Igualito a las vacaciones

Hay cosas y situaciones que, por ser tan obvias o comunes nos pasan inadvertidas. Una de ellas es desconocer, ignorar, que, en realidad, todo el año estamos de vacaciones.

A ver si entendemos: ¿qué hacemos cualquier día hábil del año? Con más o menos matices y dependiendo de los integrantes de cada familia, cada mañana, todos se levantan temprano, la madre corre del dormitorio de los chicos que se niegan a despertar plenamente, a la cocina a preparar el desayuno, mientras el padre insulta porque alguien abre la canilla al mismo tiempo que intenta bañarse.

Con la última miga en la garganta parten todos: los chicos al cole, el hombre al trabajo y ella, si no tiene la suerte de que su marido la mantenga, al suyo.

Las compras del día se hacen en el camino. O en alguna de las fugas de la oficina con alguna excusa del tipo "voy hasta el banco".

La vuelta al mediodía es otra corrida: la comida fast, acomodar lo que viene del súper, lavar los platos. A la tarde -pero no tanto- cargar con los chicos y distribuirlos en sus actividades extra colegio, ir al cajero. Hacer cola para cargar nafta, siempre y cuando haya en la estación elegida. A la noche, el colmo: el lugar elegido para cenar está repleto y deben esperar parados por una mesa. Discuten la posibilidad de ir a otro, pero la evaluación no es positiva y deciden, muertos de hambre y cansancio, esperar.

Enero, revancha y ¿vacaciones? La familia decidió ir al mar. Más de mil kilómetros de chillidos torturantes -de los "pequeños" obviamente- son el fondo musical del viaje. En el departamento alquilado, no hay diferencias sustanciales con la casa. Aquí los chicos despiertan primero, hasta que los padres, hartos del batifondo, deciden que es hora de levantarse. De mal humor la madre repite la ceremonia matinal cotidiana: desayuno de café con leche con galletitas porque olvidó comprar pan, va al súper de la esquina y busca algo con lo que hacer la fast food de mediodía, prepara las toallas, la gaseosa, el mate y parten peleando los chicos por ir en el asiento que da a la ventanilla y la pareja discutiendo en que playa habrá menos gente. Por la tarde al volver, la historia de cada día hábil se repite y hacen cola frente al cajero que no les da dinero y los invita a buscar otro, y pelean porque el departamento tiene un solo baño y todos quieren usarlo al mismo tiempo y los amigos los esperan en la pizzería tal, donde tienen una mesa reservada para las nueve donde comerán con sombreros para protegerse del sol. Llegan tarde y deben esperar. Tienen sueño y están cansados, tan cansados como cuando terminan cualquier día hábil en la bendita ciudad.