¿Por qué necesitamos excusas para la poesía? Si ella, desvalida criatura, mujer fatal, belleza última, habita en cada escondrijo de lo cotidiano. Vive en la mirada de quien la busca y la encuentra. El tiempo es, quizás, el hueco en que anida. El mismo tiempo que hoy parece escurrirse como agua entre los dedos y nos priva de mirar cómo cae una gota de lluvia sobre una hoja.
Pero hay otro tiempo. El que nos demora en la percepción de todo lo que vive ahí cerca, tan cerca nuestro que se nos desdibuja como en un fuera de foco eterno. De tan próximo no lo vemos. Allí, en el misterio del entorno, posó su mirada Juan L. Ortiz, poeta de los pequeños mundos que nos rodean y nos trascienden.
Nacido en Puerto Ruiz, en Gualeguay, el silencio de pueblo y el rumor del río acunaron su poética de la contemplación, de la sutileza, de la profundidad y lo inefable.
Walter Heinze, compositor entrerriano y maestro de músicos, confesaba que nunca pudo volver a contemplar las barrancas del Paraná de otros tonos que no sean rosa y dorado después de leer el poema de Juanele. Esa potencia transformadora de su mirada es la que hace única la palabra del poeta. Como en la obra de Rilke, su simbolismo es tan poderoso que nos convierte la propia forma de mirar o nos contagia la contemplación activa. "Sus atmósferas son siempre delicadas y casi enfermizas; el paisaje es sutil, etéreo, como soñado. La vida pasa por los versos con una sensación huidiza: la verdad parece ocultarse siempre más allá, entre un oro otoñal y un caer de pétalos en el viento. En este mundo dolorido, exquisito y bello, el poeta sufre sus languideces y melancolías".
De su universo poético parten algunas otras creaciones artísticas que cobran nueva vida con otros lenguajes, como el del cine o la música. Un disco de canciones en el que se musicalizan algunos de sus poemas ("Luz de agua") y una película que se estrenó en Santa Fe esta semana titulada "La orilla que se abisma", provocan el deseo de volver a las fuentes. Dos viajes que zarpan de la mirada de Juanele para navegar por cauces distintos y anclar en una obra que, como un faro, ilumina siempre un poco más allá.
SOBRE EL DISCO
Las palabras de Juan L. Ortiz resuenan en un disco que es también un libro o al revés, donde tres músicos vecinos del río se han dado un gusto: dialogar en su propio lenguaje con la poesía de Juanele. Sebastián Macchi (pianista, compositor entrerriano), Claudio Bolzani (guitarrista, rosarino) y Fernando Silva (contrabajista santafesino) crearon "Luz de agua", en base a los versos de "Rosa y dorada", "No era necesario", "La mañana quiere irse...", "Fui al río", "Rumor de lluvia", "Tarde otoñal" y "Rama de sauce", entre otros poemas.
"Al leer en voz alta las palabras escritas suelen animarse y expresar algún sentido a través de la propia voz. Andando los versos de Juanele así, como disuelto en un otro mundo, fueron despertando algunas impresiones sonoras que hallaron su forma en estas canciones -cuentan acerca de estos poemas de Ortiz musicalizados por Macchi-. Luz de agua es un diálogo sin tiempo, de amor y profundo respeto. Un homenaje y, finalmente, una manera despojada de agradecer tanta belleza que su obra y su vida nos enseñan, como formas de resistir desde lo sutil".
La sutileza es, precisamente, la intención que define el sonido de este disco editado por el sello paranaense Shagrada Medra. Diez perlas cultivadas, donde el canto aterciopelado de Bolzani y el de su propia guitarra, se encuentran con el susurro del agua en el piano de Macchi, para habitar la profunda atmósfera que parte del contrabajo (violoncello, berimbao) de Silva. Todo, para adentrarnos en viaje cadencioso hacia el universo de Ortiz.
"En algunos casos, la canción suele tomar alguna idea o sonoridad del poema y reexponerlo de manera libre", cuentan. Pero es la palabra en la carnadura del poeta, la que se mezcla con la música del trío en "Rosa y dorada", la canción que inaugura el disco. Allí, donde un instante basta para que la voz de Juanele nos devuelva a otro tiempo... "por los caminos pálidos, entre la hierba oscura, el alma es un olvido hacia una orilla eterna".
SOBRE LA PELÍCULA
"Muchas veces a lo largo de mi vida me hice una pregunta: ¿qué se puede conocer del otro? Y volví a formulármela pensando en Juan L. Ortiz, porque siempre tuve la sensación de que la acumulación de datos da un conocimiento precario sobre el otro. A esa pregunta general siguió una particular: ¿será posible mirar el paisaje de Entre Ríos partiendo de algunos principios estéticos del poeta, de modo que la película sea testigo de este diálogo con Ortiz? Así comenzó el viaje: un acercamiento cinematográfico a su poética", cuenta Gustavo Fontán, director de "La orilla que se abisma".
"La de Juanele es una poética de la paciencia, que no es de acceso fácil pero cuando uno hace un primer esfuerzo y entra, hay una cosa de la musicalidad, del movimiento, de cada palabra, que te arrastra, que tiene un valor poético en sí mismo. Él armó su poética a lo largo de 60 años, como una paciente mirada sobre el mundo que lo rodea. Y desde allí hace una observación rigurosa y una transformación metafísica de su entorno. Esa observación detenida se transforma por el movimiento mismo de las palabras en metafísica. Ese movimiento me parece grandioso -remarca Fontán-. Con la película me propuse mirar el paisaje no como una postal, sino ver cómo nuestra mirada podía, sin hacer desaparecer el paisaje, trascenderlo. ¿Qué veo más allá de eso que está acá?...ese movimiento fue nuestra intención".
"El principio estético lo encontramos en sus propias palabras. Cierta vez, cuando habla sobre Puerto Ruiz, donde nació, dice: "Al amanecer, cuando el sol estaba rasante, iluminaba parte de la vaca y parte de mi madre agachada ordeñando. A mí me impresionaba mucho porque se levantaba en ese tambo mucho vapor. Entonces todo se irisaba, se hacía un mundo de color muy tenue, hermoso: las vacas parecían una niebla'. Y tiempo después, afirma: "Se trata de cierto sentido brumoso que disuelve el contorno de las cosas para hacer sentir la unidad viviente".
"Para explorar en estos conceptos, hicimos una profunda investigación sobre el tratamiento de la imagen (contornos, color y forma) previamente y durante el rodaje. El aprovechamiento de la niebla o la lluvia, el movimiento del río, incluso el fuera de foco, son algunos de los recursos que utilizamos. Y convencidos de la necesidad de llevar esta exploración hasta las últimas consecuencias, elegimos un director de fotografía entrerriano, Luis Cámara, quien nos aportó una cercanía emotiva y un conocimiento profundo de la luz propia del paisaje. Lo mismo hicimos con el sonido, ya que la poesía de Ortiz da constantes claves sonoras. Con Abel Tortorelli agudizamos nuestros oídos con jornadas especiales de capturas sonoras. Percibir matices, timbres diferentes en los cantos de los pájaros (no referenciales sino emotivos), capturar los sonidos del agua, del follaje (tan importante en la cosmovisión del poeta), del silencio, incluso, formaron parte del trabajo. Y concebimos esta película estructuralmente como un viaje: un recorrido por un río. El montaje con Mario Bocchicchio y Gustavo Schiaffino trabajó las formas del movimiento el navegar-, los ritmos y los vínculos".
"Porque para mi el poder del arte está en la sugerencia, en la tensión entre lo dicho y lo no dicho, entre lo visible y lo invisible. Siempre me resultó un desafío indagar en esa dirección. Juan L. Ortiz tenía la convicción de que el arte no da cuenta del mundo para hacerlo comprensible, sino para devolverle su sagrado misterio. La hicimos propia".