Nosotros: NOS-05
SOCIEDAD / DÍA DEL PADRE
De tal palo tal astilla
Lo aprendí de papá. ¿Cómo es eso de compartir con los hijos la profesión y heredar la pasión por hacer algo?. A propósito de este Día del Padre, un periodista y un fotógrafo contaron a Nosotros cómo viven el placer de ver crecer a sus hijos y, a la vez, trabajar con ellos en el mismo metier. textos de Revista Nosotros.

Ricardo Pallero y Amancio Alem son dos reconocidos profesionales de los medios de nuestra ciudad. El primero es sinónimo de automovilismo y logró ser reconocido a nivel nacional e internacional por su trabajo en el periodismo "fierrero". Desde hace más de 35 años hace periodismo escrito y radial desde las pistas donde los motores rugen y queman neumáticos.

El segundo es fotógrafo. Desde hace varios años trabaja en el diario El Litoral y dicta cursos de fotografía en ATE. La cámara se convirtió en su aliada hace ya mucho tiempo y hoy es su forma de transmitir su mirada del mundo.

Sin embargo, lo que Nosotros queremos destacar en esta nota acerca de dos profesionales santafesinos es esa otra dedicación que tienen, que no se enseña ni aprende en ninguna universidad: la de ser padres.

Porque Ricardo y Amancio comparten con sus hijas la pasión por lo que hacen, es que hoy se merecen un humilde reconocimiento en estas páginas.

El Turco y la Turquita

Cuando Amancio Alem fue papá por primera vez tenía 22 años. Su hija, María Ángela -le dicen Marian- hoy tiene 27 años y un perfil que la va a ligar a su padre por el resto de su vida, incluso quizás más que el vínculo de sangre que tienen; por eso es que también Amancio le heredó -además del gusto por lo que hace- el apodo y juntos son "El Turco y La Turquita".

"Era re chiquito cuando nació, pero cambió mi vida. Cuando me llamaron y me dijeron que estaba viniendo se me pasaron los 22 años en un segundo, me dio miedo. Además, en ese momento dejás de ser vos para interesarte solamente por esa personita", relató el fotógrafo acerca de la llegada de su hija.

El nacimiento de Marian también significó para Amancio empezar a ver la fotografía como su medio de vida y, por supuesto, su hija se volvió su musa, incluso mucho antes de que pueda posar para su cámara. La Turquita se familiarizó con el flash gracias a la insistencia de su papá y eso también quedó registrado. "Me acuerdo que cuando tenía 7 años la tenía tan torturada sacándole fotos que en un momento me hizo un gesto con sus manitos como diciéndome que la tenía re podrida, tengo una foto de eso", recuerda Amancio entre risas.

Pero la pichona creció y llegó el día en que pudo sostener una cámara con sus propias manos, apuntar y capturar; de eso, también hay registro. "Cuando falleció su bisabuela Marian tenía 8 años; un tiempo antes le había regalado una camarita descartable. En el velorio y la sepultura yo no sabía que ella tenía la cámara y sacó fotos de todo eso, tenemos unas imágenes del panteón desde distintos puntos que son muy interesantes", contó Amancio sobre las primeras fotos de su hija. Esa actitud y esas imágenes le dieron al padre la pauta de "con sus 8 años, la niña ya quería expresarse a través de la fotografía".

Según Amancio, el ojo sensible para tomar fotografías es un talento natural y él cree que Marian lo tiene. Opina que lo bueno es darse cuenta de ello y explotarlo, porque en su caso no fue tan sencillo. "A mi me costó mucho porque no vengo de una familia de artistas y la remé un montón para hacer esto", subrayó el fotógrafo.

Por supuesto que cuando advirtió que su hija disfrutaba tanto como él de tomar fotos, la apoyó desde el primer momento. "Cuando entendí que ella sentía lo mismo que yo por la fotografía no la forcé pero siempre estuve pendiente, no para facilitarle las cosas, pero sí para que supiera que contaba conmigo y para alentar esa sensibilidad", sintetizó Amancio.

Un código común

Mientras su papá habló con Nosotros, ella lo contempló con sus ojos claros y enormes, callada. "Con mi papá tenemos un código común que es lo que hacemos, es lo que compartimos, de lo que hablamos todo el tiempo", soltó Marian para intentar definir eso que tanto los une.

"Podemos llegar a tener puntos de vista diferentes, pero nunca nos peleamos porque hay onda y espiritualidad", dice, decidido, El Turco. Otra vez se miran y se ríen como dos cómplices.

Después que terminó el colegio, Marian intentó estudiar Biodiversidad, pero pronto se dio cuenta de que no era lo suyo y empezó a trabajar en el local de fotografía de sus padres. Al tiempo decidió tomar un curso en el Fotoclub de Santa Fe -que casualmente dictaba su papá- y se largó siguiendo su propia inspiración. Hoy también integra el staff de fotógrafos del diario El Litoral.

Si bien el Turco y la Turquita andan por la vida sacando fotos, cuando pudieron se ocuparon de aclarar que en sus tomas dejan el sello personal que cada uno tiene y que, incluso, si alguno de los dos ve una foto del otro, la puede reconocer sin saber quién es el autor. "De las tormentas, por ejemplo, a mi me gustan las nubes y a ella los rayos", advirtió el padre.

Marian quiere seguir haciendo fotografías por mucho tiempo y adquirir cada vez mayor experiencia. "Para mi una foto es arte, es hacer arte con una cámara y con la realidad; intento comunicar situaciones, momentos", definió, y contó que sus favoritas son las que le toma a las personas sin que se den cuenta, "porque la gente cuando posa se pone una máscara, pero cuando no advierten la presencia del fotógrafo allí salen las mejores fotos".

Los Pallero

En un universo netamente masculino, Mariela Pallero se abrió camino para ejercer una especialidad del periodismo que conocía a la perfección, incluso antes de darse cuenta que le gustaba. Ese apellido, en el ambiente del automovilismo, significa mucho; es así como, desde que tiene memoria, recorre pistas de competición de todo el país y el exterior de la mano de su papá, Ricardo Pallero. íPónganse de pie, señores y señoras, que si de tuercas y pilotos se trata, estos dos saben y mucho!

En un estudio de LT 10 Radio Universidad -donde hoy conducen juntos su ciclo radial- Mariela y Ricardo charlaron con

Nosotros, a pocas horas de celebrarse el Día del Padre. "Cuando nació Mariela fue un día complicado. Yo trabajaba en Fiat y después del trabajo fuimos a tomar algo con mis compañeros, llegué temprano a casa y Algemira, mi esposa, estaba descompuesta; después fue todo muy rápido", se acuerda Ricardo, mientras su nieto Bruno lo escucha atento. Acerca de compartir el trabajo con su hija, afirma que no es fácil porque Mariela tiene un carácter decidido y su propia forma de pensar. Además, Ricardo se formó en una época en la que el automovilismo era muy diferente del que conocemos actualmente. "Era de amigos, implicaba compartir un montón de cosas, y hoy hay mucho egoísmo", señaló el papá. Un día Mariela le comunicó a su familia que cambiaría la Ingeniería en Sistemas -la carrera que había estudiado hasta entonces-, por el periodismo y, más precisamente, por lo mismo que hacía su papá. "Ella me ayudaba en la radio a organizar los programas cuando estaba cubriendo una carrera afuera, pero un buen día decidió meterse en ésto con todo. No me sorprendió su decisión, aunque esperaba que sea ingeniera", reconoció Ricardo Pallero.

La hija de...

En el año 1996 Mariela estaba recién casada y la llamaron para trabajar como ingeniera en la Formula Tres Sudamericana. En ese momento, su papá estaba en Europa y casi sin querer empezó a trabajar en las tareas de prensa para algunos equipos. "Empecé a escribir lo que yo tanto había leído, que era lo que mi papá escribía; me di cuenta de que me gustaba, entonces me vine a Santa Fe y le dije a mi papá que iba a hacer periodismo", contó Mariela sobre sus inicios. La respuesta de Pallero padre fue un rotundo íno! "Me dijo que no podía hacerlo porque era un mundo de hombres, para hombres y solamente de hombres, y yo lo afirmo", dice hoy Mariela sonriendo, pero desde ese día se ocupó de buscar la forma de hacerse respetar y, aparentemente, lo logró. "El apellido me ayudó mucho, pero después tenés que hacerte el camino propio y el respeto que impongas sobre vos misma como mujer es muy importante, más allá de las preguntas que aprendas a hacer", señaló.

Actualmente, Ricardo y Mariela están trabajando con la meta de poner el aire un programa de televisión sobre automovilismo, obviamente. La dupla funciona a la perfección como un motorcito recién salido del taller que se alimenta con cariño. Es que la hija tuvo la suerte de tener un padre que conoce mucho del tema y con una gran vocación por enseñar.

"Ahora tengo la posibilidad de heredar todos esos años de trabajo -dice Ricardo-. A Mariela le di un sólo consejo y es que debe respetar los tiempos de todos, porque ella está trabajando pero los demás también; y creo que ella lo aprendió", afirma con los ojos llenos de lágrimas. Es que Pallero es un padre orgulloso, que no vacila en contar que un día el piloto Guillermo Maldonado se acercó y le dijo: "Ricardo, te felicito por tu hija. Hoy a eso me lo dicen muchos y es un orgullo", finalizó Pallero, un padre con la tarea cumplida.

Mirar el mundo con los propios ojos

UNA FORMA DE EXPRESIÓN

Al pedirle que defina lo que significa para ella sacar una foto, a Marian Alem le costó encontrar las palabras justas; es que su modo de comunicarse es a través de imágenes.

"En una carrera me acerqué tanto a los caballos que me dieron ganas de gritar y cuando vi la foto que había hecho me dieron ganas de gritar de nuevo, porque había quedado espectacular. Me di cuenta de que había valido la pena arriesgarme", relató, y remató la anécdota con una manifestación muy personal: "es una sensación que no puedo explicar".

De la mano de mi padre

LA PRIMERA VEZ

Cuando soltó la mano de su papá y tuvo que cubrir una carrera sola, Mariela Pallero se las arregló muy bien. Hoy, a la distancia, se ríe de sí misma y cuenta: "la primera carrera que cubrí fue una de Turismo Carretera en Rafaela. Mi papá me había dado unas preguntas para que le haga a René Zanata y se las hice leyéndolas de mi mano, me las había escrito ahí", recuerda, y agrega: "hoy creo que ya no tengo que demostrar nada, tomé el apellido Pallero para que me sea útil y no para que sea una carga".

Algún día, Bruno y Magalí, los hijos de Mariela, tendrán que elegir qué quieren hacer, y ella está dispuesta a apoyarlos si deciden continuar con la tradición familiar, aunque también reconoce que su trabajo la obliga a dejar mucho tiempo su casa.