Nosotros: NOS-15
Toco y me voy
A la hora de los aplausos
Hay gente que, por su laburo -y cuenten a los periodistas en primera fila y a mí delante de la primera fila, alcahuete- llega siempre tarde a las comidas, agasajos, reuniones familiares o de amigos. No queremos cambiar el mundo: pretendemos que la empanada esté caliente y que no miren cuando como, carajo.

Hay dos líneas claras de acción cuando salimos tarde del laburo (y por ende llegamos tarde a cualquier convocatoria), una es familiar y la otra "pública", y en las dos estás increíblemente pidiendo perdón -aunque no depende de vos- y llegando cuando lo más importate ya pasó.

En la parte familiar, cuando la reunión es ampliada, alguien piadoso se acuerda (aunque puede suceder que nadie se acuerde y de golpe comés, realmente, las sobras) que vas a llegar a las dos de la tarde y te reserva todo el circuito gastronómico. Pero no podés recrear en quince minutos lo que esos guachos hicieron en dos horas.

Por lo general, el vermú te lo saltean y te quedás sin aceitunas, sin queso, sin un montón de cosas. Y cuando llegás, los vagos ya están fumando en el patio o jugando al truco, ya comieron el helado y a vos tu suegra o tu mujer te mal trae juntos la empanada, el chorizo, la morcilla, la ensalada que lamentablemente ya no está tan rozagante, y un pedazo de marucha y otro de costilla. Y masticá rápido. Y no rompás las pelotas.

Una tía vieja o la abuela comentará, alegre, copita de sidra o jerez en mano, "llegaste para lavar los platos" o "te toca solamente el postre". Vos traés para entonces la doble sensación de hambre y cierto airecillo entre culposo y podrido, y no estás para muchas bromas. Te miran como a un extranjero o un visitante extraño que pregunta por tal o cual calle: te atienden, pero de ese modo distante de lo que está ya desprendido de vos, que no forma parte de tu mundo, o lo forma tangencialmente. Trabajando en un diario, con horario corrido y hora incierta de salida, tengo una vida de percibir esas sensaciones, las propias y las ajenas...

Si la reunión es en un lugar público, no te va mucho mejor. Por lo general, no elegís el lugar dónde sentarte, con lo cual te clavás al lado de un pesado de novela, o de tu más acérrimo enemigo. Para entonces, ya todo el mundo se puso de acuerdo y tus amigos la pasan bárbaro con tus otros amigos y a vos te toca un señor sordo que quiere contarte toda su vida (y no escucha ni una partecita de la tuya), mientras un mozo te apura los platos que te perdiste, con cierto maltrato por cuanto le estás comiendo "su" comida y no ya la tuya... te perdiste los bocaditos, el clericó de entrada y qué sé yo cuántas cosas más. Por lo general, además, no salís en las fotos, por lo cual no habrá registros físicos de tu presencia o de tu ausencia en ese sitio. No salís en los videos, no saludás a las chicas como no sea un tímido y tonto movimiento general y al voleo de tu mano culposa... No estuviste, bah...

Hay en todo, un aire pesado de barco ido, sos un señor que saluda en el muelle vacío, llegás tarde a la cita y la chica de tus sueños estuvo esperando y se fue, ofuscada, acaso para siempre. Si la reunión familiar o social es en domingo, ípior! Todo el lastre melancólico de los domingos se te incrusta ni bien llegás y ves a tu suegra y mujer y cuñada lavando platos y escuchás que te dicen con una atenta y ya engolada y repetida amabilidad, "acomodate, que ya te llevo la comida" (y vos además traés un hambre de preso) y hasta tus hijas, que siempre te reciben con un abrazo reparador, están en otra jugando con los primos, o dormidas...

Así es que esta nota no intenta cambiar nada, no pretende interferir en las sagradas prácticas laborales desreguladas o consagradas desde siempre, no quiere postular nuevas formas de relaciones entre la gente, el trabajo, la familia o los amigos. Sólo es un pequeño homenaje a los que llegamos invariablemente tarde, con el único objetivo de que las morcillas y los choricitos no vengan tan irremediablemente recalentados o fríos o duros y nosotros no parezcamos tan sapos de otro pozo, tan convidados de piedra. Abrite un vino (aunque sea de otra marca), relajate, disfrutá y apurate un poco a masticar, que en una de esas hasta jugás un partidito de truco en la trastienda.