Opinión: OPIN-05
La caída del general Paz (I)
Un militar inteligente
Entrado en años, José María Paz posa para la novedosa cámara fotográfica. Foto: Fundación Antorcha/El Litoral

El 10 de mayo de 1831, las boleadoras del gaucho Francisco Zevallo derribaron el caballo del general José María Paz. Nunca un tiro de boleadoras provocará tantas consecuencias políticas. La caída de Paz es, al mismo tiempo, la caída de la Liga del Interior, la coalición política regional organizada por Paz para enfrentar al bloque liderado por Buenos Aires. Un error de cálculo, una confusión y una dosis de mala suerte ponen punto final a la experiencia política más audaz y progresista de las provincias del interior para poner límites a la expansión política de Buenos Aires. Al error, Paz lo pagará con nueve años de prisión. La Argentina -o lo que pretende ser la Argentina en esos años- lo pagará con veinte años de dictadura.

En sus "Memorias..." -uno de los textos más lucidos y mejor escritos del siglo XIX-, Paz relata los pormenores de lo ocurrido esa tarde de mayo de 1831. La ansiedad, la imprudencia y una suma de casualidades fatales lo condujeron hacia un grupo de soldados que, a último momento, descubre que no son los suyos. Intenta huir. Mientras galopa, le parece que no es decoroso que un general escape de sus propias tropas. Se detiene para cerciorarse de si efectivamente son enemigos. En ese momento, un tiro de boleadoras le manea el caballo y, en un segundo, el general Paz está en el suelo, a merced de sus enemigos. Tal vez si no hubiera sido manco, tal vez si hubiera sido un buen jinete, habría podido escapar de la encerrona, pero Paz era manco y nunca había logrado lucirse como jinete, una carencia que en cualquier otro habría sido imperdonable para los ojos de la tropa. Pero al general Paz los soldados lo respetaban a pesar de su falta de habilidades gauchescas.

El primer dato que Paz registra sobre su desgracia es el de los gauchos abalanzándose sobre él, no para castigarlo o algo parecido, sino para despojarlo de todos sus bienes. En un parpadeo, Paz pierde las espuelas, las botas, el sombrero, las pocas monedas que tenía y el reloj. No le sacaron la camisa porque uno de los soldados lo impidió, tal vez con la esperanza de robársela después. Como se podrá apreciar, nuestros gauchos no sólo eran ligeros con el cuchillo o el caballo.

El azar o el destino les permite a Rosas y a López tomar prisionero al único político que estaba en condiciones de enfrentarlos. Sin la presencia de Paz, la Liga del Interior se derrumbaría sin pena ni gloria. Ninguno de los generales que lo acompañaban estaba a la altura de su genio militar y político. Quiroga derrotaría a Lamadrid, como antes había derrotado a Videla y a Pringles. En menos de seis meses, Juan Manuel de Rosas habría logrado su objetivo más importante. Sus aliados López y Quiroga no lo habrían de sobrevivir. Uno fue asesinado en 1835 y el otro murió en 1838. Con Rosas se terminan los caudillos con vuelo propio. Aunque, para ser leales a los hechos, habría que decir que jamás López o Quiroga tuvieron el vuelo, el talento y la disponibilidad de recursos de Juan Manuel.

Un gran historiador decía que a la historia no hay que pensarla como una larga carretera que los protagonistas recorren sin mayores contratiempos, sino como un cruce de caminos donde los protagonistas deciden o son empujados hacia destinos muchas veces no previstos. Precisamente, en un cruce de caminos, Paz cae prisionero y los acontecimientos se orientan hacia una dirección impensada.

Para principios de 1831, la Liga del Interior parece estar políticamente afianzada. Como se recordará, después de la paz con Brasil, los soldados y oficiales que habían peleado contra el imperio regresaron a Buenos Aires con el sabor amargo de saber que lo que habían ganado en el campo de batalla se perdería luego, en las negociaciones políticas. Lavalle depuso a Dorrego y Paz marchó hacia Córdoba y derrotó a Bustos. Dejar a Córdoba en manos de un enemigo era algo que Facundo no podía permitir. Quiroga ignoraba que estaba a punto de aprender la lección más formidable de su carrera. El temible Tigre de los Llanos descubriría que en una batalla el coraje no alcanza. También descubriría que el sonido de su nombre, que, según la leyenda, les ponía los pelos de punta a sus enemigos más audaces, a Paz no le impresionaba.

El propio Facundo admitiría que en La Tablada, como en Oncativo, había sido derrotado por un artista. Sarmiento diría que Paz se impuso en esas batallas con la maestría de un jugador de ajedrez. ""Paz es un militar europeo. No cree en el valor si no se subordina a la táctica, a la estrategia y a la disciplina. Apenas sabe andar a caballo, es además manco y no sabe manejar la lanza. La ostentación de fuerzas numerosas lo incomoda. Pocos soldados y bien instruidos. Dejadle formar un ejército; esperad que diga "ya está en estado' y concededle que escoja el terreno en que habrá de librar la batalla, y podéis fiarle entonces la suerte de la república", escribió Sarmiento con su particular elocuencia.

Nobleza obliga, los generales de Paz reconocieron el coraje de los soldados de Quiroga: ""Hemos peleado con soldados mejor armados, mejor dirigidos, mejor vestidos, pero más valientes que éstos... nunca". La Tablada y Oncativo lo despojan a Quiroga del poder político y de algo mucho más importante: de su aura de invencible. López no podría disimular su regocijo por la derrota de su aliado formal y su enemigo íntimo. Rosas cree que ha llegado el momento de ofrecerle a Quiroga hospitalidad en Buenos Aires. El Tigre pagaría un alto precio por ese alojamiento.

Derrotado Quiroga, Paz heredó, por decirlo de alguna manera, su imperio. El primer objetivo político de la nueva coalición sería definir un programa de organización nacional. Con ese propósito, se esforzó en ganar para su causa a López y Ferré. Una de las tragedias históricas de la Argentina de esos años fueron esos desencuentros. Si la historiografía liberal presenta a Paz como un liberal aliado a los grupos unitarios de Buenos Aires, y la historiografía revisionista considera que Facundo y López eran aliados incondicionales de Rosas, la realidad enseña que Paz nunca dejó de sentirse provinciano y que uno de los grandes desencuentros históricos de la nación fue el que protagonizaron los líderes de las provincias del interior.

Objetivamente, López, Paz y Quiroga tenían intereses comunes Sin embargo, los hechos se desenvolvieron en otra dirección. El Restaurador, además de ser un político hábil y tramoyero, disponía de enormes recursos como para seducir a sus aliados. Con los matices del caso, habría que decir que a López lo compró con vacas y a Quiroga lo corrompió estimulando su afición al juego y poniendo a su disposición las delicias de la vida mundana porteña. Al mismo tiempo, se las ingenió para que López y Quiroga nunca dejaran de odiarse. No se equivoca Borges cuando describe a Juan Manuel como ""la araña de Palermo".

Para 1830, Paz no era un iniciado en la política nacional. Aún no había cumplido treinta años y podía jactarse de haber participado en las batallas más importantes de su tiempo. En esos años conoció el sabor amargo de la derrota y el júbilo de la victoria. Para bien o para mal, estuvo en todas. En Tucumán y en Salta, en Vilcapugio y Ayohúma, en Huaqui y en Sipe-Sipe. Como Cervantes, podría decir que al brazo lo perdió en una ocasión gloriosa. En la batalla de Ituzaingó protagonizó una de las cargas de caballería más célebres de nuestra historia. Por su desempeño en el campo de batalla, el general Alvear lo ascendió a general, un honor que le reconocía alguien que no lo apreciaba. (Continuará)

Rogelio Alaniz