Matar a Cenicienta, ¿o al zapato?

El cuento de la Cenicienta, se dice por ahí, echa a perder el sentimiento de las féminas. Ese relato con el que crecieron cientos de niñas y niños, hoy hombres y mujeres, les introduce en sus cabezas una percepción del amor que no existe y los arroja a la vivencia de un engaño, una fantasía nunca realizable.

Lo cierto es que en esas interpretaciones de la historia con la que Disney recaudó millones, todos se olvidan del error en que hace recaer a los hombres. Pensémoslo. El príncipe va puerta a puerta por la consecución de ese pie que encaje perfectamente con el zapatito. De esta manera, el objeto de su deseo -la mujer- tiene que tener unas características que deben encuadrar con el material previamente configurado -el zapato.

Allí, el deseo, el erotismo o el amor que se enciende es manoseado y decrece: tiene que encajar en el zapato -dejaremos para una próxima entrega las posibles asociaciones con la acción que marca el verbo de "hacer encajar el zapato". Lo que importa aquí es que el amor coincida con la idea que el propio púber se armó -simbolizado en el zapato- de ese objeto de deseo.

Entonces, los muchachitos creen que lo importante es una serie de casilleros que deben llenarse a la hora de evaluar salir o noviar con alguien. ¿Qué hay hoy en ese zapatito? Ideas de éxito y sustentabilidad. Hay que poner promesas, como la de que dentro de 10 años va a perdurar el amor intacto; el compromiso de eterna fidelidad e infinita belleza. Hay que poner sorpresa, aprendizaje, comprensión, esfuerzo, dinero, trabajo... Una colección infinita de supersticiones y convenciones sociales que deben estar para que la "cosa funcione".

Ciertamente, el amor sucede. Es algo que nadie puede prever, ni evitar. Querer contradecirlo, dirigirlo o condicionarlo, profanaría el propio acto y lo despojaría de los mayores placeres que éste puede proveer.

La única salvación del cuento es que el calzado es de cristal, que se rompe. En lo demás pierde, porque cuando el zapato empieza a ser más importante que el propio protagonista, el príncipe tiene un problema mayor que no dar con la horma.