Política: POLI-02
ANALISIS
El fin de un estilo
Emerio Agretti

Otorgar al resultado de la votación de esta madrugada el rango de "histórico", no es una exageración. Sobre todo, cuando fue una sucesión de exageraciones lo que llevó las cosas a ese punto. Y todas son hijas de un estilo de gobierno que seguramente transita hacia su fin. Sobre todo porque, de no ser así, sería el país el que se estaría encaminando a un nuevo desastre.

El sentido del voto de Julio Cobos, en ejercicio de una alternativa que hasta horas atrás parecía circunscripta al probabilismo estadístico, obedece en buena medida a los efectos de ese estilo. ¿El vicepresidente hubiese votado en contra del gobierno que integra si hubiera recibido mejor trato dentro de él, o si no lo alentase la convicción de que su módico disenso ya lo había condenado? Más allá de convicciones republicanas, especulaciones de poder o tentaciones demagógicas, Cobos sabía que ya no tenía futuro dentro del gobierno y que no iba a remontar eso votando por la positiva. Entonces, decidió huir hacia adelante y jugarse a todo o nada. Acostumbrados a imponer su voluntad, a los Kirchner ni se les ocurrió que tal cosa pudiese suceder, ni mucho menos que fuese conveniente "contener" un poco más al vicepresidente de la Nación, en vez de ningunearlo a través de funcionarios de segunda o tercera línea.

El mismo estilo que llevó a confiar en alineamientos automáticos amparados en concesiones políticas y ventajas o extorsiones económicas, relegando al Congreso -como ya se dijo- al papel de una mera escribanía y desentendiéndose de la bomba de tiempo que hubiese implicado imponer una norma rechazada por la mayor parte de la sociedad.

Los Kirchner -o acaso ya de una vez por todas habría que decir Néstor- convirtieron la discusión por algunos puntos más de recaudación en un punto de inflexión para su gobierno, en una jugada a fondo donde, obviamente, tenían más para perder que para ganar. Y lo hicieron, simplemente, porque estaban convencidos de que, de una forma u otra, iban a ganar; empecinados en una cerrazón que les impedía ver de qué manera su capital político se desgranaba con inédita velocidad e imprevisibles consecuencias.

Muchas veces, las apelaciones a la calidad institucional suelen ser la bandera ética de quienes no tienen el poder real, o el discurso cínico de quienes disponen de él y lo usan a su antojo. En este caso, pueden ser el único resguardo para una gestión que sufre bajo el peso de un estilo que ya se ha revelado insostenible y la única opción para un país que necesita recuperar la normalidad y aspirar a convertirse en una república genuina.