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CULTURA
No te detengas alma sobre el borde
Los viajes que parten de Juanele. En estos días se estrenó en Santa Fe "La orilla que se abisma", una película que zarpa del universo poético del escritor entrerriano. Hace tiempo, el disco de canciones "Luz de agua" cobró vuelo merced al impulso de sus versos. Dos creaciones artísticas, dos miradas posibles, que invitan a emprender un viaje de regreso a las fuentes: la obra, todavía desconocida, de Juan Laurentino Ortiz. textos de Gabriela Redero

¿Por qué necesitamos excusas para la poesía? Si ella, desvalida criatura, mujer fatal, belleza última, habita en cada escondrijo de lo cotidiano. Vive en la mirada de quien la busca y la encuentra. El tiempo es, quizás, el hueco en que anida. El mismo tiempo que hoy parece escurrirse como agua entre los dedos y nos priva de mirar cómo cae una gota de lluvia sobre una hoja.

Pero hay otro tiempo. El que nos demora en la percepción de todo lo que vive ahí cerca, tan cerca nuestro que se nos desdibuja como en un fuera de foco eterno. De tan próximo no lo vemos. Allí, en el misterio del entorno, posó su mirada Juan L. Ortiz, poeta de los pequeños mundos que nos rodean y nos trascienden.

Nacido en Puerto Ruiz, en Gualeguay, el silencio de pueblo y el rumor del río acunaron su poética de la contemplación, de la sutileza, de la profundidad y lo inefable.

"No te detengas alma sobre el bordede esta armoníaque ya no es sólo de aguas, de islas y de orillas.¿De qué música?" La poesía de Juan L. Ortiz se templó a lo largo de una vida austera, solitaria y silenciosa. En ese cosmos donde el paisaje es una verdad eterna que construye esa verdad poética plasmada en su obra, Juanele vivió y murió el 2 de setiembre de 1978, dejando un legado que, como el poder intrínseco de su mirada, lo trasciende. Una obra como una perla cultivada durante más de 50 años desde Entre Ríos, donde respiran la agreste selva de Montiel que lo contuvo, o el Paraná contemplado desde su última casa en el Parque Urquiza. "¿Temes alma que sólo la miradahaga temblar los hilos tan delgadosque la sostienen sobre el tiempoahora, en este minuto, en que la luzde la prima tardeha olvidado sus alasen el amor del momentoo en el amor de sus propias dormidas criaturas:las aguas, las orillas, las islas, las barrancas de humo leñe?"Su imagen de hombrecito fragil, casi etéreo, como náufrago de otro tiempo, suele ser más recordada que su obra, forjada en las márgenes de la cultura oficial y aún desconocida en gran parte. Un halo de misticismo envolvió sus días, vividos a un ritmo oriental en el que encontró la misma síntesis y sabiduría de un aiku.Al referir a la obra de Juanele, Hugo Gola cita a Cesare Pavese cuando dice: "Todo auténtico escritor es espléndidamente monótono en cuanto en sus páginas rige un molde al que acude, una ley formal de fantasía que transforma el más diverso material en figuras y situaciones que son casi siempre las mismas. Si esta afirmación es verdadera, como realmente lo creemos, Juan L. Ortiz es, sin dudas, un auténtico escritor. Su tarea consistió siempre en transformar el diverso material a su alcance, vasto y renovado, en figuras y situaciones que son casi siempre las mismas, dando pruebas de una espléndida monotonía. Demostró además que desde el principio, desde su ya lejano libro El agua y la noche (1933), le fue dado un tono que derramó sobre una materia que también le era propia; vale decir que todo el caudal de su obra constituye una suma de astillas arrancadas de un mismo tronco y testimonian un inevitable destino de poeta. Quizá no encontremos otro caso semejante en toda la literatura argentina. Más de cincuenta años de trabajo para construir pacientemente un orden homogéneo y real, viviente y articulado; un mundo complejo, tejido con la precaria circunstancia de todos los días, con la alta vibración de la historia, con la angustia secreta de la pobreza y el desamparo, y la repetida plenitud de la gracia. Presiento que una obra de esta dimensión sólo se puede realizar con una entrega sin reservas y confiada, persistiendo heroicamente en el registro cotidiano de estados e iluminaciones, descensos y buceos, titubeos y certezas, pero con la humildad de una hierba que florece para cumplir sus ciclos y no por el orgullo de la flor". "¿O es que temes, alma, su silencio,o acaso tu silencio?

Los versos, como un faro

Walter Heinze, compositor entrerriano y maestro de músicos, confesaba que nunca pudo volver a contemplar las barrancas del Paraná de otros tonos que no sean rosa y dorado después de leer el poema de Juanele. Esa potencia transformadora de su mirada es la que hace única la palabra del poeta. Como en la obra de Rilke, su simbolismo es tan poderoso que nos convierte la propia forma de mirar o nos contagia la contemplación activa. "Sus atmósferas son siempre delicadas y casi enfermizas; el paisaje es sutil, etéreo, como soñado. La vida pasa por los versos con una sensación huidiza: la verdad parece ocultarse siempre más allá, entre un oro otoñal y un caer de pétalos en el viento. En este mundo dolorido, exquisito y bello, el poeta sufre sus languideces y melancolías".

De su universo poético parten algunas otras creaciones artísticas que cobran nueva vida con otros lenguajes, como el del cine o la música. Un disco de canciones en el que se musicalizan algunos de sus poemas ("Luz de agua") y una película que se estrenó en Santa Fe esta semana titulada "La orilla que se abisma", provocan el deseo de volver a las fuentes. Dos viajes que zarpan de la mirada de Juanele para navegar por cauces distintos y anclar en una obra que, como un faro, ilumina siempre un poco más allá.

"Serénate, alma mía, y entra como la luzolvidada, hasta cuándo?en este canto tenue, tenuísimo, perfecto. (*) En la película de Gustavo Fontán, Juanele es un punto de partida. "Adoptar un ritmo alejado del vértigo contemporáneo representó un riesgo, pero ese riesgo no es algo caprichoso, sino que parte de una concepción muy seria sobre la vida y las posibilidades poéticas del cine. Esa era la única fidelidad posible a Ortiz. Pero también creo que hacer una película es una toma de posición frente al mundo. Para mi era una reconciliación con el mundo, la posibilidad de detenerme a ver que está ahí, mirar como crecen las flores e invitar al espectador a verlo también. A veces las cosas se vuelven tan cotidianas que uno se olvida de sus existencia. Uno las pone tan entre paréntesis que en esa ausencia muchas veces se ausenta a uno mismo y ausenta a los otros. Creo que esa detención para mirar al mundo no es una elección utópica sino, simplemente, una toma de posición frente a las urgencias que el mundo actual nos propone para ausentar cualquier necesidad real y reemplazarla por otras más superfluas".La palabra, las imágenes, la música dialogan en la intimidad cruzada de estas obras -el disco, la película- que zarpan de una de ellas -la poesía- para profundizarnos la mirada. "Para Ortiz, el fin del poeta no consiste en envolverse en la seda de la poesía como en un capullo -escribe Hugo Gola-. En realidad, toda su obra nos convoca fervorosamente al ejercicio de una contemplación activa para instaurar en el mundo el reino de la poesía y la soberanía del amor. Su aislamiento, entonces, se transformó en impulso y renunció a todo lo que no fuera el humilde y paciente trabajo con las palabras y la música, que lo unieron, al amparo del silencio, con las hojas, las hierbas y el río, que siempre fluye espejando los cambios del tiempo".Cada verso de Juanele es, así, un nuevo paso hacia lo desconocido y desde ese enigma moviliza, emociona, toca la fibra vital que nos enciende. "No te detengas alma sobre el borde", de "El aire conmovido", Juan L. Ortiz, año 1949 .

Luz de agua

SOBRE EL DISCO

Las palabras de Juan L. Ortiz resuenan en un disco que es también un libro o al revés, donde tres músicos vecinos del río se han dado un gusto: dialogar en su propio lenguaje con la poesía de Juanele. Sebastián Macchi (pianista, compositor entrerriano), Claudio Bolzani (guitarrista, rosarino) y Fernando Silva (contrabajista santafesino) crearon "Luz de agua", en base a los versos de "Rosa y dorada", "No era necesario", "La mañana quiere irse...", "Fui al río", "Rumor de lluvia", "Tarde otoñal" y "Rama de sauce", entre otros poemas.

"Al leer en voz alta las palabras escritas suelen animarse y expresar algún sentido a través de la propia voz. Andando los versos de Juanele así, como disuelto en un otro mundo, fueron despertando algunas impresiones sonoras que hallaron su forma en estas canciones -cuentan acerca de estos poemas de Ortiz musicalizados por Macchi-. Luz de agua es un diálogo sin tiempo, de amor y profundo respeto. Un homenaje y, finalmente, una manera despojada de agradecer tanta belleza que su obra y su vida nos enseñan, como formas de resistir desde lo sutil".

La sutileza es, precisamente, la intención que define el sonido de este disco editado por el sello paranaense Shagrada Medra. Diez perlas cultivadas, donde el canto aterciopelado de Bolzani y el de su propia guitarra, se encuentran con el susurro del agua en el piano de Macchi, para habitar la profunda atmósfera que parte del contrabajo (violoncello, berimbao) de Silva. Todo, para adentrarnos en viaje cadencioso hacia el universo de Ortiz.

"En algunos casos, la canción suele tomar alguna idea o sonoridad del poema y reexponerlo de manera libre", cuentan. Pero es la palabra en la carnadura del poeta, la que se mezcla con la música del trío en "Rosa y dorada", la canción que inaugura el disco. Allí, donde un instante basta para que la voz de Juanele nos devuelva a otro tiempo... "por los caminos pálidos, entre la hierba oscura, el alma es un olvido hacia una orilla eterna".

La orilla que se abisma

SOBRE LA PELÍCULA

"Muchas veces a lo largo de mi vida me hice una pregunta: ¿qué se puede conocer del otro? Y volví a formulármela pensando en Juan L. Ortiz, porque siempre tuve la sensación de que la acumulación de datos da un conocimiento precario sobre el otro. A esa pregunta general siguió una particular: ¿será posible mirar el paisaje de Entre Ríos partiendo de algunos principios estéticos del poeta, de modo que la película sea testigo de este diálogo con Ortiz? Así comenzó el viaje: un acercamiento cinematográfico a su poética", cuenta Gustavo Fontán, director de "La orilla que se abisma".

"La de Juanele es una poética de la paciencia, que no es de acceso fácil pero cuando uno hace un primer esfuerzo y entra, hay una cosa de la musicalidad, del movimiento, de cada palabra, que te arrastra, que tiene un valor poético en sí mismo. Él armó su poética a lo largo de 60 años, como una paciente mirada sobre el mundo que lo rodea. Y desde allí hace una observación rigurosa y una transformación metafísica de su entorno. Esa observación detenida se transforma por el movimiento mismo de las palabras en metafísica. Ese movimiento me parece grandioso -remarca Fontán-. Con la película me propuse mirar el paisaje no como una postal, sino ver cómo nuestra mirada podía, sin hacer desaparecer el paisaje, trascenderlo. ¿Qué veo más allá de eso que está acá?...ese movimiento fue nuestra intención".

"El principio estético lo encontramos en sus propias palabras. Cierta vez, cuando habla sobre Puerto Ruiz, donde nació, dice: "Al amanecer, cuando el sol estaba rasante, iluminaba parte de la vaca y parte de mi madre agachada ordeñando. A mí me impresionaba mucho porque se levantaba en ese tambo mucho vapor. Entonces todo se irisaba, se hacía un mundo de color muy tenue, hermoso: las vacas parecían una niebla'. Y tiempo después, afirma: "Se trata de cierto sentido brumoso que disuelve el contorno de las cosas para hacer sentir la unidad viviente".

"Para explorar en estos conceptos, hicimos una profunda investigación sobre el tratamiento de la imagen (contornos, color y forma) previamente y durante el rodaje. El aprovechamiento de la niebla o la lluvia, el movimiento del río, incluso el fuera de foco, son algunos de los recursos que utilizamos. Y convencidos de la necesidad de llevar esta exploración hasta las últimas consecuencias, elegimos un director de fotografía entrerriano, Luis Cámara, quien nos aportó una cercanía emotiva y un conocimiento profundo de la luz propia del paisaje. Lo mismo hicimos con el sonido, ya que la poesía de Ortiz da constantes claves sonoras. Con Abel Tortorelli agudizamos nuestros oídos con jornadas especiales de capturas sonoras. Percibir matices, timbres diferentes en los cantos de los pájaros (no referenciales sino emotivos), capturar los sonidos del agua, del follaje (tan importante en la cosmovisión del poeta), del silencio, incluso, formaron parte del trabajo. Y concebimos esta película estructuralmente como un viaje: un recorrido por un río. El montaje con Mario Bocchicchio y Gustavo Schiaffino trabajó las formas del movimiento el navegar-, los ritmos y los vínculos".

"Porque para mi el poder del arte está en la sugerencia, en la tensión entre lo dicho y lo no dicho, entre lo visible y lo invisible. Siempre me resultó un desafío indagar en esa dirección. Juan L. Ortiz tenía la convicción de que el arte no da cuenta del mundo para hacerlo comprensible, sino para devolverle su sagrado misterio. La hicimos propia".