Crónica política
Entre el orden de la derecha y la protesta de la izquierda
Por Rogelio Alaniz

Cuando los trabajadores petroleros de Salta y Neuquén tomaron las rutas para protestar por el cierre de las fuentes de trabajo, fundaron la metodología del piquete. Cuando De la Rúa asumió el poder, esta metodología de lucha ya estaba instalada en la Argentina. Sindicalistas peronistas y dirigentes de izquierda descubrieron, por diferentes razones, que los piquetes podían llegar a ser un eficaz sistema de protesta.

Cuando De la Rúa abandonó el poder, la metodología piquetera se había generalizado y algún teórico izquierdista llegó a descubrir en ella y en las asambleas barriales los organismos de doble poder revolucionario, tal como en su momento organizaron bajo el nombre de soviets los revolucionarios leninistas.

Cuando Duhalde se hizo cargo del poder y ordenó reprimir una protesta piquetera, la muerte de Kostecki y Santillán le advirtió al poder político que el recurso represivo era muy costoso, tan costoso que podía poner en jaque a una presidencia. Cuando Kirchner llegó al poder su decisión estaba tomada: no reprimir, negociar con los piqueteros, integrar a los que se podía integrar y corromper al resto.

La estrategia dio sus resultados. El activismo piquetero se redujo al mínimo. La negociación y la estabilidad económica le permitieron a los Kirchner dar una respuesta satisfactoria, por lo menos en las apariencias. La muerte de René Fuentealba en Neuquén probó de manera trágica otra cosa: que la represión no era gratuita, producía costos humanos y políticos, pero ello no impidió que el Movimiento Popular Neuquino se mantuviera en el poder.

Hoy el piquete, en su versión tradicional, ha perdido fuerza. El caso de Castells, transformado en el marido que alienta a su esposa para que se imponga en "Bailando por un sueño" es la conclusión grotesca de un tipo de lucha protagonizada, en más de un caso, por aventureros y patanes de muy baja estofa moral y política.

Sin embargo, sería un error suponer que la corrupción de Castells, o la devaluación política de D'Elía, explican la totalidad de este proceso. Puede que los fundadores de la metodología piquetera estén derrotados, integrados o haciendo buenos negocios, pero el método de lucha, la disposición de recurrir al piquete por cualquier tipo de protesta ganó a amplios sectores de la sociedad.

La derrota política de los padres fundadores del piqueterismo puede ser leída también como una paradójica victoria. Hoy el piquete es el método preferido de lucha de maestros, ecologistas, estudiantes, villeros y diversas expresiones sindicales. La garantía tácita de que no los van a reprimir alienta esta decisión. A ello se suma una cuestión práctica: al afectar la tranquilidad de miles de personas, los piqueteros saben que el poder político terminará concediéndoles las reivindicaciones solicitadas.

Izquierdistas, activistas sindicales, oportunistas de diferente pelaje recurren a este método que en más de un punto ha escapado al control incluso de los propios dirigentes de la protesta. En ese contexto, el dilema que se le presenta al gobierno, a cualquier gobierno, es cómo resolver una situación que reclama compatibilizar las demandas sociales con el principio de orden. Los Kirchner entendieron que en la actual coyuntura la solución más inteligente era dejar hacer, con la confianza de que la mejoría de la situación económica iría distendiendo los conflictos. No les fue mal.

El problema es que una sociedad cambia. Puede que la estrategia de "dejar hacer" haya sido viable en algún momento. ¿Qué sucede cuando este hábito de protestar se extiende a toda la sociedad? El problema no sólo es teórico, sino fundamentalmente práctico. Miles de vecinos afectados por los piquetes empiezan a clamar por orden. Nunca hay que olvidar que cuando la derecha llega al poder es porque previamente hay una sociedad que se derechizó.

A la política de los Kirchner de dejar hacer, se le opone la política de Macri de no dejar hacer cualquier cosa. A su manera, y con sus modales, Macri le puso el cascabel al gato. La protesta callejera deberá ser notificada a las autoridades con anticipación. De más está decir que la disposición es apoyada por amplios sectores sociales.

Está claro que esta batalla recién está en sus inicios. La lucha por racionalizar el desorden trasciende la cuestión disciplinaria para poner en juego temas tales como la legitimidad de los reclamos en democracia, la presión de los poderes corporativos, los límites de permisividad del sistema y las propias internas políticas.

Macri prometió en la campaña electoral poner punto final a los excesos de la protesta callejera. Hoy la sociedad lo acompaña, pero las reacciones son fuertes y el gobierno nacional no le va a facilitar el trámite. Por otro lado, habrá que ver si los vecinos que hoy apoyan a Macri, mañana, cuando deban padecer algunas incomodidades, lo seguirán haciendo. La historia habla con frecuencia de los dirigentes que traicionan a sus votantes, pero pocas veces habla de los votantes que traicionan a sus dirigentes o no están dispuestos a acompañarlos como corresponde.

Desde el punto de vista de la teoría política, vuelve a instalarse el lugar común que ubica en el reclamo del orden a la derecha y en la reivindicación del desorden a la izquierda. Tradicionalmente se ha sostenido que quienes se oponen a los cambios reivindican los valores del orden, mientras que quienes dicen defender la solidaridad postulan que sólo lo pueden hacer a través de la movilización callejera, la acción revolucionaria y la crítica radicalizada a la moral tradicional.

En la realidad, esta contradicción es verdadera sólo en sus apariencias. Es verdad que la derecha defiende el orden, pero la izquierda también lo defiende, sólo que se acuerdan de él cuando toman el poder e instalan un orden estricto. ¿O alguien se preguntó porqué en Cuba o en Corea del Norte no hay piqueteros?

Cualquier sociedad que merezca ese nombre necesita ciertas pautas de orden para funcionar. Se podrá discutir la calidad de ese orden, si es más o menos justo, más o menos democrático, pero está fuera de discusión que es indispensable aceptar algunas reglas básicas. Sin leyes que se cumplan no hay civilización. Es así de sencillo y así de difícil.

Por otro lado, se sabe que si bien la contradicción izquierda-derecha existe, ella no alcanza o no puede explicar la complejidad del hecho social. La derecha suele ser partidaria del orden, pero el orden como tal no es justo o injusto, en todos los casos lo que se debe discutir es su calidad, no su existencia.

Tradicionalmente también pertenece a la derecha el reclamo de seguridad, pero hoy ningún dirigente progresista responsable puede desentenderse de la seguridad. La seguridad podrá ser la de los autoritarios o la de los demócratas, la de los policías de gatillo fácil o la de los garantistas, pero la seguridad ha de ser siempre garantía constitutiva de una sociedad que merezca ese nombre.

La verdad política, entonces, puede estar a la izquierda o a la derecha. Más que escandalizarnos, esta verdad debe obligarnos a pensar. Una izquierda que deja a la derecha el reclamo de orden y seguridad comete más un error que una torpeza porque -es necesario insistir- orden y seguridad no son consignas abstractas, son demandas palpitantes de la sociedad y, por lo tanto, alguien las debe resolver. Si no lo hace la izquierda lo hará la derecha, con su estilo y sus métodos, sus virtudes y sus fobias.