Sucesos: SUCE-01
Víctimas de la violencia urbana
Una familia se fue de su barrio y otra abandonó la ciudad por miedo
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Dos casos que dejan en evidencia la falta de contención del Estado después de consumada la tragedia. La unión familiar y la voluntad de salir adelante se debaten con la realidad, que se hace más dura cuando ni el techo propio es seguro.

Juliano Salierno

Dos familias cambiaron el rumbo de sus vidas a causa de la falta de seguridad y de la desaprensión con la que los trató el Estado. El crimen de Daiana Ruiz obligó a sus padres a buscar una casa en otro barrio, donde ya no reciben amenazas. Los Osuna, en cambio, buscaron otra provincia como destino, para que su hija Florencia pueda rehacer su vida y salir a la calle sin el temor a ser atacada.

Encierro, aislamiento, miedo y terror son algunas de las palabras que se repiten en la voz de las víctimas, que viven en carne propia la desazón de haber perdido a un ser querido, o se mueven atormentados por la idea de que eso suceda sin remedio.

"Decidí alejarme del problema por la seguridad de mi hija, la de mi familia y por la mía también", razonó Jorge Alberto Osuna, que además reconoció que "tenía miedo de hacer cualquier cosa". La sed de venganza lo subleva y se lo atribuye a "la inoperancia" de algunos funcionarios.

Por eso, "se me presentó esta oportunidad de salir a trabajar afuera y me vine", responde por teléfono, desde algún punto de la Argentina que prefirió no especificar.

"Tranquilidad familiar"

Donde quiera que estén Jorge y Lola -la mamá-, allí tienen "vivienda, sueldo y un estar tranquilo", algo por lo que lucharon toda una vida y perdieron una madrugada de verano, cuando Florencia regresaba de bailar.

El jueves pasado terminaron de ordenar los últimos cajones de mudanza y se preparan para "una vida mucho más tranquila", en lo que describe como "una pequeña ciudad".

En ese lugar, que a esta altura suena a un bálsamo, "Florencia puede ir sola por la calle" y poco a poco irán recuperando la ansiada "tranquilidad familiar".

Abandonar Santa Fe para Osuna fue como "desligarme de problemas", reconoce. "Empezamos una forma de vida nueva, con buen trabajo" y si bien este año Florencia "no puede retomar el colegio, ya hablamos con las autoridades de una escuela para que empiece el último año de nuevo".

La joven, que en diciembre cumplirá 18 años, desea rehacer su vida, y junto a ella están sus hermanos Andrés, de 21 años, y Analía, de 20. Ambos respetaron la "firme decisión" de arraigarse que manifestó su padre y ya están buscando trabajo y terminando los estudios. Cuando surgió la posibilidad de emigrar "la familia estuvo unida" y entendió que el cambio era "para el bien de todos".

Profunda tristeza

La situación de los Ruiz dista mucho de presentarse como una nueva oportunidad. Daiana, la mayor de sus dos hijas ya no está y no habrá incentivo material que llene ese espacio vacío. Como si fuera poco, ante la imperiosa necesidad de alejarse de las calles del barrio La Florida, porque los asesinos están a pocas cuadras -en Santa Rosa de Lima-, la provincia les facilitó una casa que no brinda las comodidades con las que contaban antes.

"No tenemos televisión por cable, internet, ni garaje para guardar el auto como en la otra casa y la comodidad es mínima", explicó José Luis Ruiz. Como si fuera poco, ni bien se mudaron "se incendió la cocina porque trabajó un gasista no matriculado".

Para peor, José Luis dice que en tres meses se le vence el contrato y que deberá buscar otro lugar. Quiere vender la casa de calle Salta, pero le falta la escritura "a pesar de que la pagamos", aclara. Recibieron ese inmueble tras las inundaciones de 2003, cuando se construyó un plan Fonavi, y ahora se ven obligados a esconderse en otros puntos de la ciudad.

Todo es más difícil para los Ruiz desde la desaparición de Daiana. Si bien el jefe de familia retomó sus actividades laborales, Carmen, su mujer afronta un tratamiento con profesionales de la salud, para poder superar las sucesivas crisis emocionales que la hunden en un profundo estado depresivo.

Con ellos vive la abuela materna de Daiana, que expresa con tranquilidad, aunque con profunda tristeza, la tragedia que le tocó en suerte a la familia de su hija. Nadia, la hermana menor de Daiana, "tiene miedo y hace tres meses que no sale a ningún lado", aunque hace dos meses que se cambiaron de casa, de barrio y de entorno, lamentó su papá.

Daiana Ruiz

volvía de trabajar la noche del 30 de mayo, cuando en Salta 4100, esquina Juan Díaz de Solís, del barrio La Florida, un desconocido la interceptó para robarle la cartera. Ante la negativa, la ejecutó de un disparo en el pecho. Tenía 21 años. Un hombre de 24 años está procesado por homicidio, y otro de 19 por encubrimiento. El último está libre.

Florencia Osuna

fue agredida cuando regresaba de bailar con amigas, la madrugada del 30 de marzo, en Padilla y Francia del barrio Ciudadela. El ataque habría sido desde atrás y por sorpresa, con una piedra. Los padres acusaron a "Sopa", un joven de 21 años que estuvo 50 días preso por "homicidio en grado de tentativa". La chica de 17 años estuvo una semana en terapia intensiva, la operaron en el rostro y regresó a su casa después de 22 días de internación. Cuando recuperó el conocimiento acusó al muchacho, que no fue siquiera procesado.

La vida como persecución

Los últimos días en Santa Fe fueron caóticos para la familia Osuna: "Teníamos una custodia del GOE las 24 horas", y a pesar de eso "los chicos que iban a casa comentaban que lo veían por el barrio", en referencia al supuesto agresor. Incluso llegó a tomar intervención la Justicia correccional, por amenazas telefónicas, pero "no se comprobó nada", recordó Jorge.

"Con los vecinos mantengo el buen trato", dijo José Luis Ruiz con respecto a los del barrio La Florida. Lo que sucedió fue que "a raíz de la muerte de Daiana empezamos a conocer nombres y gente que jamás pensamos que íbamos a conocer". Cuando empezaron a reclamar justicia "nos decían que nos vayamos del barrio, que cortemos con la tele", esos "aprietes" se terminaron con la ida del barrio.

Sin embargo "en casa vivimos con las ventanas y puertas cerradas. Estamos con esa inseguridad de que no sabemos qué puede pasar; escuchamos una moto y miramos por la ventana", relató el hombre. "Es lo peor que te puede pasar. Antes no sentíamos el miedo que tenemos ahora".

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