Opinión: OPIN-02 España y yo
Por Ana María Zancada

A partir del año 2001 comencé a viajar regularmente a España, dado que más de la mitad de mi familia se afincó en Málaga, en la provincia de Andalucía. Así tuve la oportunidad de tomar contacto con diferentes culturas del mundo, ya que ese lugar de la península ibérica es destino elegido por la mayoría de los europeos, sobre todo del Norte, por su magnífico clima, su sol brillante, el azul del Mediterráneo, la alegría y generosidad de su pueblo y lo acendrado de sus costumbres.

El hecho de trasponer las fronteras nos abre la mente, nos enseña a observar y bucear en lo que evidentemente son nuestras raíces. En mi caso personal, soy un ejemplo de lo que el correr del tiempo produjo nuestra tierra argentina. Soy una cuarta parte castellana, otra friulana, otra francesa y otra criolla. Pero sin lugar a dudas la sangre española se siente muy a gusto al regresar a sus orígenes.

El pueblo español me deslumbró con sus excesos, me hizo disfrutar de su buena literatura, de su gracejo al hablar, de su buena mesa. Me cautivó y asombró en su deslumbrante Semana Santa, la de Málaga, tan andaluza, con sus desbordes de fe y paganismo, sus vírgenes dolorosas, bellas, con sus mantos suntuosos de terciopelo oscuro íntegramente bordados en oro, sus palomas sobrevolando los tronos, los Cristos lacerados y sufrientes y ese pueblo devoto que brinda su corazón en cada saeta.

Supe de la emoción sin límites ante los miles de seres humanos que esperan ansiosos a su cofradía y el orgullo de extenuarse sosteniendo a su imagen venerada. Claveles rojos, rosas blancas y un aroma a pueblo que sale, vive y se desborda en una manifestación de sentimientos como nunca antes ví ni sentí.

Y también disfruté sus dulces navidades, en cientos de belenes, que llenan la ciudad, las luces que iluminan las avenidas, el tintinear de los villancicos repetidos hasta el cansancio, el graznido de las gaviotas que al atardecer se pierden en el mar.

Su cultura ancestral descubierta en ruinas fenicias, griegas, romanas, visigodas, árabes multiplicadas a través de los años. España se construyó en la confluencia de miles de años de diferentes pueblos que se fueron enlazando formando un multifacético collar que hoy llega a nosotros. Soles y sombras de un pueblo que ha sabido convivir con los odios y amores provocados por las pasiones humanas desbordadas en historia.

Y luego la posibilidad de entrar en un continente misterioso tan lejano a nosotros como es el africano. La belleza de la cadena del Riff, sus campesinos empujando carros, las mujeres con sus atuendos extraños, lo exótico, lo desconocido, tras las puertas de Ceuta, el enclave español.

El haber tomado contacto con la historia brava del pueblo saharaui, sus mujeres que pelean por su subsistencia, perdidas en las arenas del desierto, mientras sus hombres, reunidos en el Frente Polisario, luchan contra los muros de la ignominia por una libertad que tal vez nunca llegue.

Todo eso y mucho más es Málaga para mí. El aroma de los olivares en la época de cosecha, el vocear de los gitanos en los mercadillos, el penetrante olor de los mariscos y pescados de mar en el bullicioso Atarazanas, el mercado cuya construcción data de principios del S XIX allí en pleno centro histórico, la gigantesca fortaleza de Gibralfaro, que desde lo alto de la montaña custodia amorosamente a la ciudad y que imaginamos aún alberga entre sus gruesas paredes de piedra, los fantasmas de los príncipes moros que otean el horizonte, el moderno museo Picasso, orgullo de los malagueños que pone el toque de modernismo, a espaldas de "La Manquita", la soberbia catedral, apodada así porque una de sus torres quedó inconclusa.

Andalucía me permitió conocer el misterio y la sensualidad de los profundos ojos morenos de las mujeres de Julio Romero de Torres o la luz de las playas valencianas a través de las pinturas de Sorolla o la vaga y sutil nostalgia del solitario corazón de Antonio Machado o el estudio minucioso de la generación del '98, hecha por Laín Entralgo, o la simbiosis del arte a través de las pinturas y las palabras de Picasso y Alberti. O las profundas raíces de la poesía llena de pasión y sentimientos del inigualable Federico.

España fue para mí, a través de estos pocos años la puerta de entrada al conocimiento de la verdadera historia, esa que sirve de soporte a la nuestra.

A través de todo este tiempo me doy cuenta que fue como comenzar a vivir y comprender un poco más la historia del lugar donde nací, respetando las diferencias y amando las verdaderas raíces, las que nutren, las que moldean el pensamiento y el sentir de un pueblo que como el nuestro, frente al milenario paso del hombre por la tierra, está aun formándose.