Por C.J. Aldazábal
Réquiem
Como esos ejes:
así daba vueltas el trompo de la infancia,
así se divertía el trompo bailador
mareándome el sentido de las cosas.
Una rueda se adentra en el camino
seguida por la otra
que le pisa la huella distraída
y se enrolla en sí misma
como un perro brillante.
Así mi bicicleta va rodando,
así me lleva
ahora que el rumbo no ha querido seguirme.
Pasamos por un bosque.
La bicicleta llora con su aceite oxidado
(que me extraña me dice)
y yo acompaño con el pie su lamento.
Así vamos llegando.
Los dos por las cornisas
del viejo purgatorio,
tramo final donde la piedra
presagia la caída.
Orquesta del destino.
Hacen un dúo la sangre y el aceite.