Nosotros: NOS-15
Toco y me voy
Una sobre naranjas
Comienza la época en que aparecen las naranjas y con ellas la posibilidad de incorporar vitamina C, importante para encarar el invierno. Porque aquí hay gente encaradora, que encara incluso al mismísimo invierno. Lo que se dice, una nota para sacarle el jugo.

Me crié frente o al costado (las naranjas de los vecinos siempre son más ricas) de grandes naranjos y consumiendo bastante más que la dosis diaria requerida. Los pibes de mi camada, andábamos por la vida y por la siesta a razón de no menos de diez naranjas diarias (como intuirán, tampoco teníamos problemas de estreñimiento). Para consumirlas, sacábamos la cáscara a puro dedo gordo, hincando la uña primero y haciendo una hábil palanca que arrancaba un pedazo de esa piel. Al final de la tarde podía ocurrir que ese dedo, que había trabajado intensamente y que tenía incrustados pedazos de cáscara, te doliera o ardiera un poco, pero al otro día la rutina comenzaba nuevamente...

La otra forma, a campo, de comer una naranja era, mordisco mediante, abrir una tapita y luego chupar apretando el cuerpo de la fruta. Así te quedaba la jeta, también: reíte del bótox y la silicona.

Luego, la forma civilizada y casera consistía en tomar un cuchillito y pelar la naranja en redondo, generando una única y curva tira (era de chambones que se te corte en el medio) que luego la abuela dejaba secar para usar la cascarita con el mate. Ahora la yerba ya viene con cáscara, y el jugo te lo venden exprimido, pero ese es otro tema...

Finalmente, la difusión de principios de vida sana y de formas correctas de alimentación, popularizaron la necesidad de incorporar vitamina C natural al organismo y la naranja (y más todavía el exótico kiwi, cuyas plantas no estaban ni en casa ni en lo de la vecina...) tuvo y tiene su lugar de gloria en los desayunos.

Para eso hay que exprimirla. El mecanismo más fácil es utilizar el inefable exprimidor: un cono plástico con estrías en cuya cúspide se apoya media naranja. La presión de la mano la hace girar hacia delante y atrás y de esa manera la fruta, aplastada entre la mano y el exprimidor, comienza a dejar su jugo, que cae en una jarrita. Si tenés suerte y las naranjas son jugosas y relativamente blandas, con dos o tres te armás un vasito glorioso.

Ahora bien, si tenés que preparar el desayuno para toda la familia, es probable que pasen por tus manos una docena de naranjas, esto es veinticuatro mitades de naranjas. Al final, la mano te queda deformada como si tuvieras una artrosis súbita. Los ácidos de la cáscara, el descarte de las medias naranjas exprimidas y la limpieza del adminículo conforman el lado molesto de la cuestión. Podría filosofar diciendo que nada bueno en la vida se consigue sin algo de esfuerzo o pagando algún costo desagradable, pero ustedes quieren un vaso de naranja recién exprimido y punto.

Para complicar la cosa, a alguien se le ocurrió mecanizar la cuestión. Vienen ahora unos exprimidores electrónicos que no son otra cosa que el viejo exprimidor de siempre pero con un enchufe. Igual tenés que cortar la media naranja vos mismo (en algunos híper mercados o en bares o comedores hay tremendas máquinas que hacen todo el trabajo, incluso el corte de la naranja, pero es difícil imaginar algo así en tu casa, como no sea sacando al nono al patio o desterrando la heladera), colocarla y hacer presión con un sombrerito plástico que activa el giro automático. La media naranja se te ladea un poco, el mecanismo saca jugo del centro pero dejo mucho en los bordes, por lo que al final, después de renegar para despegar esa media naranja pegada a las paredes del cono cóncavo (y de ensuciarte igual las manos), tenés que terminar de exprimirla manualmente. Y para lavar la máquina, otro quilombo. Tu media naranja se mata para que vos tengas tu prolija vida sanita, aunque igual te vas a morir, chiquito...

Se pueden escribir muchas otras cosas, lo sé. Podría inventar algo con más humor. Probé otras variantes. Incluso algún otro tema con más potencial. Pero, naranja.