Opinión: OPIN-03
Crónica política
Martín Lousteau y la decisión de Puerto Madero

Los Kirchner tienen una visión obsesiva, histérica del poder. Para referirse a los guapos de valía Borges recordaba de ellos un rasgo central: nunca amenazaban, nunca levantaban la voz. Esa lección de vida los Kirchner la ignoran, pero están inhibidos para practicarla. Para Borges lo opuesto al malevo no era el miedoso sino el fanfarrón, el as de cartón, como diría el tango.

El único ministro de Economía con personalidad intelectual y política del gobierno de los Kirchner, fue Roberto Lavagna. Por esa razón renunció y por esa razón jamás volverá a ser convocado por la pareja gobernante. Tampoco es casualidad que haya sido el mejor ministro. Los gobiernos necesitan de economistas con personalidad fuerte, que lo oriente y le ofrezcan alternativas al presidente.

Un estadista como Charles De Gaulle, cuya personalidad política admitamos que era más vigorosa y más interesante que la de Kirchner, se rodeaba de colaboradores brillantes. Winston Churchill o Roosevelt actuaban con los mismos criterios. Sin ir más lejos, Marcelo Alvear se jactaba de que cualquiera de sus ministros podría hacerse cargo de la presidencia. El propio Perón siempre designó a ministros con personalidad definida. Así lo fueron Miranda, Gómez Morales o Gelbard.

Por el contrario, Martín Lousteau, como Peirano o como Miceli, nunca dejaron de ser, en el mejor de los casos, técnicos resignados y obedientes, ejecutores de las órdenes provenientes de Casa Rosada o Puerto Madero. Por lo tanto, no hay que llamarse a engaño: el fracaso de sus gestiones es el fracaso de los Kirchner. Desde el punto de vista político cualquier otra especulación pierde de vista lo más importante. Con esta renuncia no se sabe si el oficialismo se debilita, pero lo seguro es que no se fortalece, que su crisis de gobernabilidad sigue intacta.

Kirchner siempre dijo que en caso de llegar a ser presidente él sería su propio ministro de Economía. No mentía ni exageraba. En la actualidad daría la impresión de que este principio se mantiene vigente, pero con una diferencia: hoy no es el presidente de la Nación, por lo menos no lo es formalmente, y si bien a Lousteau él no lo designó, daría la impresión de que él fue quien estuvo más interesado en su renuncia, o por lo menos, el que más presionó para que así sea. Por lo pronto, el sucesor exhibe una condición de la que Lousteau nunca pudo enorgullecerse y nunca le creyeron ni le dieron la oportunidad: ser un incondicional de Kirchner.

Según los rumores de la corte de Olivos, el joven Martín fue una creación de Cristina. En principio, fue el único ministro que aunque sea por razones formales se diferenciaba de la vieja guardia de ministros designados por su marido. Verdadero o no, este rumor ha sido desmentido por los hechos. Lousteau debió renunciar porque en realidad desde hacía por lo menos un mes era un adorno, y hay buenas motivos para suponer que la responsabilidad de otorgarle el lugar de un florero es de los funcionarios leales a don Néstor.

Lo más interesante, o lo más inquietante, es que el autor de su caída no fue el campo, sino Néstor Kirchner. Se dice que el anuncio de la designación de Lousteau ya fue problemático. Se asegura que a la hora de las decisiones importantes nunca fue tenido en cuenta. Su oposición al tren bala, sus críticas a los crecientes índices inflacionarios, sus ostentosas rivalidades con Guillermo Moreno, sus diferencias de criterio para el tratamiento de la deuda externa, demuestran que, aunque podía llegar a pensar por cuenta propia, siempre se encargaron de recordarle -a veces de manera brutal- que no fue para pensar por cuenta propia que lo designaron en el Palacio de Hacienda.

Es probable que en algún momento se haya hartado de ser una marioneta. O haya aceptado con descarnado realismo que no está preparado para lidiar en los accidentados laberintos y las sórdidas intrigas del poder. Por una razón o por otra decidió volver a su casa. Dentro de una semana su nombre ingresará al olvido, pero lo que se mantendrá intacto será la crisis política y el sistema que lo expulsó del poder.

Las crisis del poder suelen ser sórdidas y oscuras. No es mucho lo que se sabe de ellas, pero algunas inferencias siempre son posibles. En los mentideros del poder se asegura que la iniciativa de las retenciones fue de Lousteau y su equipo. Se sugiere que Néstor Kirchner se enteró tarde y que cada vez que tuvo la oportunidad de expresarse siempre dijo que estaba en desacuerdo con esa decisión.

Atendiendo a la naturaleza del poder kirchnerista, a su tendencia a concentrar el poder, se hace muy difícil sostener esa hipótesis. Una decisión como la de aumentar las retenciones es muy difícil imaginarla como un acto soberano del joven Lousteau. No hay ningún indicio que permita sostener semejante hipótesis. Salvo que para los Kirchner el aumento de las retenciones fuera un simple trámite administrativo, posibilidad que de confirmarse tampoco liberaría al oficialismo de sus responsabilidades, ya que hay que estar muy cebado en el poder, muy habituado a recaudar y a subestimar a los productores, como para permitir que el aumento de las retenciones sea un simple trámite administrativo.

El poder suele ejercerse con sus símbolos y sus rituales. Esos atributos Martín Lousteau nunca pudo exhibirlos. Su exposición en el Salón Blanco esa tarde en que la presidente decidió responderle al campo, fue la de un chico atribulado, la de un estudiante nervioso que recita su lección de memoria delante de un tribunal severo y predispuesto a aplazarlo.

En un país que para bien o para mal se distinguió por contar con ministros de economía con personalidad vigorosa, la imagen vacilante de Lousteau auguraba su próximo final. Si sus limitaciones provenían de una personalidad débil o de un sistema de poder que desde el primer momento le estableció estrictos controles, es algo que nunca terminará de saberse. Políticamente, lo que importa en todos los casos no es la indagación psicológica, sino la evaluación pública, los indisimulables resultados.

Tal vez no haya sido casualidad que la renuncia del ministro coincidiera con el durísimo discurso de Kirchner en Ezeiza. Tal vez no sea casualidad que el protagonismo de la jornada lo haya tenido el marido y no la esposa. Le guste o no a oficialismo, hay razones para suponer que la línea de sombra del poder se está trasladando desde la Casa Rosada a Puerto Madero.

A Eduardo Duhalde se le atribuye la metáfora del doble comando para referirse al actual esquema del poder. En esta coyuntura el doble comando dejó de ser tal. En este tramo del camino el que maneja es Néstor. Y se cumple el principio técnico de que el doble comando es necesario porque uno de los volantes no está en condiciones de hacerse cargo de la conducción. ¿Esto es bueno o malo para los argentinos? Me temo que desde hace rato lo que sucede en las esferas del poder ha dejado de ser bueno para los argentinos.

Rogelio Alaniz