Opinión: OPIN-03
La vuelta al mundo
De las palabras a los hechos
Por Rogelio Alaniz

La crisis está en la calle. Se vive en la ciudad y en el campo. En la economía y en la política. Todos la percibimos y la padecemos. El único que la niega es el gobierno. Como el personaje de MoliŽre, supone que estamos en el mejor de los mundos. Su percepción de la realidad es la del poder. La del poder alienado. Se ha propuesto poner de rodillas al campo, pero el que se está arrodillando ante el rigor de los hechos es él. Lo sucedido en el Partido Justicialista de Santa Fe es una prueba más de que lo que se desgrana es el poder político del kirchnerismo.

Hasta la fecha, ha logrado mantener en caja a los caciques del conurbano de Buenos Aires y a los jefes de las principales corporaciones sindicales. Confiar en la lealtad de esos aliados es desconocer lo que ya le pasó a Menem y a Duhalde. Después están sus amigos. Los que negocian el petróleo, la minería, la pesca. Los que le alquilan las instalaciones en Puerto Madero. Los que se benefician con los subsidios. Para ellos no hay retenciones.

El gobierno supone que porque está sentado sobre una caja de 48.000 millones de dólares puede hacer lo que se le da la gana. Incluso derrotar al campo. ¿Ningún asesor le dice a los Kirchner que la derrota del campo es su propia derrota? ¿Nadie le dice que las victorias a lo Pirro son verdaderas catástrofes para el ganador? Sin duda tranquiliza saber que se cuenta con un buen respaldo económico. Pero en homenaje a la historia, yo le diría que no esté tan confiado. Los grandes cambios no se producen en tiempos de depresión, sino en tiempos de abundancia. La emergencia de nuevos actores, de nuevas modalidades productivas, la conciencia de nuevos derechos, alientan nuevas demandas. Hay gobiernos que se benefician con los cambios, pero los gobiernos que no los entienden suelen pasarla muy mal.

El kirchnerismo no entiende, no sabe, ni quiere conocer lo que está pasando en el campo. Entre sus prejuicios y sus intereses está cavando su propia fosa. Y la fosa de todos nosotros. Sus errores son políticos, no verbales. Cree que la soja es un yuyo. Dice estar enfrentado con la Sociedad Rural como sinónimo de oligarquía terrateniente, y en realidad el enfrentamiento más duro lo tiene con la Federación Agraria y las sociedades rurales del interior.

Si al poder oligárquico se lo define como un régimen en el que los que deciden son pocos, el kirchnerismo es oligárquico por definición. Concentrar el poder en pocas manos es injusto. Pero reducir las consultas y las decisiones a un puñado de operadores es, además, una torpeza. Los Kirchner no escuchan o sólo se escuchan ellos. Sus asesores compiten no por la inteligencia de sus propuestas, sino por la obsecuencia. Kirchner no oye, da órdenes. Supone que los líderes son infalibles, y que algún poder inescrutable le dicta lo que debe hacer. Los Kirchner no se informan, acumulan prejuicios. Y defienden intereses. Sus intereses y los de sus amigos. Capitalismo de amigos se llama al modelo político que alientan. No tiene nada que ver con el desarrollo ni con la productividad. En cierto sentido es lo opuesto.

Su concepción de la política es la de la guerra. Es lo que les quedó de la cultura montonera. No hay adversarios, hay enemigos. Toda disidencia es una conspiración. El montonerismo sin armas, sin mística y sin objetivos socialistas es una caricatura de sí mismo. El ejercicio de la patota. O el regodeo por el poder. De Perón aprendieron poco. Las mañas, la picardía. La costumbre de guiñar a la izquierda y girar a la derecha. La fantasía de que todo se arregla con un buen discurso. Les falta cierto tono de grandeza que, para bien o para mal, acompañaba al General. También les falta el país que hizo posible a Perón y al peronismo.

De la cultura de izquierda toma sus rituales. Su retórica puede ser progresista, pero sus acciones políticas reales se apoyan en los poderes económicos más concentrados y corporativos. La única estrategia que intentaron balbucear fue la del PRI mexicano. Concentración del poder y corrupción, con el folclore de una revolución campesina como telón de fondo. El conflicto con el campo los devolvió a la realidad. Los gringos le escupieron el asado y eso, para los Kirchner, es una falta imperdonable.

Después de tres meses de crisis, la presidente habla por cadena nacional para prometer hospitales, caminos y viviendas. A esa maniobra verbal los peronistas la llaman picardía política. En voz baja, festejaron la ocurrencia. Supusieron que derrotaron al campo, que lo dejaron sin argumentos. Como el personaje del chamamé, la presidente promete puentes y ríos. No va a hacer una cosa ni la otra, pero cree que la gente se quedó contenta. Alguien decía que la mejor manera de salir de una encerrona es huir hacia adelante. El humor popular sostiene que cuando uno se queda sin argumentos lo más sabio es cambiar de conversación. Algo de eso intentó hacer la señora presidente. Se parapetó detrás de los pobres y arremetió contra oligarcas y explotadores. Como comedia, el libreto ya fue usado muchas veces, pero lo triste en nuestra Argentina es que lo que sucede no es una comedia. "Se hace mucha plata con los pobres en la Argentina" me decía un sociólogo español. Debe ser el único país Äle contestabaÄ en donde los pobres no son una exigencia o una causa, sino un negocio. Un negocio político o económico. O las dos cosas.

Con motivo de los noventa años de El Litoral, estuve consultando los archivos. En 1921, hubo en nuestra provincia una Asamblea Constituyente. Allí se discutieron muchas cosas, pero quiero detenerme en lo siguiente: desde el punto de vista político se establecieron normas que limitaban el poder del gobernador para alentar el poder de la Legislatura y los municipios. Se aseguró la independencia de la Justicia y, para escándalo de muchos, se le reconocieron los derechos políticos a la mujer.

Cuando en 1932, Luciano Molinas legalizó esta Constitución dijo, con algo de humor y algo de orgullo, que era la primera vez que un gobernador sancionaba una Constitución que reducía su poder. Esa lección de civismo republicano a los Kirchner no les dice nada. O a lo sumo les despierta una sonrisa sobradora. La misma que esbozaba Juan Manuel de Rosas cuando le hablaban de nacionalizar los ingresos de la Aduana. O poner punto final a la suma del poder público.

Hay otra gran innovación que introducía el proyecto constitucional de 1921. Tomando como ejemplo la experiencia agraria del norte de Italia, decide que a los propietarios rurales se les cobrara un impuesto por el rendimiento potencial de su propiedad. Si el chacarero producía por encima de ese cálculo, ese excedente estaría liberado de impuestos. En menos de una generación, Italia se modernizó a saltos.

El tema merece discutirse, pero más allá de sus modalidades queda claro que para los políticos de 1921 la cuestión del campo era un tema serio. Y como era un tema serio resultaba importante establecer una estrategia. Todo podía ser posible, menos no hacer nada o concebir al campo sólo como una fuente de extracción de recursos.

La presidente clausuró el debate en su discurso de la semana sin decir una palabra sobre lo que el gobierno piensa respecto del campo. Hablar en general de la distribución de la riqueza en el siglo XXI es como hablar de los beneficios del oxígeno para la vida. Nadie puede estar en contra. Lo que diferencia a unos y otros, a sinceros de falsarios, es lo que hacen, no lo que dicen. Un principio que sería innecesario recordárselo a un gobierno que dice seguir las enseñanzas de quien dijera que "mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar".