Opinión: OPIN-04 Frota que frota el caño

Si existe alguna palabra capaz de describir el espectáculo que noche a noche Marcelo Tinelli presenta con su voz chillona, ésa es dantesco. Es inagotable la capacidad que tenemos los argentinos para transformar en negativo, en burdo, en inviable, todo 1o que es bueno o se hace bien en el resto del mundo. Empujados por el minuto a minuto, esa competencia feroz que aniquila cualquier buen proyecto televisivo en pos del rating, la producción del programa, no duda en levantar cada vez más la temperatura de la pantalla. Esta copia barata de los bailando europeos, se alimenta del morbo y la lascividad de un gran público. La última propuesta es el baile del caño y allí, un nutrido número de mujeres ostenta su desnudez y luce sus prótesis apenas el presentador las pone en la pista previa, catarata verborrágica cargada de doble sentido y de provocaciones para alimentar los programas de chimentos. Una tras otra, las chicas, frotan sus partes íntimas contra el metal para que luego, alguna más osada pase por allí su lengua. No es erotismo, es sexo casi explícito lo que se ofrece no sólo por la noche sino durante el resto del día en el repique que tiene en el resto de la televisión. Apenas opacado por el conflicto del campo con el gobierno, el segmento recauda dinero y capta cerebros mientras los sueños de los soñadores son una triste excusa usada para calentar la pantalla chica. Obvio es que, si todavía existe y con éxito, es porque mucha gente lo ve. Y mientras las mujeres se desnudan para conseguir contratos que les aseguren trabajo durante el verano, el "jurado" elige no a quien mejor baila sino a quienes creen capaces de agotar las boleterías de sus teatros en Carlos Paz o Mar del Plata. Lo que menos importa es el fin solidario. El sueño por el que compiten sólo es recordado a modo de súplica en el momento en que alguna de las parejas es nominada y se pone en riesgo de extinción. Allí, todo es efímero y el sueño de alguno que quiere ser famoso en la Capital al tiempo que ayuda a alguien, dura tanto como el capricho del jurado o del público que, bastante lejos de calificar al mejor baile, premia a los que le aseguren más puntos de rating y de dinero- al bizarro espectáculo.