Opinión: OPIN-04
La vuelta al mundo
La victoria de Lugo, los desafíos de Lugo

Que después de sesenta años de monopolio partidario, el elemental principio democrático de la alternancia se haya podido cumplir en Paraguay es una buena noticia, una excelente noticia en cualquier parte del mundo. Las encuestas aseguraban que Fernando Lugo era el favorito para las elecciones, pero atendiendo a los antecedentes del Partido Colorado y a su formidable red de clientelismo estatal sostenida por una activa tropa de punteros, había motivo para poner en duda las cifras de los encuestadores.

En honor a la verdad, hay que decir que el presidente Duarte Frutos se portó bien. Si lo hizo por convicciones o porque no le quedaba otra alternativa es un tema a discutir; pero lo concreto es que respetó el resultado de las urnas y a pocas horas de concluido el comicio, su candidata, Blanca Ovelar, reconoció su derrota.

En un país con instituciones democráticas normalizadas, estos datos serían innecesarios por lo obvio; pero en Paraguay constituyen una novedad extraordinaria. En Paraguay, las señales de cambio se venían manifestando desde hace tiempo, pero con una lentitud exasperante. En 1989, una asonada militar apoyada por la Embajada de Estados Unidos -no olvidarlo- puso fin a la dictadura del general Stroessner.

La caída del déspota no significó el fin del régimen, sino su continuidad en otro contexto. Su sucesor fue su consuegro, con el cual Stroessner estaba relacionado por esos lazos económicos que en ciertos ambientes suelen ser mucho más motivadores que los familiares. Ni la solidaridad familiar, ni los favores debidos lo inhibieron a Rodríguez para traicionar a su padrino. El artífice material de esa traición fue el general Lino Oviedo, quien no vaciló en ordenarle a sus soldados que liquidase a la guardia de corps de Stroessner, sus atildados y marciales guardianes de limpia y pura estirpe germánica, como le gustaba decir a don Alfredo.

Rodríguez debió iniciar la democratización del sistema, pero lo hizo a su manera: con fraude y corrupción. En esos años, ninguno de los partidos opositores, ni los liberales ni los febreristas, estaban en condiciones de ganarle a los colorados, cuya base popular siempre fue fuerte. Pero el fraude estaba tan instalado en los hábitos del régimen que sus punteros lo practicaban por rutina o con el objetivo de posicionarse internamente ante el jefe para reclamar los correspondientes beneficios.

Este sistema corrompido y mafioso fue el que dominó hasta ayer en Paraguay. El Partido Colorado gobernó durante todos estos años apoyado en dos estructuras poderosas: el ejército y la administración pública. Muchos han comparado al coloradismo con el PRI mexicano. En la comparación, el PRI sale perdiendo, porque con todos sus vicios este partido nunca avaló una dictadura gangsteril como la de Stroessner y jamás se prestó a ser un felpudo de la Embajada de Estados Unidos y el sicario disponible para cualquier trabajo sucio en la región en nombre del más primitivo anticomunismo.

Otros han intentado compararlo con el peronismo, atendiendo a la entrañable amistad -nunca desmentida- entre Perón y Stroessner. Tampoco la comparación es exacta, más allá de que reconocidos dirigentes peronistas se sentían muy cómodos con los colorados paraguayos, al punto de que muchos de ellos peregrinaban habitualmente a Asunción para reconfortarse con las experiencias de sus amigos.

Más que una identidad política concreta, lo que hacía inteligible la relación entre peronistas y colorados eran algunas mitologías históricas, en particular aquellas elaboradas por personajes como José María Rosa con respecto a la guerra del Paraguay, en donde curiosamente un partido argentino de filiación nacionalista apoyaba la causa del ejército enemigo y del dictador cuyo objetivo era despedazar el territorio nacional.

Decía que el sistema venal, oligárquico y mafioso dirigido por el Partido Colorado es el que ha llegado a su fin. Lo llamativo es que el verdugo del régimen sea un ex obispo que nació y se crió en un hogar colorado. La otra novedad es que Lugo no es el candidato de los partidos tradicionales, sino de una coalición integrada por movimientos de masas, organismos de derechos humanos y diferentes grupos de izquierda.

Finalmente, importa señalar la condición religiosa de Lugo, el ejercicio de una de las investiduras más altas de la Iglesia Católica, lo que le facilitó un ascendiente moral sobre la sociedad, ascendiente que sin duda ayuda a ganar elecciones, aunque habrá que ver si ayuda a gobernar. Las experiencias de sacerdotes devenidos en políticos, por lo general no han sido buenas. Lo sucedido en Haití así lo demuestra, pero ya se sabe que en política la última palabra nunca está dicha.

Hacia el futuro, habrá que preguntarse sobre las posibilidades de gobernabilidad de una coalición que carece de bases materiales de poder y en donde el carisma de Lugo es su principal capital político. En Paraguay la pobreza asciende al cuarenta por ciento, la desocupación ha crecido y el contrabando y los negociados con el Estado sigue siendo una de sus fuentes principales de ingresos.

Corregir este sistema, que en más de un caso es el estilo de vida de miles de personas, no va a ser sencillo, sobre todo cuando las estructuras del Estado siguen controladas por sus antiguos beneficiarios. El apoyo a Lugo expresó el hartazgo de muchos paraguayos a un régimen agotado; pero bien se sabe que una cosa es expresar la oposición y otra, muy distinta, es hacerse cargo de la responsabilidad de gobernar.

La historia enseña que en política el carisma importa, siempre y cuando se disponga luego de dispositivos materiales de poder para sostenerse. Por el momento, la simpatía de Lugo alcanza, pero de aquí en más quien deberá gobernar será el ciudadano, el político, no el obispo o el hombre simpático que dice discursos agradables.

A Lugo lo identifican con la "teología de la liberación". Su filiación ideológica está genéricamente en la izquierda. Tal como se desarrollan los hechos, en Paraguay el izquierdismo de Lugo estará condicionado por la resistencia que ofrezca una realidad anquilosada, pero asentada en poderosos intereses que no necesitan de los votos para ejercer el poder. Su izquierdismo será a lo sumo de signo reformista, y no hay motivos para suponer que pretenda ir más allá de poner en orden el Estado y pensar muy seriamente cómo se organiza la vida económica de una sociedad que durante décadas vivió de los beneficios del contrabando y de los negociados.

Lugo hoy disfruta de las mieles de la victoria, de la alegría de haberle ganado al continuismo colorado en sus versiones civiles y castrenses, pero él sabe mejor que nadie que una vez concluidos los festejos, comienza la ardua, difícil y conflictiva tarea de gobernar a un país.

Lugo no puede ni debe olvidar que hoy cuenta con el cuarenta por ciento del apoyo social, un porcentaje que alcanza para ganar pero que no puede hacer perder de vista que existe un sesenta por ciento de paraguayos que por una razón u otra añoran el pasado.

Rogelio Alaniz