto entusiasmo se movilizaron para censurar al Pontífice no percibieron que de alguna manera estaban actuando con la misma lógica que emplearon los funcionarios eclesiásticos que amordazaron a Galileo.

Las críticas más reiteradas contra Ratzinger se relacionan con su aparente condición de conservador. Previo a la frustrada visita a la Universidad había celebrado misa de espalda a los fieles, recreando un ritual que en su momento había sido superado por el Concilio Vaticano II.

Antes, incluso, sus opiniones en la universidad alemana de Ratisbona provocaron la furia de los musulmanes, quienes percibieron una clara intencionalidad en las citas elegidas y en el sitio donde se verbalizaron. Es que allí, un Papa del Medioevo había predicado una de las más duras cruzadas contra el Islam.

Resulta innecesario explicar que Benedicto XVI tiene derecho a adherir a una pretendida teología conservadora. Es más, se puede estar a favor o en contra de esa posición, pero en ningún caso se debe admitir la censura o el agravio gratuitos.

Es paradójico que se ejerza censura en nombre de la libertad de expresión. Esa es la contradicción que viven los estudiantes y docentes que en la Universidad de la Sapienza -creada por la Iglesia- impidieron que se oyera la palabra papal.